Elogio de lo superfluo, indulto del error
Los seres humanos tienen diversas formas de abordar el conocimiento. La ciencia es aquella que m¨¢s se protege contra la ideolog¨ªa de su creador; la literatura, la m¨¢s eficaz para envolver y transmitir sus creencias
Observar es buscar diferencias entre cosas similares. Comprender es encontrar similitudes entre cosas diferentes. La ciencia avanza balance¨¢ndose sin cesar entre la observaci¨®n y la comprensi¨®n: de la una a la otra, de la otra a la una. ?Y el arte? Decir: en el fondo, ciencia y arte son una misma cosa es tan superficial como afirmar: en el fondo, ciencia y arte no tienen nada que ver. Los dos extremos son falsos, pero con el m¨¦rito de enmarcar la verdad que se despliega entre ellos.
La relaci¨®n entre ciencia y arte tiene inter¨¦s tanto por sus convergencias, que las hay, como por sus divergencias, que tambi¨¦n son notorias. Afinando el foco, lo mismo ocurre entre la ciencia y formas m¨¢s particulares del arte (ciencia y pintura, ciencia y m¨²sica, ciencia y literatura...), o entre el arte y construcciones m¨¢s propias de la ciencia (arte y matem¨¢tica, arte y f¨ªsica, arte y biolog¨ªa...). Ensayemos, por ejemplo, un careo entre ciencia y literatura.
La ciencia se acerca al arte aflojando tuercas del m¨¦todo cient¨ªfico; el arte a la ciencia, apret¨¢ndolas
El cient¨ªfico vive con y para el error; el autor corta por lo sano con toda incoherencia
La ciencia es una forma de conocimiento. Tambi¨¦n la literatura. Todo lo que no es la realidad misma es ficci¨®n. Cualquier literatura, incluido el ensayo es, en rigor, una ficci¨®n de la realidad. La ciencia, cualquier ciencia, no lo es menos. Sin embargo, la ciencia es m¨¢s bien una teor¨ªa, la literatura m¨¢s bien una pr¨¢ctica.
La ciencia empieza con la comprensi¨®n del mundo y acaba narrando historias, historias que reconstruyen el pasado (c¨®mo ha llegado este paisaje a ser como es), historias que anticipan el futuro (c¨®mo llegar¨¢ este paisaje a ser lo que ser¨¢). La literatura empieza narrando historias, pero nunca descarta dar con alguna comprensi¨®n de la realidad.
La ciencia es la forma de conocimiento que m¨¢s se protege contra la ideolog¨ªa y las creencias de sus creadores. La literatura quiz¨¢ sea la m¨¢s eficaz para envolver y transmitir creencias, ideolog¨ªas o meras intuiciones.
El cient¨ªfico, para lograr esta higiene ideol¨®gica, se impone una dr¨¢stica cirug¨ªa en tres actos.
El primero y m¨¢s doloroso consiste en expulsar el Yo de sus contenidos. Con buena objetividad se gana buena universalidad. La ciencia es de uno para todos, aunque sea al alto precio de borrar a ese uno del mapa.
En el segundo acto se decanta todo lo presuntamente superfluo, un nuevo sacrificio para la identidad del autor que ve con tristeza c¨®mo lo m¨¢s propio de s¨ª mismo se escapa por el desag¨¹e. El premio en este caso tampoco est¨¢ mal: se trata de anticipar la incertidumbre, la supervivencia.
Y el tercer acto consiste en la persecuci¨®n implacable del error. El cient¨ªfico avanza con el error, vive con, para y del error. Para ello no deja nunca de enfrentar su verdad con la realidad que pretende comprender. En caso de duda se impone la evidencia experimental. El autor corta por lo sano todo lo que huela a incoherencia o a vac¨ªo y con ello se despoja de las complejidades que m¨¢s le distinguen como ser humano. Pero esto tambi¨¦n tiene premio. Gracias a la obsesi¨®n por detectar y machacar contradicciones, la ciencia, necesariamente, progresa.
Parad¨®jicamente, cada uno de estos tres sacrificios esconde un gozo intelectual. Separar el Yo de la realidad inaugura el placer de la conversaci¨®n entre la mente y su mundo exterior (uno).
Decantar lo superfluo produce el m¨¢s intenso de los gozos intelectuales, aquel que cae con toda nueva comprensi¨®n o con toda nueva intuici¨®n (dos).
Y de la persecuci¨®n de contradicciones arranca nada menos que el proceso cognitivo entero. Es el est¨ªmulo (y tres): la constataci¨®n de que algo se mueve, el anuncio de que algo est¨¢ a punto de cambiar.
