El coraje de Wolff
Le interesa la mentira. Los personajes que pueblan las historias de Tobias Wolff (Alabama, 1945) a menudo construyen una realidad alternativa. No se trata de dementes incapaces de distinguir entre realidad y ficci¨®n, sino de fabuladores natos; embusteros prestos a manipular una verdad que no les convence. En la mentira encuentran una v¨ªa de salida. As¨ª, el adolescente del relato 'El mentiroso', a ra¨ªz de la muerte de su padre, inventa que sus familiares padecen terribles enfermedades. El autoestopista que recogen un hermano triunfador y otro echado a perder en 'El hermano rico' habla del delirante descubrimiento de unas minas de oro. En 'Mortales', un gris recaudador de impuestos miente sobre su propia muerte para que le escriban un obituario.
"Ya he dejado dicho que cuando muera, por favor, que no me toquen los papeles. No quiero que la gente sepa"
"Estoy en un constante estado de revisi¨®n y edici¨®n. Las historias nunca llegan a un punto en el que est¨¢n cerradas"
En Aqu¨ª empieza nuestra historia (Alfaguara) este maestro del g¨¦nero ha reunido 30 de sus mejores cuentos. Colaborador habitual de la revistas The New Yorker y Atlantic, en sus p¨¢ginas public¨® gran parte de estos relatos. Casi dos tercios de las historias del nuevo libro fueron recopiladas en colecciones anteriores, pero Wolff ha a?adido 11 nuevos cuentos. Con esta antolog¨ªa el escritor ha a?adido el Story Award que recibi¨® el mes pasado a su larga lista de galardones, entre los que figuran el PEN / Malamud y el Premio de la Academia de Letras y las Artes de Am¨¦rica.
Dice el escritor estadounidense que una de las claves de su oficio es "la experiencia de primera mano". En m¨¢s de una ocasi¨®n se ha referido a su padre como un mentiroso compulsivo. Al separarse sus padres, su hermano mayor, el tambi¨¦n novelista Geoffrey Wolff, se march¨® con ¨¦l. Ambos han escrito sobre la querencia de su progenitor a tergiversar la realidad.
Tobias peregrin¨® con su madre por varias ciudades de Estados Unidos. En Concrete, Washington, ella volvi¨® a casarse. Wolff falsific¨® las cartas de recomendaci¨®n y su historial y consigui¨® que le aceptasen en un prestigioso internado, el Hill School de Pensilvania. "Era la ¨²nica manera en que pod¨ªa entrar. Fue un acto de desesperaci¨®n. Suspend¨ª matem¨¢ticas y me expulsaron. Me lo ten¨ªa merecido", asegura. Tras la expulsi¨®n se alist¨® al Ej¨¦rcito y luch¨® en Vietnam antes de licenciarse en Literatura en la Universidad Oxford. En su autobiograf¨ªa Vida de este chico desvel¨® su mentira adolescente. En En el ej¨¦rcito del fara¨®n hizo un memorable recuento de la incertidumbre, el terror y el absurdo de su experiencia en la guerra.
Decepci¨®n y traici¨®n. Miseria moral te?ida con un humor seco y feroz. Wolff tantea este escabroso terreno sin caer en sentimentalismos, ni decoros. No hay piedad, ni disimulo. En su trabajo late lo crudo, lo banal y lo real. Sin alardes aparentes habla de la tentaci¨®n y la ca¨ªda, de la absurda conciencia. Quiz¨¢ por todo esto a Wolff se le encasill¨® como uno de los autores del llamado realismo sucio. Aquello fue a principios de los ochenta cuando Raymond Carver y Richard Ford -sus amigos y compa?eros de generaci¨®n- diseccionaban con su afilada prosa las miserias cotidianas. "Conoc¨ª a Carver cuando yo estaba becado en la Universidad de Stanford en un programa de literatura", recuerda. "Ten¨ªa unas largas patillas. Nos present¨® una colega que ya hab¨ªa triunfado. ?l todav¨ªa no hab¨ªa publicado su primer libro. Apenas hablamos. Unos a?os despu¨¦s coincidimos en la Universidad de Siracusa dando clase. Vivimos en la misma casa y nos pas¨¢bamos las noches en vela hablando".
Una fr¨ªa ma?ana de invierno Wolff posa paciente para las fotos en una esquina desangelada de Central Park. La fina cazadora de cuero y las redondas gafas de sol de aire retro dejan claro que a este residente del Estado de California las g¨¦lidas temperaturas le han pillado por sorpresa. En 1997, Wolff regres¨® a la Universidad de Stanford en Palo Alto donde imparte clases de literatura y un taller de escritura. Una gorra de lana le cubre la cabeza; el espeso bigote blanco, la ir¨®nica sonrisa.
