La arquitectura como espect¨¢culo
PIEDRA DE TOQUE. Asistimos a un proceso en el que la obra arquitect¨®nica pasa a ser un autorretrato, un arte exhibicionista y narciso. Se est¨¢ produciendo una sustituci¨®n del fondo por la forma
Visitar en una misma semana dos grandes museos europeos en busca de testimonios de las culturas del Congo y de la Amazonia puede deparar al visitante insospechadas lecciones sobre la civilizaci¨®n de nuestro tiempo y la manera como en ella, sin que nadie lo pretendiera ni a menudo lo advirtiera, se ha ido produciendo esa sustituci¨®n del fondo por la forma -del contenido por el continente- que, en el pasado remoto, s¨®lo era concebible mediante la magia, el pacto sat¨¢nico o el milagro. Entre nosotros, los responsables del prodigio no parecen haber sido magos, diablos ni santos sino el narcisismo y la frivolidad.
El Real Museo de ?frica Central est¨¢ en Tervuren, a unos 15 kil¨®metros de Bruselas, en un parque de sue?o, rodeado de bosques que en esta ma?ana primaveral hierven de verdura y de cantos y vuelos de p¨¢jaros multicolores. Al pie del edificio hay una laguna circular y estanques artificiales, donde, en la Exposici¨®n Universal de 1897, Leopoldo II exhibi¨® congoleses de carne y hueso de su vasto dominio africano con sus caba?as, tatuajes, lanzas y tambores: fueron el atractivo estrella del evento pero nueve de ellos no resistieron el clima y murieron de pulmon¨ªa.
Los buenos museos son, como los buenos mayordomos, invisibles
En el Quai Branly, Jean Nouvel se supera a s¨ª mismo en la marca personal que da al edificio
El soberano belga -ah¨ª est¨¢ su estatua de figura imponente y las inevitables barbas rastrilladas- quer¨ªa que este museo diera una impresi¨®n de poder¨ªo y orgullo perfectamente justificados (?no era propietario del Congo, riqu¨ªsimo dominio 97 veces m¨¢s grande que su propio pa¨ªs?) y encarg¨® su construcci¨®n al arquitecto franc¨¦s Charles Girault, que hab¨ªa dise?ado el Petit Palais de Par¨ªs. El resultado fue versallesco, monumental y bell¨ªsimo, aunque el paso del tiempo y los avatares de la historia hayan infligido ahora a este presuntuoso local una connotaci¨®n un tanto kitsch.
Me dicen que, pese a su enormidad, el museo exhibe s¨®lo un 10% de sus existencias. Aun as¨ª, lo que muestran sus vitrinas y salas es much¨ªsimo y est¨¢ expuesto con inteligencia y gusto. Las notas y paneles son instructivas y la riqueza de la colecci¨®n de m¨¢scaras, armas, instrumentos musicales, utensilios, atuendos, tocados y hasta la gigantesca piragua socavada en un tronco de ¨¢rbol donde caben un centenar de remeros dan una idea soberbia de la variedad de las culturas centroafricanas. El amigo que me acompa?a, que es historiador y ha investigado en los archivos del museo, me asegura que su colecci¨®n de libros y documentos es la m¨¢s rica que existe en el mundo sobre el ?frica Central.
Una cosa que sorprende, sobre todo recorriendo los pabellones que rememoran las etapas en que el Congo fue posesi¨®n personal de Leopoldo II (1885-1908) y colonia del Estado belga (1908-1960) es que, a diferencia de otros museos europeos donde las antiguas potencias colonizadoras han borrado las huellas de la colonizaci¨®n, avergonzadas de su etapa imperialista, en este museo la vieja creencia en la misi¨®n civilizadora y emancipadora de la Europa que conquistaba pa¨ªses lejanos est¨¢ todav¨ªa presente, sin disimulos ni complejos. Hay alusiones al canibalismo y al tr¨¢fico de esclavos que practicaban los ¨¢rabes de Zanz¨ªbar, plagas de las que los belgas habr¨ªan librado a los congoleses y fotos de misioneros predicando el Evangelio a masas de africanos desnudos, api?ados y arrodillados. Es verdad que se ven algunas manos cortadas y espaldas flageladas, pero, tambi¨¦n, las "acciones heroicas" de la Force Publique reprimiendo los intentos de rebeli¨®n de los nativos. Ni una sola referencia, claro est¨¢, a los 10 millones de congoleses que, seg¨²n el historiador Adam Hochschild, habr¨ªan perecido a causa de los malos tratos y la explotaci¨®n en las caucher¨ªas y las minas.