Pero, atenci¨®n, la mala noticia es que el cient¨ªfico no publica tales gozos intelectuales. Cada gozo intelectual impl¨ªcito es un efecto colateral de una exclusi¨®n primaria. En ciencia lo prioritario es comprender el mundo y para ello se sacrifica el Yo, lo superfluo y el error. El gozo intelectual asoma s¨®lo desde la sombra para crear una ¨ªntima adicci¨®n al conocimiento cient¨ªfico.
En literatura, curiosamente, se invierten los t¨¦rminos. Si hay algo prioritario buscado por un escritor cuando escribe o por un lector cuando lee, eso es, justamente, alguna clase de gozo intelectual. Y si en el intento resulta que ganamos algo de la comprensi¨®n del mundo o de la condici¨®n humana, entonces viva la literatura. Quiz¨¢ est¨¦ aqu¨ª la clave de una fecundaci¨®n mutua entre ciencia y literatura.
La ciencia se acerca a la literatura aflojando las tuercas del m¨¦todo cient¨ªfico, la literatura a la ciencia apret¨¢ndolas. Delicadamente.
Lo primero equivale a tres cosas: el rescate del Yo, el elogio de lo superfluo y el indulto del error. ?Gana algo con ello la ciencia? Bueno, no es lo mismo aflojar el m¨¦todo, despu¨¦s de haber obtenido sus beneficios, que no aflojarlo porque nunca ha estado apretado. La diferencia es colosal: despu¨¦s del sacrificio en tres actos, uno gana indicios sobre cu¨¢l es la parte de uno mismo que compromete la buena comprensi¨®n de la realidad. El cient¨ªfico encontrar¨ªa as¨ª un camino para romper su soledad c¨®smica y para sopesar con m¨¢s precisi¨®n donde termina su rigor cient¨ªfico y donde empieza su rigor mortis. La ciencia no se hace s¨®lo con m¨¦todo cient¨ªfico porque ¨¦ste sirve para tratar ideas, pero no sirve para capturarlas.
Sim¨¦tricamente, acerqu¨¦monos ahora a la ciencia desde territorio literario. En este caso, el ejercicio consiste en descentrar el Yo, evitar un empacho con lo superfluo y en tratar m¨ªnimamente los errores. Suavemente.
Muchos autores, como Borges o Melville, habitan este territorio fronterizo con plena naturalidad. Pero vaya por delante la obviedad de que ello no es condici¨®n necesaria ni suficiente para ser un gran escritor. Es el caso de Kafka, o de Proust, cuya garra literaria nadie discute. Pero ?gana algo la literatura aventur¨¢ndose hacia la ciencia?
La condici¨®n humana siempre est¨¢ en el origen y el fin de toda literatura. Pero digamos que la comprensi¨®n de aquella da un salto significativo cada vez que alguien empuja el Yo fuera del centro del escenario. Mois¨¦s apart¨® el Yo humano de la cohabitaci¨®n con los dioses, Cop¨¦rnico empuj¨® el Yo terr¨ªcola fuera del centro del cosmos, la revoluci¨®n americana y la revoluci¨®n francesa descentraron el Yo arist¨®crata y Marx lo intent¨® con el Yo burgu¨¦s, Darwin barri¨® el Yo del Homo sapiens del centro de la evoluci¨®n y Freud desplaz¨® el Yo consciente del centro de la comprensi¨®n de s¨ª mismo.
No: descentrar el Yo en literatura no puede ser malo. El ejercicio abre nuevos caminos hacia la comprensi¨®n de la condici¨®n humana y, de paso, reduce el riesgo de contar siempre la misma historia.
Lo superfluo no tiene por qu¨¦ ser vergonzante pero tampoco es necesariamente un gran honor. Los diferentes g¨¦neros literarios se asocian a su capacidad para asimilar carga superflua: mayor la de un novel¨®n de mil quinientas p¨¢ginas que la de una novela de trescientas, mayor la de una novela que la de un cuento, la de un cuento que la de un poema y la de un poema que la de un aforismo. Todo bien. Es decir, pensando s¨®lo "a peso" ya se puede decir que un aforismo es m¨¢s cient¨ªfico que una novela y un poema lo es m¨¢s que un cuento.
No: dosificar lo superfluo y tratar las contradicciones tampoco puede ser malo dentro de cada g¨¦nero literario. Y es ah¨ª, bajo lo superfluo y de entre los errores, de donde puede brotar un nuevo recurso o un nuevo discurso.
Revolver lo superfluo y las contradicciones significa para la literatura remover la tierra que pisa. Incluso es posible que, durante este proceso, la literatura tropiece con un gozo intelectual cient¨ªfico, lo desentierre y nutra con ¨¦l alguna de sus historias.
Jorge Wagensberg es director del ?rea de Ciencia de la Fundaci¨®n La Caixa.
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