Mientras zumbaban las balas
Literatura e historia se unen en el nuevo libro de Javier Cercas sobre el golpe del 23-F. El autor rescata del mito, la mentira y la desmemoria aquel periodo en que lo ¨²nico permanente era la improvisaci¨®n
Escrib¨ªa hace a?os Juan Linz que la transici¨®n a la democracia, convertida en historia, en objeto de estudio cient¨ªfico, corr¨ªa el riesgo de que, quienes no la vivieron, la consideraran "algo obvio, no problem¨¢tico". Y ten¨ªa raz¨®n: el alud de libros, art¨ªculos, series de televisi¨®n, debates, coloquios, que cay¨® sobre ella fue creando una imagen en la que unos hombres procedentes del r¨¦gimen y de la oposici¨®n hab¨ªan tomado decisiones que con el apoyo de un pueblo ejemplar sirvieron para salir de la dictadura en un mod¨¦lico ejercicio de moderaci¨®n. A esta mirada, centrada en unas ¨¦lites que se encuentran, negocian y acaban queri¨¦ndose, se a?adieron soci¨®logos y polit¨®logos que insistieron en lo natural del proceso, atribuyendo aquella moderaci¨®n y buen esp¨ªritu a causas objetivas como el desarrollo econ¨®mico de los a?os sesenta, el crecimiento de la sociedad civil, el auge de la clase media. La Transici¨®n, resumi¨® Fabi¨¢n Estap¨¦, no la hizo Su¨¢rez, la hizo el Seiscientos, como diciendo: no hay que darle m¨¢s vueltas; pas¨® lo que ten¨ªa que pasar.
Un instante: Su¨¢rez, Guti¨¦rrez Mellado, Carrillo, tres h¨¦roes de la retirada erguidos en sus esca?os
El manto del olvido cubre lo que aquel tiempo tuvo de incertidumbre, lucha y aprendizaje
Pero al cabo de muy pocos a?os, sobre este complaciente relato llovieron torpedos procedentes de los m¨¢s diversos cuarteles. As¨ª, cuando iban mediados los a?os noventa, la clase pol¨ªtica se enzarz¨® en agrias disputas sobre el lastre franquista que la Transici¨®n nos habr¨ªa dejado como herencia; departamentos de lenguas rom¨¢nicas de universidades americanas insistieron en la idea de un pacto maligno, determinado por el miedo, la aversi¨®n al riesgo, la cobard¨ªa y la traici¨®n a los ideales; militantes de la memoria hist¨®rica explicaron la historia por el silencio impuesto a una sociedad desnortada, presa de una amnesia colectiva; en fin, y por alargar la lista, para un buen plantel de historiadores, de aqu¨ª y de fuera, la Transici¨®n se redujo a una leyenda ¨¢urea, un mito inventado con el prop¨®sito de ocultar la ¨²nica realidad: que todo cambi¨® para que todo siguiera igual.
De modo que desde el Seiscientos del chiste hasta el bloque de poder del ¨²ltimo estudio macizo sobre la Transici¨®n como mito, aquel car¨¢cter problem¨¢tico evocado por Linz se ha ido evacuando por los sumideros de la memoria. Sin duda, no faltan quienes recogen y ampl¨ªan lo mejor de los estudios de los a?os ochenta, como el excelente trabajo de Nicol¨¢s Sartorius y Alberto Sabio sobre el final de la dictadura. Pero entre la profusi¨®n de t¨ªtulos sobre la mentira, el mito, la desmemoria, los pactos de silencio y olvido, las traiciones, la renuncia a la ruptura y dem¨¢s maldades de la Transici¨®n, hemos perdido aquella sensaci¨®n de incertidumbre, de ritmos espasm¨®dicos, de dudas y riesgos, aquel no saber qu¨¦ va a pasar ma?ana, un tiempo en que lo ¨²nico permanente fue la improvisaci¨®n. Entre la moderaci¨®n trufada de consenso y el mito gestado para ocultar el miedo, va quedando como cubierto por un espeso manto de olvido todo lo que aquel tiempo tuvo de incertidumbre, lucha y aprendizaje.
Y cuando hab¨ªamos cambiado, como se cambian cromos, la aproblematicidad basada en teor¨ªas deterministas por otra construida sobre el mito, un nuevo relato de aquellos a?os golpea nuestra atenci¨®n por su atrevimiento al colocar bajo potentes focos el instante en que confluyeron las conspiraciones y los equ¨ªvocos que poblaron todos los d¨ªas de aquellos a?os. Su autor ya hab¨ªa convertido en memorable otro instante, fruto del azar y de la piedad, en el que un soldado de la Rep¨²blica descubri¨® en los ¨²ltimos d¨ªas de la Guerra Civil a un hombre acurrucado en un hoyo, le apunt¨® con su fusil, lo mir¨® a los ojos, vacil¨®, dio media vuelta y se fue sin disparar, gritando a sus compa?eros: no, por aqu¨ª no hay nadie. El hombre era Rafael S¨¢nchez Mazas, un falangista; el soldado era un desconocido, ambos de carne y hueso; el que contaba la historia y la leyenda era un periodista de ficci¨®n en el que se disfrazaba un novelista, Javier Cercas. El instante, con su carga simb¨®lica, era el anuncio del fin de la Guerra Civil.
