La memoria emborronada
En el retrato p¨²blico de Camilo Jos¨¦ Cela prevalece desde hace tiempo el aguafuerte crudo y algo esquinado, como si su larga trayectoria hubiese quedado subsumida al descalabro de actitudes y vanidades de sus ¨²ltimos a?os de vida. Es la etapa que la inmensa mayor¨ªa de lectores identifica con un escritor con or¨ªgenes remotos, anteriores a la guerra, y cuya figura creci¨® con el bando vencedor, cuando quiso hacerse delator primero y censor despu¨¦s y aprovech¨® como supo y como le dejaron el calor de la victoria.
Tambi¨¦n ya hace a?os que Juan Mars¨¦ o F¨¦lix de Az¨²a lo infravaloran sin recato y hasta descatalogan su obra del canon futuro. Lo leen como producto de la tierra, con denominaci¨®n de origen excesiva: les ha pasado lo mismo a otros m¨¢s j¨®venes y tiene l¨®gica implacable.
La 'Correspondencia con el exilio', de Cela, recuerda la amistad que sostuvo con ilustres expatriados
Es injusto, o a m¨ª me lo parece, porque es autor de un pu?ado de libros valiosos, pero es todav¨ªa un personaje demasiado dif¨ªcil de encajar para una democracia lastrada de memoria emborronada: o tiene valedores enf¨¢ticos y muy levantados de punto, o tiene denigradores que afean su inconsistencia ¨¦tica o su hispanocentrismo de lengua y conciencia.
Pero su Correspondencia con el exilio, reci¨¦n publicada en Destino, deja temblando el ¨¢nimo y justifica de sobra la irritaci¨®n ante diagn¨®sticos precipitados sobre el vac¨ªo ¨¦tico de nuestro suelo democr¨¢tico: s¨®lo puede afirmarse semejante cosa ignorando la generalizada vileza en que malvivi¨® la actividad intelectual y civil durante tantos a?os de franquismo.
Lo dir¨¦ por v¨ªa directa: la adoraci¨®n rendida y profunda, sentimentalmente inatacable, que experimentaron desde el exilio Mar¨ªa Zambrano o Emilio Prados, Am¨¦rico Castro o Manuel Altolaguirre por el escritor Cela es una lecci¨®n de historia compacta y de una contundencia que supera con mucho lo que los epistolarios de los exiliados han ido desvelando.
No dir¨¦ que sean v¨ªctimas del s¨ªndrome de Estocolmo, donde Cela har¨ªa el papel de secuestrador, pero lo parece. Lo que s¨ª dir¨¦ sin reservas es que la generosidad bonhomiosa, civil e intelectual, que Cela exhibe con los exiliados desde 1956, desde que funda la admirable revista Papeles de son Armadans (con jovenzanos como Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald), es tr¨¢gicamente solidaria de la sordidez penumbrosa del personaje. Lo es incluso que publicase algunas de esas cartas en la revista, como explica Jordi Amat en una nota a la edici¨®n.
Sin sus contactos con la administraci¨®n franquista, sin haber sido cachorro literario del director general de Prensa, Juan Aparicio, o sin su estrecha amistad con Fraga Iribarne y Carlos Robles Piquer (en los a?os sesenta al frente del Ministerio de Informaci¨®n y las oficinas de la censura), sin su capacidad de maniobra dentro de la caverna, ninguno de aquellos escritores de edad avanzada y con 20 a?os de exilio a sus espaldas, hubiese podido sentir el brote altivo y orgulloso de la amistad por el autor que hab¨ªa escrito, encantado de s¨ª mismo, en las revistas falangistas de los a?os cuarenta.
Am¨¦rico Castro se niega a escribir en la Espa?a en 1956, pero un par de cartas despu¨¦s, en 1957, accede a hacerlo convencido, y es acogido y admirado por Cela por escrito y en persona, y hasta Mar¨ªa Zambrano y el propio Cela no dejan de evocar una y otra vez los encuentros de 1935 en casa de Mar¨ªa Zambrano hasta hacer veros¨ªmil una historia de amor frustrada por la guerra. Emilio Prados desboca la pluma para desnudar su coraz¨®n y su conciencia ante un escritor al que no conoce m¨¢s que en foto.
C¨®mo llegaron a necesitar los exiliados que alguien en Espa?a cumpliese por una vez no s¨®lo sus propios sue?os -volver a contar para algo en la Pen¨ªnsula- sino que cumpliese su palabra. Cela no deja de animarles a que env¨ªen sus cosas porque en su revista mandan ellos, como les repite una y otra vez. Cernuda publica nada menos que Historial de un libro; en 1958, Rafael Alberti manda sus versos emocionado por publicar en Espa?a, con su consentimiento y por primera vez despu¨¦s de la guerra...
La brega con la censura, y la autorizaci¨®n para sacar adelante los textos de exiliados tan ilustres, es cosa de Cela. Incluso cuando la censura interviene y amputa aqu¨ª o all¨¢, es el propio Cela quien los anima a transigir sin hacerse los mojigatos: ten¨ªa raz¨®n Cela. Pero sin lo malo no habr¨ªa lo bueno; sin la camarader¨ªa vieja del escritor no habr¨ªa escrito la n¨®mina mayor, y viva, del exilio en una revista cultural de la segunda mitad del franquismo.
Esa es una lecci¨®n dram¨¢tica, y ha de ir expulsando la perspectiva de los puristas acomplejados que suelen afirmarse a s¨ª mismos y a sus prejuicios gracias al "o conmigo o contra m¨ª": se benefici¨® Cela, se beneficiaron ellos, nos beneficiamos nosotros.
Las objeciones a la adulaci¨®n celiana, a los excesos ret¨®ricos, a las medias verdades que escribe en sus cartas a los exiliados, no pueden abatir, aunque quieran, la evidencia de haber desempe?ado un papel dignificador de nuestro inmediato pasado, como si el aguafuerte hoy debiese asumir alg¨²n tono pastel y hasta el lirismo menor de alg¨²n acuarelista.
Jordi Gracia es catedr¨¢tico de Literatura Espa?ola de la UB.
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