Nadie sabe los tiempos que me toc¨® vivir
No sabe nadie las dificultades que me toc¨® vivir" es uno de esos himnos afro-americanos que inmortalizaron el valor de los oprimidos. Hoy, la naci¨®n entera estadounidense se enfrenta a unas dificultades que la mayor¨ªa de la generaci¨®n actual no ha conocido, ni siquiera parecidas. Gran parte de nuestros argumentos pol¨ªticos se han vuelto ciertamente hist¨®ricos. ?C¨®mo vamos a hacer frente a una crisis econ¨®mica que supone un rechazo obvio de la idea del modelo americano, cuando hasta hace muy poco ese modelo se proclamaba triunfante? ?Qu¨¦ lugar ocupar¨¢ Estados Unidos en un mundo que est¨¢ cambiando mucho m¨¢s r¨¢pidamente que nuestra capacidad para controlarlo o siquiera comprenderlo? Especialmente perturbador es el problema de una posible v¨ªa hist¨®rica nacional, pues ni en la alta cultura ni en la cultura popular parece haber un acuerdo con respecto al pasado. Se produjo un inter¨¦s renovado en el New Deal, pero ese inter¨¦s se ha transformado en un acalorado debate sobre las relaciones entre el mercado y el Estado, y las opiniones sobre las pol¨ªticas llevadas a cabo por Franklin Roosevelt est¨¢n hoy tan divididas como recuerdo que lo estaban en los a?os 1930.
La mayor¨ªa acepta en EE UU la acci¨®n estatal en la econom¨ªa para conseguir igualdad
Con Obama se abre una posibilidad hist¨®rica para el progresismo
Las mayor¨ªas estadounidenses est¨¢n dispuestas a aceptar la intervenci¨®n estatal en la econom¨ªa a fin de alcanzar unos m¨ªnimos considerables de igualdad en educaci¨®n y sanidad, en pensiones y en oportunidades vitales en general. Los dem¨®cratas se enfrentan a un Partido Republicano que repite los mismos ensalmos econ¨®micos que lleva pronunciando desde 1920. Los republicanos se muestran igualmente retr¨®grados en el ¨¢mbito cultural, represivos en el sexual, indiferentes u hostiles a la ciencia y displicentes con respecto al medio ambiente, adem¨¢s de insistir obsesivamente en unos valores patriarcales periclitados.
En pol¨ªtica exterior y militar, quienes defienden el unilateralismo estadounidense han acusado a Obama de prestar demasiada atenci¨®n a las opiniones e intereses de otras naciones. Un n¨²mero importante de l¨ªderes dem¨®cratas comparten este punto de vista, en el que la arrogancia nacional de creerse moralmente superior se fusiona con una sobreestimaci¨®n del poder estadounidense: piensen en la lista interminable de nuestras cat¨¢strofes.
Con todo, el presidente Obama goza de un gran respaldo popular. La ciudadan¨ªa considera que su viaje ha sido un ¨¦xito y ahora s¨®lo espera que act¨²e con firmeza en el terreno econ¨®mico. La resistencia a sus medidas econ¨®micas es el resultado de la manipulaci¨®n de la ansiedad y del inter¨¦s que ejercen aquellos grupos que, detentando poder y riqueza, tienen mucho que perder. Los dem¨®cratas, como si di-j¨¦ramos, han tenido que dar marcha atr¨¢s: han vuelto a defender el New Deal (a excepci¨®n de una minor¨ªa vociferante) despu¨¦s de que bajo el mandato de Bill Clinton se convirtieran en un partido del mercado. La era de una militancia numerosa y bien formada en los partidos socialistas y socialdem¨®cratas europeos ha terminado. Nosotros casi nunca tuvimos algo as¨ª, y los defensores del cambio en Estados Unidos est¨¢n divididos en grupos definidos por un objetivo pol¨ªtico monotem¨¢tico o por unas reivindicaciones puntuales, sin un proyecto com¨²n.
En este repaso de la situaci¨®n, bien conocido para los progresistas, falta algo esencial. En su furibunda pol¨¦mica con Marx, Max Weber afirmaba que los intereses por s¨ª solos no determinan las ideolog¨ªas: las visiones del mundo dictaron los cambios de agujas en las v¨ªas de la historia. Una fuente del excepcionalismo estadounidense es nuestro perenne conflicto de ideas sobre el tiempo hist¨®rico. El Sur blanco vivi¨® durante un siglo como si la Guerra Civil acabara de terminar. Las oleadas encadenadas de grupos de inmigrantes se sumaron a las lecturas etnoc¨¦ntricas que propon¨ªan una misma suerte para unas experiencias muy diferentes en la nueva naci¨®n. Los descendientes de los puritanos de Nueva Inglaterra y de los grandes hacendados sure?os, visto que sus esfuerzos eran cada vez m¨¢s infructuosos, se han cansado de reivindicar sus derechos de propiedad sobre nuestro modelo de sociedad y se han convertido por voluntad propia en objetos de anticuario. Los hispanos que originariamente se asentaron en el suroeste se benefician tan poco de su largo arraigo en suelo estadounidense como los indios, que ya estaban aqu¨ª cuando llegaron todos los dem¨¢s.
Mientras tanto, los progresistas y los tradicionalistas se enfrentan en las iglesias. En Estados Unidos, las fronteras entre la sociedad secular y la sociedad religiosa cambian continuamente. La fluctuaci¨®n en el n¨²mero de quienes se consideran creyentes es menos importante cuando las creencias no acaban de fijarse. A todas estas diferencias hay que a?adir unas limitaciones culturales de clase y generaci¨®n semejantes a las que se dan en Europa.
Se critica a Obama de estar en continuo movimiento ideol¨®gico, de pasar de un problema a otro sin atenerse a un plan determinado. Nuestro presidente es muy inteligente y sabe lo que hace. Considera que su elecci¨®n fue el resultado de la voluntad del electorado de sustituir a un Gobierno cuya ideolog¨ªa superficial e intereses inflexibles no reflejaban el nuevo perfil de la naci¨®n. Y est¨¢ luchando por redefinir la historia estadounidense, d¨¢ndole un sentido nuevo y m¨¢s incluyente a sus contenidos. Pese a su reserva con respecto a sus or¨ªgenes mixtos, su recorrido vital y social es tan importante para su sentido de la misi¨®n que tiene por delante como su confianza en los tecn¨®cratas que ha nombrado para su Gobierno. Ciertamente, algunos de ellos (y, tal vez, Hillary Clinton) han vuelto a ver una fuente de inspiraci¨®n para sus pol¨ªticas en aquellas nuevas fronteras que exploraron de j¨®venes. Junto a los veteranos de la pol¨ªtica rutinaria, hoy han empezado a ocupar los rangos intermedios del Gobierno bastantes t¨¦cnicos que se forjaron profesionalmente en movimientos sociales antes marginados.
Y lo que traen con ellos es una convicci¨®n profunda, semejante a la de un joven Obama, de que existe la posibilidad hist¨®rica. No creen que se trate tan s¨®lo de una idea de la historia, de nuestra historia, contrapuesta a otras, sino que reconocen en ella una nueva ¨¦poca. El planteamiento del propio Obama se basa en la alusi¨®n, el gesto y el s¨ªmbolo, como si no consultara con un equipo de estrategas electorales, sino con historiadores de la cultura. "No sabe nadie los tiempos que me toc¨® vivir" es, sin embargo, un lema tan bueno como cualquier otro para la refundaci¨®n de nuestra historia; tal vez, mejor que la mayor¨ªa.
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducci¨®n de Pilar V¨¢zquez.
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