Pero no es esto lo que, a lo largo de las dos horas y media que dura la visita, me distrae todo el tiempo y me impide aprovechar como quisiera la formidable diversidad de objetos que atestan las vitrinas. Sino que el museo, a la vez que los exhibe, se exhibe demasiado a s¨ª mismo. Sus c¨²pulas, vitrales, molduras, ara?as, cortinajes, espejos biselados, est¨¢n continuamente interponi¨¦ndose con descaro entre el visitante y lo que, en teor¨ªa, es la raz¨®n de ser del edificio: revelar la realidad hist¨®rica, geogr¨¢fica, cultural y etnol¨®gica centroafricana. No hay que culpar de este exhibicionismo intruso s¨®lo al arquitecto Girault: ¨¦ste obedec¨ªa instrucciones de su patr¨®n, un rey mesi¨¢nico y megal¨®mano que, a trav¨¦s de este museo, quer¨ªa promocionar su obra y lucirse ante la posteridad. Pero, al mismo tiempo y sin saberlo, quien dise?¨® el Petit Palais y el Museo Real para ?frica Central inauguraba una tendencia de la sensibilidad y los valores est¨¦ticos que a lo ancho y lo largo de Europa occidental empujaba ya a los artistas a ser protagonistas de sus propias obras, desnaturalizando de este modo aquella antiqu¨ªsima vocaci¨®n del arte y la cultura que quer¨ªa que el creador desapareciese detr¨¢s de su obra para que ¨¦sta resplandeciera mejor y con brillo propio. Era s¨®lo el comienzo de una evoluci¨®n de la que, al cabo de unas d¨¦cadas, resultar¨ªa esa m¨¢s que curiosa innovaci¨®n: la de que cada obra arquitect¨®nica, por ejemplo, pasara en muchos casos a ser poco menos que un autorretrato, una arquitectura de autor, un arte exhibicionista y narciso en el que los museos, al igual que los ministerios, los puentes y hasta las plazas, tendr¨ªan la funci¨®n principal¨ªsima de llamar la atenci¨®n no sobre lo que hospedan sus salones o aquello para lo que se supone fueron construidos, sino sobre s¨ª mismos y sobre la inventiva y audacia de sus creadores.
Para comprobarlo hay que darse una vuelta por el Museo de las Primeras Artes y Civilizaciones de ?frica, Asia, Ocean¨ªa y de las Am¨¦ricas, como se llama el museo del Quai Branly, de Par¨ªs. Se iba a llamar de las Artes Primitivas, pero la correcci¨®n pol¨ªtica ataj¨® a tiempo esa denominaci¨®n "etnocentrista". Con este museo, el presidente Jacques Chirac quiso inmortalizar su memoria, as¨ª como Pompidou inmortaliz¨® la suya con el museo que lleva su nombre y Mitterrand con la singular Biblioteca Nacional cuyos cuatro edificios semejan cuatro libros abiertos y de pie y cuya mayor originalidad consiste en que las salas de lecturas est¨¢n en los s¨®tanos y los libros en las alturas, protegidos por costosas gelatinas de la destructora luz solar. Pero, a diferencia de ¨¦stos tres ¨²ltimos, Chirac no consigui¨® del todo su anhelo de perennidad muse¨ªstica porque al ¨²nico personaje que inmortaliza el Museo del Quai Branly es a quien lo concibi¨®, el arquitecto Jean Nouvel, el m¨¢s moderno de todos los arquitectos modernos, pues cada una de sus obras es siempre un extraordinario espect¨¢culo.
En el Museo del Quai Branly, Jean Nouvel se supera a s¨ª mismo en la marca personal que ha dejado impresa en el edificio y que va mucho m¨¢s all¨¢ de la que aparece en otras afamadas concepciones suyas como el Instituto del Mundo ?rabe en Par¨ªs, la Torre Agbar de Barcelona o la ampliaci¨®n del Museo Reina Sof¨ªa de Madrid. Sin exageraci¨®n alguna, del Museo del Quai Branly puede decirse que si extrajeran de ¨¦l las 3.500 piezas etnol¨®gicas y art¨ªsticas, el local no perder¨ªa nada, porque para lo que ¨¦l muestra y representa, su contenido es indiferente y acaso est¨¦ de m¨¢s. Pese a las minuciosas explicaciones y justificaciones de su cat¨¢logo, la verdad es que este bello monumento -lo es, sin duda- acapara de tal modo la atenci¨®n del visitante con su largo y sinuoso corredor sombreado, la floresta artificial que lo abraza, sus laber¨ªnticas salas casi a oscuras en las que echan como llamaradas de luz los nichos, hornacinas o alv¨¦olos de las esquinas donde se exhiben los objetos que ¨¦stos se esfuman, desaparecen, convertidos en detalles prescindibles, arrollados por el espectacular entorno que, con sus audacias, sorpresas, gui?os, disfuerzos, coqueter¨ªas y desplantes, absorbe de tal modo al espectador que no le da tiempo ni libertad para disfrutar de otra cosa que de la representaci¨®n que es el museo en s¨ª mismo.
Los buenos museos son, como los buenos mayordomos, invisibles. Existen s¨®lo para dar relieve, presencia y atractivo a lo que exhiben, no para exhibirse a s¨ª mismos y apabullar con su histrionismo a los cuadros, esculturas, instalaciones u objetos que albergan. ?Pruebas? Todav¨ªa quedan algunas, reminiscencias de un pasado en v¨ªas de extinci¨®n. Por ejemplo, los dos museos de arte moderno de Renzo Piano que conozco: el que dise?¨® para la colecci¨®n Du Menil, en Houston, y el museo de arte moderno de la Fundaci¨®n Bayeler, en Suiza. En ambos, los limpios espacios, la atm¨®sfera serena y sigilosa que fomenta la sencillez del dise?o y la discreci¨®n de los materiales permiten al visitante concentrarse en las obras y entablar con ellas ese silencioso di¨¢logo en que el buen arte habla y ense?a y el espectador escucha, goza y aprende. Renzo Piano debe ser uno de los ¨²ltimos grandes arquitectos que todav¨ªa creen que los museos est¨¢n al servicio de los cuadros y esculturas y no ¨¦stos al servicio del museo y su progenitor.
? Mario Vargas Llosa, 2009 ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2009.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.