La infancia sumergida
Un paseo en barca de juguete sobre el pueblo sumergido donde nadan peces prehist¨®ricos proporciona uno de los momentos m¨¢s libres e intensamente po¨¦ticos de esta pel¨ªcula que, de hecho, es poes¨ªa desaforada de principio a fin y que, como buen milagro, parece resistirse a todo intento de racionalizaci¨®n. Ponyo en el acantilado, ¨²ltimo trabajo del gigante de la animaci¨®n Hayao Miyazaki, parece extra¨ªda del cr¨¢ter m¨¢s profundo de la imaginaci¨®n infantil: no hay ninguna interferencia de la mirada adulta, ni rastro de impostura. Se dir¨ªa que Miyazaki, tras el barroquismo de El castillo ambulante (2004), ha querido sentirse como ese Pablo Picasso que afirm¨®: "He tenido que llegar a viejo para dibujar como un ni?o".
PONYO EN EL ACANTILADO
Direcci¨®n: Hayao Miyazaki.
G¨¦nero: dibujos animados. Jap¨®n, 2008.
Duraci¨®n: 100 minutos.
Historia de amor on¨ªrica entre un ni?o y el pez que se convertir¨¢ en ni?a tras beber su sangre, Ponyo en el acantilado llega en el momento preciso para convertirse en la alternativa preescolar a D¨¦jame entrar: ambas pel¨ªculas podr¨ªan haber fascinado a los surrealistas, ambas hablan, esencialmente, de lo mismo, aunque con marcada disparidad de tonos. Tambi¨¦n puede verse aqu¨ª la depuraci¨®n de otro de los logros pret¨¦ritos de Miyazaki: esa celebraci¨®n de la fantas¨ªa inocente que fue Mi vecino Totoro (1988), una Alicia en el pa¨ªs de las maravillas liberada de subtextos y filtraciones de la mirada adulta.
Ponyo en el acantilado es una rareza, una aut¨¦ntica isla: una pel¨ªcula genuinamente infantil -y orgullosa de serlo- en unos tiempos en que todo producto de animaci¨®n sue?a con seducir a ese p¨²blico adulto que suele ejercer de audiencia cautiva. Aqu¨ª Miyazaki no parece dispuesto a negociar: la platea tiene que ser el territorio de una gozosa regresi¨®n, y quien no se deje en casa el equipaje de la (siempre presunta) madurez no encontrar¨¢ una v¨ªa de acceso en ninguno de los fascinantes fotogramas que componen esta obra mayor para sensibilidades aparentemente peque?as.
Enumerar las bondades de Ponyo en el acantilado puede suponer una traici¨®n a una obra que exige rendirse por completo a sus reglas: baste apuntar que la labor de s¨ªntesis gr¨¢fica es delicad¨ªsima y que el relato brilla tanto en sus erupciones ¨¦picas (casi wagnerianas) como en el manejo de lo min¨²sculo (esa escena en que Ponyo descubre la magia terrena de cocinar un plato de fideos).
Babelia
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