Hoy no es la guerra, es la Transici¨®n, y el autor ha dejado caer su disfraz para presentarse en primera persona, con su documentaci¨®n, sus dudas y sus conjeturas a cuestas. Y a este novelista, periodista, historiador, que tuvo dificultades para conversar de otra cosa que no fuera de pol¨ªtica con su padre, antiguo falangista pasado por Acci¨®n Cat¨®lica, le intriga un instante, tambi¨¦n al borde de la muerte, tambi¨¦n s¨ªmbolo de la clausura de una ¨¦poca de tensi¨®n, de futuros inciertos y de presentes sembrados de trampas, mentiras y conspiraciones. Qu¨¦ fogonazo ilumin¨® la conciencia de aquel soldado de la Rep¨²blica: ¨¦sa era la pregunta que guiaba la b¨²squeda del novelista; qu¨¦ resorte interior, qu¨¦ fuerza, qu¨¦ coraje, qu¨¦ sentimientos y recuerdos cruzaron por la mente de aquellos tres hombres -Su¨¢rez, Guti¨¦rrez Mellado, Carrillo- que permanecieron sentados en sus esca?os, inermes, mientras una turba armada de guardias civiles irrump¨ªa en el Congreso y las balas comenzaron a zumbar sobre sus cabezas: ¨¦sta es la pregunta que anima ahora la b¨²squeda del historiador, que quiere saber algo m¨¢s acerca de su padre y de la recusaci¨®n que, cuando joven, sinti¨® hacia su padre, o hacia lo que crey¨® que representaba su padre.
Lo hace con las armas de la literatura y de la historia. Las primeras, evidentes no s¨®lo en el estilo, en las figuras del discurso a las que recurre con frecuencia, a veces con demasiada frecuencia: an¨¢foras para reforzar gradaciones, quiasmos para expresar paradojas, por no hablar de otras aliteraciones y de las abundantes par¨¢frasis de que va sembrando aqu¨ª y all¨¢ su relato para expresar una duda, recalcar una sospecha, formular una conjetura, desarrollar una idea. Pero no se trata s¨®lo de figuras ret¨®ricas, sino de la estructura del relato, con una acci¨®n que progresa en la tarde-noche del 23 de febrero de 1981, interrumpida por los flash-back que iluminan las biograf¨ªas de estos tres hombres sentados en sus esca?os del Congreso y de un cuarto hombre que, en la distancia del palacio de la Zarzuela, guarda hasta hoy el secreto de aquel d¨ªa y de las conversaciones equ¨ªvocas, irresponsables, de los d¨ªas, semanas y meses que lo precedieron.
La anatom¨ªa del instante, junto a la indagaci¨®n del sentido del gesto de estos tres h¨¦roes de la retirada erguidos en sus esca?os, personalmente rotos y pol¨ªticamente asediados por sus adversarios, que han conspirado para colocar en su lugar a una personalidad independiente, preferentemente un militar; pero tambi¨¦n, o sobre todo, despreciados por gentes de sus propios partidos, que no aguantan m¨¢s al chisgarab¨ªs falangista, al militar traidor o al comunista entregado, devuelve a los a?os de desmontaje de la dictadura y construcci¨®n de la democracia lo que nunca debi¨® haber perdido: su singularidad, el momento excepcional que ocupa en la historia espa?ola del siglo XX, esa mezcla de audacia e incertidumbre, de aprendizaje del pasado y de echar al olvido el pasado, de coraje y miedo, de dos pasos adelante y uno atr¨¢s, de pesada carga de la herencia y fr¨¢gil esperanza del futuro.
Hac¨ªa tiempo que no llegaba tan concentrado el fuerte olor de aquellos tiempos: h¨¦roes de la retirada, guiados por una ¨¦tica no ya de la responsabilidad, sino de la traici¨®n, que desvelan en su postrer gesto pol¨ªtico todo el sentido de un instante, solos frente a su pasado y su futuro, mientras sobre sus cabezas zumbaban las balas.
Y aqu¨ª habr¨ªa acabado la historia si el autor no hubiera tenido la osad¨ªa de presentarnos a su padre en la ceremonia del entierro, todav¨ªa reciente. No es casual esta intromisi¨®n, como no lo era la del periodista, incansable hasta encontrar al soldado de la Rep¨²blica. Entonces, Cercas simbolizaba en un instante de piedad el fin de una guerra; ahora, tras su largo viaje a las profundidades de la Transici¨®n, simboliza en otro instante, cuando ha terminado de desentra?ar el significado del gesto de un comunista, un militar y un falangista que no se tiraron al suelo, la reconciliaci¨®n del nieto de la guerra que es ¨¦l con aquel ni?o que durante la guerra fue su padre. Y ¨¦ste s¨ª que es el fin de esta historia.
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