El embrujo de Juan Mars¨¦
Los personajes de sus novelas poseen la falta de orgullo y la capacidad redentora de los antiguos h¨¦roes, ese viejo idealismo que se opone a la penosa realidad del presente. Mars¨¦ recibe hoy el Premio Cervantes
En la literatura espa?ola no hay grandes historias de amor. Ni siquiera Don Quijote de la Mancha o La celestina lo son. Don Quijote sustituye el mundo real por el de los ideales, y para Calixto su encuentro con Melibea no implica mucho m¨¢s que la satisfacci¨®n de una necesidad fisiol¨®gica. Esta segunda tendencia es la que triunfa tristemente en nuestra literatura desde la picaresca, y se prolonga hasta bien entrado el siglo veinte.
Hay excepciones, y sin duda la m¨¢s decisiva es Gald¨®s. ?l fue el creador de Fortunata, el personaje femenino m¨¢s inolvidable de nuestra literatura. En un mundo tristemente lastrado por las ideas m¨¢s rancias, es Fortunata quien formula el mandamiento esencial del amor: que nada que tenga que ver con ¨¦l es pecado.
'?ltimas tardes con Teresa' es una de las novelas de amor m¨¢s hermosas escritas en nuestra lengua
Sus historias se pueblan de seres extra?os e inolvidables: Java, Daniel, Pijoaparte, Susanita
Son muchas las cosas que unen a Juan Mars¨¦ y a Benito P¨¦rez Gald¨®s. Su visi¨®n pesimista del ser humano, su capacidad para situarse en el lugar de la derrota y el fracaso de los ideales, y el que sus novelas sean algo as¨ª como un gran almac¨¦n de las emociones humanas. Pero, sobre todo, la facilidad con que sus personajes se desplazan del mundo real al mundo de los sue?os. Es esta cualidad la que les hace tan sensibles a lo amoroso, que siempre tiene que ver con la enso?aci¨®n.
Y los personajes m¨¢s inolvidables de Mars¨¦, el Java de Si te dicen que ca¨ª, el Pijoaparte de ?ltimas tardes con Teresa, la Susanita y Daniel de El embrujo de Shanghai, no dejan de fantasear acerca de los dem¨¢s o de s¨ª mismos, ni de confundir el mundo real con el de sus sue?os. Sobreviven cont¨¢ndose historias, pero la ficci¨®n no es s¨®lo para ellos una forma de evadirse de un mundo degradado, en que predomina la violencia y la represi¨®n, sino la posibilidad de salvar las verdades m¨¢s hondas de lo que son.
En cierta forma, todos ellos son artistas, seres imaginativos y so?adores, dotados de una rara capacidad para comprometer a los dem¨¢s con sus fantas¨ªas y de dar a sus acciones un sentido art¨ªstico de descubrimiento.
Octavio Paz dijo que la poes¨ªa vuelve habitable el mundo, y es lo que hacen los impenitentes fabuladores que pueblan el mundo de Mars¨¦, transformar el degradado paisaje en que viven en un paisaje moral. Tal vez por eso, los dos pilares b¨¢sicos de este mundo son el regreso del h¨¦roe y la reivindicaci¨®n del amor y de la amistad.
En las novelas de Mars¨¦ el protagonista siempre busca algo que perdi¨® y quiere recuperar, algo que tiene que ver con ese viejo idealismo que se opone a la penosa realidad del presente. Sus personajes poseen esa falta de orgullo y esa capacidad redentora de los antiguos h¨¦roes.
Son hombres cansados o muchachos confusos que viven entre la inmundicia, o pobres mujeres a las que la vida ha condenado a la soledad y la degradaci¨®n, pero en los que a¨²n late esa antigua capacidad del coraz¨®n humano para conmoverse ante la luz y el brillo del mundo. Es esta b¨²squeda de los lugares encantados del pasado la que les hace vivir. Tal vez por eso a todos nos gustar¨ªa ser como ellos, pues por muy derrotados y tristes que nos parezcan en los personajes de Mars¨¦ siempre hay una honda conexi¨®n con la vida y la belleza, con ese mundo de los "primeros deslumbramientos" que no dejamos de buscar.
