Creando universos
En el segundo centenario del nacimiento de Darwin, y a trav¨¦s del siglo y medio transcurrido desde que sali¨® a la luz El origen de las especies, el pensamiento darwiniano ha logrado ser la referencia m¨¢s fiable de que disponemos para entender el mundo que nos rodea y la manera como lleg¨® a ser tal cual lo vemos ahora.
Algunas de las claves de la naturaleza, en especial aquella que nos afecta m¨¢s de cerca, estremecen. La crueldad, el dolor, la ausencia de esperanza y el desamparo forman parte de lo m¨¢s com¨²n en un planeta que, siguiendo las pautas de la selecci¨®n natural, certifica el bienestar de los m¨¢s fuertes -bienestar provisional, hasta que les llega la vejez- a costa de los m¨¢s d¨¦biles.
Darwin se alegrar¨ªa al comprobar que incluso a la selecci¨®n natural se le puede echar un pulso
?Siempre?
Algunos grupos peculiares de organismos entre los que nos encontramos los seres humanos parecen echarle un pulso a esa selecci¨®n natural ciega y desalmada. Son varios los ejemplos. Los de los primates, s¨ª, pero tambi¨¦n los de los insectos sociales, algunos roedores ciegos e incluso unas gambas diminutas. Todos esos seres tuercen el sentido mismo de la adaptaci¨®n por selecci¨®n natural basada en las ventajas individuales para volcarse en la cooperaci¨®n como f¨®rmula ¨²til de cara a organizar el lapso brev¨ªsimo de tiempo de la vida.
Darwin fue incapaz de explicar c¨®mo pueden sobrevivir, en un mundo sometido a las leyes de la selecci¨®n natural, esos grupos solidarios. El sentido com¨²n, la intuici¨®n de que si se coopera se vive mejor, es magro argumento; resulta f¨¢cil demostrar, incluso con pruebas contundentes, que ese tipo de solidaridad no resulta adaptativo.
Se podr¨ªa contestar que, bueno, puede que sea as¨ª pero que existen causas perdidas a las que es preferible apuntarse. M¨¢s vale vivir menos tiempo y hacerlo en unas condiciones que no nos averg¨¹encen. Sin embargo, la discusi¨®n es otra: ?c¨®mo pudo fijarse a lo largo de millones de a?os el altruismo si las claves para la adaptaci¨®n lo impiden?
Hoy sabemos la respuesta y contamos con elegantes algoritmos matem¨¢ticos que prueban c¨®mo apareci¨® la conducta altruista y hasta d¨®nde llega.
Menos en el caso de los humanos.
Nosotros somos unos primates peculiares, con unos usos y conductas muy dif¨ªciles de diseccionar. Aun as¨ª, lo que sabemos acerca de otros animales se nos puede aplicar aun cuando s¨®lo sea hasta cierto punto. Sabemos que el dolor, la angustia y el absurdo dominan nuestras vidas. As¨ª que aquellos que no creemos en un mundo m¨¢gico sobrenatural nos quedamos a menudo sometidos al horror hacia el vac¨ªo de una vida que carece de sentido, de una existencia en la que los momentos de felicidad son muy pocos.
?Hace falta un ejemplo? La enfermedad mortal de un ni?o. ?Qu¨¦ dios insensible, qu¨¦ selecci¨®n natural absurda llevar¨ªa a la vida a un ser que est¨¢ condenado a desaparecer antes de haber podido dar paso a lo m¨¢s elemental en el prop¨®sito de todo organismo: la capacidad de perpetuarse?
Pero los humanos somos unos primates muy extra?os. Hacemos, en cierto modo, de demiurgos. Construimos unos mundos distintos a ¨¦ste, unos mundos que no existen, y les soplamos el aliento de la vida para convertirlos en reales en el ¨²nico lugar en que cualquier realidad tiene su presencia: en la imaginaci¨®n de alguien.
Tengo amigos que mudan su realidad por otra; que se disfrazan; que van a los hospitales donde los ni?os se est¨¢n muriendo, que hacen all¨ª el payaso y que, por unas horas o quiz¨¢ por unos pocos minutos, convierten nuestro universo infame en otro muy distinto. En un para¨ªso de risas, alegr¨ªa y esperanza donde el cerebro del ni?o m¨¢s d¨¦bil se encuentra transportado a la categor¨ªa de la felicidad por unos instantes.
Me gustar¨ªa que se pudiese alguna vez explicar c¨®mo es que la selecci¨®n natural condujo a algo as¨ª, a un mecanismo tan ajeno a los que gobiernan por lo com¨²n los ecosistemas. Yo s¨¦ que la vida no tiene ning¨²n prop¨®sito. Pero tambi¨¦n he de reconocer, aunque sea forzando mi alma empirista, que igual que algunas mol¨¦culas consiguen durante un tiempo breve formar un rinc¨®n peque?o y aislado del flujo de la entrop¨ªa creciente -en eso consiste la vida- mis amigos los payasos logran el milagro de rescatar a unos ni?os de la sensaci¨®n de condena. Una sola sonrisa, un gesto de complicidad, una mirada al universo que ha aparecido por arte de birlibirloque y tenemos ya los logros que, en el balance ¨²ltimo, salen ganando frente a cien a?os de envidias y toda una existencia de codicias y resquemores.
Si Darwin estuviese vivo hoy y pudiera verlo, se alegrar¨ªa no poco al comprobar que incluso a la selecci¨®n natural se le puede echar el pulso del enga?o. S¨®lo durante unos minutos, eso s¨ª. Pero sabido es que, en el aleph, la eternidad equivale a un ¨²nico instante.
Camilo Jos¨¦ Cela Conde es miembro de EvoCog, unidad asociada al Instituto de F¨ªsica Interdisciplinar y Sistemas Complejos (CSIC-Universitat de les Illes Balears).
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