En vista del fr¨ªo, el escritor acelera el paso camino de la casa de un amigo en el Upper East Side donde ¨¦l y su esposa se est¨¢n alojando. En la amplia cocina, todos en pijama, comentan el peri¨®dico y bromean sobre la actualidad pol¨ªtica. El ambiente en esta town house es distendido y familiar. Wolff busca un lugar tranquilo donde hablar. Un ascensor de los a?os veinte forrado en papel de rayas le lleva hasta la segunda planta y all¨ª, en un amplio sal¨®n bajo un ventilador de techo imposible de parar, habla acerca de su colecci¨®n de cuentos.
En los cuentos escritos hace d¨¦cadas aparecen veteranos y soldados, en alguno de los m¨¢s recientes Irak suena de fondo. "Es parte de la misma historia, pero la comparaci¨®n entre las dos guerras es demasiado f¨¢cil. Es la misma ret¨®rica en contra de rendirse. La idea de que porque ya han ca¨ªdo tantos tenemos que seguir all¨ª, que f¨¢cilmente confunde al p¨²blico", asegura. ?Se olvidaron las lecciones aprendidas? "Tuvimos cuidado durante un tiempo pero la victoria es una industria sensacional. Hemos heredado una determinada tremenda falta de honestidad que est¨¢ instalada en nuestras vidas".
El nuevo libro arranca con una confesi¨®n en el pr¨®logo: Wolff ha retocado sus viejos relatos, y lo ha hecho porque como autor considera que ese material sigue vivo. Fue otro Wolff quien los escribi¨®, admite, pero el de ahora se siente con pleno derecho a meter mano, en beneficio del lector. "No he cambiado el argumento. La mayor parte de los cambios han sido de lenguaje, de precisi¨®n, de depuraci¨®n. Si puedes prescindir de algo, ?por qu¨¦ no quitarlo? Los cambios cosm¨¦ticos son importantes. A veces est¨¢s dentro y no lo ves. ?se ha sido el problema que he tenido cuando he escrito algunas historias", dice sentado en el sof¨¢.
Sus argumentos resultan convincentes. Wolff sabe c¨®mo persuadir a sus interlocutores con sus razones sensatas. Inspira confianza con su aire tranquilo y cercano. Evita cualquier demostraci¨®n banal de ego. "Estoy en un constante estado de revisi¨®n y edici¨®n. Y las historias nunca llegan a un punto en el que est¨¢n cerradas, nunca llega un momento en que esto para. Porque vamos cambiando", aclara.
En los m¨¢s de treinta a?os que abarca este libro, ?qu¨¦ ha cambiado en su escritura? "Un lector tendr¨ªa m¨¢s que decir que yo sobre eso. Pero cuanto m¨¢s tiempo llevas escribiendo m¨¢s preguntas te haces. Ahora s¨¦ que si empleo el suficiente tiempo puedo conseguir algo. He ganado seguridad, pero los retos tambi¨¦n son mayores. Te conviertes en prisionero de ti mismo y no quieres hacer algo que te disminuya. Te esfuerzas por mantenerte inquieto".
En el pr¨®logo de Aqu¨ª empieza nuestra historia, Wolff insiste en su af¨¢n por descubrir complicados procesos morales o mec¨¢nicos que pasan inadvertidos a primera vista, y comparte con los lectores el filtro previo a la publicaci¨®n de un cuento. "Piensen que antes de que salga publicado en una revista un editor lo ha le¨ªdo l¨¢piz en mano y que al menos algunas de sus sugerencias han sobrevivido a las negociaciones, no porque me hayan forzado sino porque yo he cre¨ªdo que mejoraban la historia. Luego otro editor lo ha le¨ªdo antes de publicarlo en una colecci¨®n de cuentos y sin duda ten¨ªa algo valioso que decir. Y si la historia ha sido elegida para una antolog¨ªa, como todos o casi todas de las que est¨¢n aqu¨ª reunidas lo han sido, yo le habr¨¦ dado otro repaso, y lo he vuelto a hacer de nuevo antes de que salga la edici¨®n en bolsillo", escribe.
El controvertido caso de su amigo Raymond Carver y el m¨ªtico editor Gordon Lish -que con su afilado l¨¢piz tach¨® sin compasi¨®n secciones enteras de sus cuentos- es paradigm¨¢tico de este proceso. "S¨ª, yo sab¨ªa que Lish tiene mano dura", dice Wolff. La publicaci¨®n p¨®stuma de la versi¨®n completa de los relatos de Carver impulsada por su viuda ha reabierto la pol¨¦mica. "Creo que eso es una cuesti¨®n para estudiosos o acad¨¦micos. Al final Carver eligi¨® las historias que quiso incluir en su ¨²ltima antolog¨ªa. Regres¨® a los originales en unos casos y en otros decidi¨® quedarse con la versi¨®n editada. Lo que ha ocurrido ahora embarra de alguna manera su legado".