Se ha escrito mucho sobre Mars¨¦, sobre su capacidad para mezclar en sus novelas lo popular y lo culto, la literatura y la pol¨ªtica, el follet¨ªn con la sociolog¨ªa, el sarcasmo con la piedad, lo grotesco con lo l¨ªrico; pero suele olvidarse que ese alarde t¨¦cnico, esa b¨²squeda incontestable de fluidez y de totalidad, encubre una clara voluntad transfiguradora.
El misterio de Mars¨¦ es c¨®mo consigue que sus personajes abandonen el libro que estamos leyendo para vivir a nuestro lado como si hubieran salido de un cuento. Y no hay mejor ejemplo que ?ltimas tardes con Teresa, donde la pareja protagonista, m¨¢s all¨¢ de lo que en principio cabe esperar de ellos, vive su amor ante nuestros ojos como esos grandes amantes de la literatura cuyas palabras y gestos nunca podremos olvidar, pues pertenecen al mundo antiguo del mito.
Porque ?ltimas tardes con Teresa es sin duda una de las novelas de amor m¨¢s hermosas escritas jam¨¢s en nuestra lengua. Antes he hablado de Gald¨®s pero tal vez con el que habr¨ªa que comparar a Mars¨¦ es con Scott Fitzgerald, por su capacidad para hacer de la literatura el espacio de la transfiguraci¨®n.
James Joyce llam¨® epifan¨ªas a esos instantes de encantamiento en que "la realidad se vuelve de pronto expresiva", y Mars¨¦ s¨®lo escribe para dar cuenta de ellos. Eso es una epifan¨ªa, una peque?a explosi¨®n de realidad que hace del texto el lugar de la restituci¨®n. No es extra?o que en el pr¨®logo que escribe para su novela, diez a?os despu¨¦s de su publicaci¨®n, se limite a hacer una lista apresurada de esos momentos encantados: la visi¨®n del pijama de seda de una ni?a o de las cofias y los delantales de una criada, dos manos unidas en un cementerio, o "el desorden de flores y besos que Teresa y Manolo dejan tras ellos en su ¨²ltima noche juntos, sobre el confeti de la calle en fiestas".
Juan Mars¨¦, como todos los grandes narradores, quiere llevarnos al lugar del milagro. El lugar donde los animales bajan a comer de las manos de los ni?os, donde los amantes se encuentran y donde se escuchan las voces de los muertos. Por eso sus historias se pueblan de seres tan extra?os como inolvidables: pistoleros capaces de calentar la leche con sus manos, ancianos que detectan el olor de la muerte, muchachos de barrio que salvan el mundo con sus fantas¨ªas, fantasmas que deliran por los barrancos, ni?os que escuchan las voces de los desaparecidos, perros enfermos que siguen fielmente a sus amos, cojitas que se inventan flores que no pueden existir, mujeres hermosas que siguen brillando en la derrota como v¨ªrgenes en sus retablos de oro. Todos ellos cargan en su pecho un coraz¨®n demasiado grande con el que no saben qu¨¦ hacer.
Con el instinto de ese narrador eterno descrito por Benjamin, que entrega su propia vida a la tarea de contar, Mars¨¦ ha hecho arder una y otra vez la suave llama de sus historias. El resultado es una obra construida con materiales de derribo en la que misteriosamente siguen viviendo esas historias eternas que nos dicen que "los sue?os juveniles se corrompen en boca de los adultos" y que en la vida real no caben todos los anhelos de nuestro coraz¨®n.
Hay un momento en Lolita, la novela de Nabokov, que resume lo que acabo de decir. Lolita, casada y embarazada, le dice a Humbert-Humbert excus¨¢ndose de haberle enga?ado con Vilty: "T¨² destrozaste mi vida, pero ¨¦l me rompi¨® el coraz¨®n".
Las novelas de Juan Mars¨¦ no hacen sociolog¨ªa, aunque sea posible reconstruir a partir de ellas tantas conductas de la ¨¦poca y del pa¨ªs en que fueron escritas; no hablan de vidas destrozadas, sino de corazones rotos, lo que es muy diferente. ?l sabe que la literatura, desde los tiempos de Homero, s¨®lo es el regreso a los lugares en que perdimos el coraz¨®n.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor
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