"Ojal¨¢ no acabemos como los afganos"
Miles de paquistan¨ªes huyen de los combates entre el Ej¨¦rcito y los talibanes - Los islamistas hostigan a los no musulmanes para que les paguen impuestos
"Huimos de los bombardeos del Ej¨¦rcito, no de los talibanes", repite Gusa Rilal. Suena incre¨ªble. Rilal es sij, una minor¨ªa min¨²scula entre los 170 millones de paquistan¨ªes, el 95% de ellos musulmanes. Como el resto de las 70 familias que se han refugiado en el templo de Panja Sahib, en Hasanabdal, los Rilal proceden de Buner, a 100 kil¨®metros de Islamabad, donde los militares intentan desalojar a los talibanes desde el mi¨¦rcoles. Los informes dan cuenta al menos de 170 talibanes y un n¨²mero indeterminado de civiles muertos. M¨¢s de 50.000 personas han abandonado su hogar.
La ofensiva militar se puso en marcha por la presi¨®n de EE UU, que teme un avance del integrismo en Pakist¨¢n. El presidente Asif Ali Zardari viaja a Washington este mi¨¦rcoles para entrevistarse con Barack Obama. Necesita el apoyo de la Casa Blanca y ¨¦sta la garant¨ªa del Gobierno de Islamabad de que controla la situaci¨®n y de que las armas nucleares paquistan¨ªes no caer¨¢n en manos de fan¨¢ticos como los talibanes.
Los militares s¨®lo bombardean, no saben luchar contra la insurgencia
Los que no lograron huir de la guerra cuentan que la zona es un infierno
Un poco m¨¢s al oeste de Buner, en Orakzai, los extremistas est¨¢n hostigando a los sijs y exigi¨¦ndoles que paguen un impuesto a los que no son musulmanes. "Hemos o¨ªdo las noticias, pero no es nuestro caso", explica Rilal con el asentimiento de otros hombres que se han acercado a curiosear. "Los talibanes llevaban un mes en nuestra zona y nosotros no hemos tenido demasiados problemas con ellos", insiste este ingeniero que ahora comparte una habitaci¨®n con los otros 14 miembros de su familia que le acompa?aron.
"No s¨®lo nos fuimos los sijs", interviene Suran Singh, "tambi¨¦n nuestros vecinos musulmanes pensaron que era peligroso quedarse en los pueblos; los bombardeos nos hubieran pulverizado". Su reacci¨®n refleja la ambivalencia que las operaciones militares producen entre la poblaci¨®n civil. Muchos temen m¨¢s las intervenciones del Ej¨¦rcito que las imposiciones de los fan¨¢ticos islamistas. Y es que al no estar entrenados para combatir la insurgencia, los militares entran a saco con la artiller¨ªa.
Singh es uno de los pocos hombres que tapan su pelo con el tradicional turbante naranja de los sijs. La mayor¨ªa lleva la cabeza descubierta y viste la camisola larga y el pantal¨®n bombacho t¨ªpicos de Pakist¨¢n, aunque a ninguno le falta la kara, una pulsera de acero que constituye uno de los cinco s¨ªmbolos sijs. Si no fuera por los letreros en hindi y la libertad con la que las mujeres se mueven entre los hombres, podr¨ªamos estar en el patio de una casa past¨²n.
"Los pastunes siempre nos han respetado", apunta Rilal, "nos ayudan, vamos a sus casas en el Eid, nos invitan a sus bodas, y lo mismo hacemos nosotros". Aunque los sijs son parte de esta tierra desde mucho antes de la partici¨®n en 1947, la mayor¨ªa se fue cuando Pakist¨¢n se separ¨® de India. Se estima que apenas quedan 20.000, la mayor¨ªa en la Provincia de la Frontera Noroccidental, donde siempre han vivido con gran discreci¨®n.
Todos coinciden. Lo que les llev¨® a coger a sus familias y salir corriendo con lo puesto fueron los bombardeos que se iniciaron en la noche del mi¨¦rcoles al jueves de la semana pasada. "Fue horrible. No pudimos dormir y los ni?os lloraban desconsolados", recuerda Kamal Lal. Quienes reaccionaron con rapidez tardaron cinco o seis horas en llegar al gurudwara, como se denomina el lugar de culto sij. Los que esperaron hasta el d¨ªa siguiente se encontraron la carretera cortada, y el viaje se alarg¨® hasta 30 horas. ?se fue el caso de Lal, un maestro preocupado por el da?o que la interrupci¨®n de las clases tiene sobre los alumnos.
Los chavales, sin embargo, parecen encantados. A diferencia de los campos de refugiados, donde el polvo y el sol les dejan pocas alternativas de esparcimiento, el templo de Panja Sahib, uno de los tres m¨¢s sagrados de los sijs, constituye un oasis. Muchos chapotean felices en el estanque ritual que, bajo la protecci¨®n de la huella de la mano del guru Nanak, el fundador de este credo, ofrece curaci¨®n para los males del cuerpo y el esp¨ªritu. Otros corretean despreocupados por el patio de m¨¢rmol. Se trata adem¨¢s de un lugar familiar, al que suelen venir en sus festividades.
"Si hubi¨¦ramos ido a casa de parientes, les habr¨ªamos supuesto una carga. ?ste es un lugar sagrado donde podemos sentirnos seguros y adem¨¢s hay infraestructuras", justifica Rilal.
Lo confirma uno de los guardianes del templo. "Disponemos de 300 habitaciones y suficiente agua", explica mientras muestra dos enormes cisternas. El agua es un elemento esencial en los rituales sijs. A las dos piscinas (al aire libre para los hombres, cubierta para las mujeres) se suma una tercera pileta (la ¨²nica en la que est¨¢ permitido el uso de jab¨®n) para las abluciones y la limpieza de los enseres. Un pu?ado de mujeres se afana lavando la ropa que luego tienden por las barandillas.
La costumbre de reunirse para las fiestas religiosas en el gurudwara hace que la organizaci¨®n est¨¦ bastante rodada. Para la comida comunal, el responsable del centro durante los ¨²ltimos 15 a?os, Harindar Singh, ha recibido 50.000 rupias (unos 500 euros) del Departamento de Bienes Religiosos, del que dependen tambi¨¦n los templos sijs. "Nos han prometido que nos dar¨¢n m¨¢s cuando se nos acabe", asegura.
Las autoridades han expresado su solidaridad con las familias sijs afectadas por los combates. El presidente de la Property Trust Evacuee Board, Asif Hashmi, ha declarado que van a facilitar toda la cooperaci¨®n y protecci¨®n que necesiten tanto a ellos como al resto de las minor¨ªas. Ha insistido en que todos son paquistan¨ªes. Y a pesar del sectarismo que sufre esta sociedad, los entrevistados aseguran no sentirse discriminados.
"Queremos paz, no s¨®lo para nuestra minor¨ªa, sino para todo el mundo", se?ala Rilal. "Rezamos para que no acabemos como los afganos y podamos regresar pronto a nuestras casas", a?ade Singh. Atr¨¢s han quedado sus propiedades, campos con la cosecha sin recoger, tractores... "Lo importante es que hemos salvado nuestras vidas", concluye Parvin Kumar, supervisor de un proyecto de desarrollo local. Una de las pocas veces que han logrado comunicar por tel¨¦fono con uno de los vecinos que se quedaron atr¨¢s les ha descrito la situaci¨®n como "un infierno".
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