Wolff ha tomado precauciones. "Ya he dejado dicho que cuando muera, por favor, que no me toquen los papeles. No quiero que la gente sepa. Entiendo que no es una actitud generosa hacia escritores futuros pero los borradores son asunto m¨ªo", a?ade con una sonrisa. Para evitar tentaciones futuras a sus deudos, dice que ya ha comenzado a destruirlos. ?Con cu¨¢ntos trabaja? Desde que escribe en ordenador le cuesta seguir la pista, pero muchos de los cuentos de Aqu¨ª empieza nuestra historia los tecle¨® a m¨¢quina. Hac¨ªa unas doce versiones. "Cuando empiezo a escribir s¨¦ ad¨®nde quiero llegar, pero pienso mientras avanzo y mi idea original cambia. Me pregunto cosas como qu¨¦ es lo que realmente le preocupa a un personaje. ?Cu¨¢l es en realidad la relaci¨®n de poder? Moralmente, ?qu¨¦ est¨¢ pasando?".
Admirador del trabajo de Flannery O'Connor y de Faulkner -"les encantaba hacer parodia"-, Wolff pas¨® su infancia enganchado a los relatos de O. Henry, uno de los padres del cuento americano que inici¨® su carrera literaria para mantener a su hija mientras ¨¦l cumpl¨ªa condena en una c¨¢rcel por estafa. "Me encantaban sus finales con truco, con sorpresa como en 'Regalo de Reyes'. Con ¨¦l descubr¨ª el sentido de la estructura", recuerda. En Jack London y Hemingway encontr¨® historias que al principio no entend¨ªa pero eran vivas y afiladas. En aquellas lecturas descubri¨® que "a la gente le encanta quererse a s¨ª misma". Confiesa que tambi¨¦n pas¨® mucho tiempo "haciendo el tonto", en busca tan s¨®lo de variedad. A los 14 a?os decidi¨® que quer¨ªa ser escritor.
Su pasi¨®n por el relato se ha mantenido intacta. "Tiene una densidad especial, encapsulada, algo que s¨®lo empiezas a apreciar con el paso del tiempo. Es como un poema", explica. ?La clave del cuento perfecto? "Bueno, pues que sientas que est¨¢ en armon¨ªa con tu sentido de la vida, que capture algo". Los de Carver -"declarativos, aparentemente rectos pero en los que algo se vuelve extra?o de forma muy r¨¢pida"- y los de Turgu¨¦nev -"sus historias no son concluyentes, forman un collar"- se cuentan entre sus favoritos.
En uno de sus nuevos relatos, 'La estudiante madura', resuena el eco de otro gran escritor: el checo Milan Kundera. La alumna Teresa entabla una conversaci¨®n con su profesora de Historia del Arte, inmigrante de Checoslovaquia que acaba confesando sus delaciones como confidente de la polic¨ªa secreta en Praga en los a?os setenta. "Es curioso pensar que alguien toma parte en eso y contin¨²a con su vida. Es dif¨ªcil vivir con eso encima", reflexiona. Wolff cuenta que al escuchar las acusaciones contra Kundera, que le se?alaban como delator, se qued¨® helado. "Si fuese verdad me quedar¨ªa devastado. Cuando lees su trabajo te entra en las venas".
La mentira, la impostura y la ficci¨®n comparten un terreno com¨²n. Pero Wolff reivindica la verdad. Habr¨¢ que creerle. La literatura, sostiene, es un gesto de honestidad. "Yo no igualo el arte a la mentira. Los novelistas inventan la verdad, eso es algo distinto. Cuando los escritores serios escriben van a lugares que son dolorosos. No se escapan", explica. Al final, dice, se trata de crear algo convincente, real, sincero. "La mentira es por naturaleza negaci¨®n. La industria absurda de las memorias autocomplacientes. Eso suena muy falso".
Wolff piensa que los escritores deben usar sus propias debilidades, su lado oscuro. "Fitzgerald era un trepa social y fue un ni?o mimado. Cuando escrib¨ªa usaba todo esto y hablaba de ello sin tapujos. Entend¨ªa perfectamente de qu¨¦ iba el personaje de El ni?o rico con s¨®lo mirar su propio car¨¢cter". ?C¨®mo hizo ¨¦l frente a sus mentiras? "Por un lado, est¨¢ la decepci¨®n deliberada del otro, y luego est¨¢n las mentiras como invenci¨®n para encontrar alguna manera de traspasar las ambig¨¹edades de la vida, para alcanzar algunas verdades. Se necesita coraje para exponerte".
Aqu¨ª empieza nuestra historia. Tobias Wolff. Traducci¨®n de Mariano Antol¨ªn Rato. Alfaguara. Madrid, 2009. 472 p¨¢ginas. 22 euros. Se publica el pr¨®ximo d¨ªa 22.
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