Historias de camerinos
Un recorrido por los lugares m¨¢s inaccesibles y misteriosos de las salas madrile?as de conciertos: s¨®rdidos peque?os y oscuros, pero un refugio muy querido por los m¨²sicos
La mayor¨ªa son espacios sin ventanas, agujeros escondidos en las tripas de los locales, algunos en lugares incre¨ªbles, empotrados debajo de unas escaleras o escondidos tras una puerta que si te atreves empujar tendr¨¢s entrada VIP con acceso al mism¨ªsimo infierno.
Su aspecto suele ser intimidatorio, con pintadas (amenazantes o guarras), de olor discutible y de unas comodidades reducidas a un taburete tan duro como el acero.
Toda esta informaci¨®n invita salir en estampida de all¨ª. Pero es justamente lo contrario. En estos escondrijos es donde los m¨²sicos se sienten c¨®modos, en la intimidad, con sus temores antes de enfrentarse al p¨²blico, con sus brebajes quitamiedos, con sus rituales.
"Lo que m¨¢s hay son an¨¦cdotas sexuales", dice el jefe de Siroco
Si los camerinos de los locales madrile?os de conciertos hablaran... dir¨ªan que un d¨ªa se presentaron por sorpresa los Clash, que Jackson Browne se entretuvo durante media hora en dejar su firma en una pintada hist¨®rica, o que (y no se puede citar al pecador) alguien se atrincher¨® hasta que le consiguieron cierta sustancia qu¨ªmica. "O no salgo a tocar". Pero lleg¨®, claro, y toc¨®.
Los locales nocturnos vac¨ªos expulsan un hedor ¨¢cido desagradable. Acaba de pasar el servicio de limpieza en la sala El Sol, pero nada, sigue all¨ª ese aroma, reinando en cada rinc¨®n. "Es la nicotina, que est¨¢ pegada por todas partes", afirma Marcela San Mart¨ªn, de El Sol.
Cuando llega la noche y se abren las puertas, esa fragancia queda sepultada por los perfumes que los clientes se traen de casa, gente que nunca ver¨¢ lo que ocurre en el lugar m¨¢s privado de las salas, el camerino.
Una visi¨®n femenina del asunto, la de Laura Rubio, cantante de Garaje Jack: "Me gusta estar en los camerinos. Y cuanto m¨¢s peque?os mejor. Prefiero uno min¨²sculo, como el de Siroco, a uno gigantesco, como el de La Riviera, que me parece muy fr¨ªo". Existe un problema con esta teor¨ªa: dado el reducido espacio las chicas deben cambiarse con los chicos.
Una alternativa: recurrir al servicio de la sala, como hace Marta, de Sex Museum. "Como tampoco suele haber espejo", relata Laura, "para pintarme tengo que ir al ba?o de la sala. Claro, all¨ª te encuentras al p¨²blico, que se queda sorprendido y te dice: 'Hola, t¨ªa, ?qu¨¦ vais a tocar esta noche?".
Si existe un tipo que ha pisado todos los camerinos madrile?os ¨¦se es Fernando Pardo, de Los Coronas y Sex Museum, entre otros: "Me encantan los camerinos pintarrajeados. Siempre me pongo a mirar las firmas. Una vez vi una de Johnny Thunder. Y pens¨¦: ?'Habr¨¢ sido ¨¦l o alg¨²n nota gracioso?". Pardo s¨®lo pide una cosa: que est¨¦n limpios. "Si encima tienen ba?o propio ya es la leche", comenta.
Sobre lo que pasa all¨ª dentro, el responsable de Siroco, Alfonso Fern¨¢ndez, apunta: "Lo que m¨¢s hay son an¨¦cdotas sexuales, pero no se pueden contar porque siempre implicar¨ªa a alguien que no deber¨ªa estar all¨ª".
Lo mejor que se puede decir de estas cuevas viene en esta an¨¦cdota que cuenta el responsable de Gruta 77: "Hay veces que llega la hora de cerrar el local, a las seis de la ma?ana, la sala est¨¢ totalmente vac¨ªa y hay 20 personas hacinadas en el camerino con su fiesta particular".
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