Fuegos fatuos
Queremos creer porque nuestro tiempo es limitado y somos mortales. Pasan los a?os y cada vez descubrimos m¨¢s cosas donde depositar nuestra fe. Lo contrario es desertar de la est¨¦tica. Desde el gran acontecimiento ol¨ªmpico de 2008 hasta los guerreros de terracota de la dinast¨ªa Qin hay un viaje de m¨¢s de dos mil a?os de historia de civilizaci¨®n china, pero la eminencia de Mao Zedong fue la roca sobre la que acab¨® estrell¨¢ndose una cultura que hasta ese momento sab¨ªa distinguir entre trabajo manual e intelectual. Con todo, hay que creer, aunque para conseguir la instant¨¢nea de la inmortalidad (o su posibilidad) sea necesario recrear el mayor espect¨¢culo del mundo. Cai Guo-Qiang naci¨® en Quanzhou el a?o en que Mao lanz¨® la campa?a de las Cien Flores y el Gran Salto Adelante, que pretend¨ªa alentar la productividad en una China todav¨ªa medieval. Hoy, a sus 52 a?os, su fama orilla lo fant¨¢stico. Maestro de las ceremonias de inauguraci¨®n y clausura de los Juegos Ol¨ªmpicos de Pek¨ªn, su obra est¨¢ destinada a definir a predecesores y legatarios de una tendencia en los equipamientos culturales ligada a la espectacularidad.
Cai Guo-Qiang. Queremos creer
Museo Guggenheim-Bilbao
Hasta el 6 de septiembre
El trabajo de Qiang se apoya en los pilares de la memoria y en una ansiedad freudiana por lo que vendr¨¢. Su base son los principios geom¨¢nticos del feng-shui (la site-especificidad oriental) y la teatralizaci¨®n del huoyao o "medicina de fuego", el ¨²nico avance tecnol¨®gico chino del ¨²ltimo milenio que ha tenido repercusiones globales: el artista prende fuego a la p¨®lvora y las mechas, colocadas sobre papel fibroso, ¨¦stas explosionan de manera que crean un residuo calcinado del material original. Materia y energ¨ªa est¨¢n en la misma medida (des)materializadas, un recuerdo idealizado de la revoluci¨®n cultural mao¨ªsta, "sin destrucci¨®n no hay construcci¨®n". El paso de un estado a otro constituye tanto el m¨¦todo como el significado de su arte. Utop¨ªa socialista y fracaso.
Qiang fue el primer artista chino famoso internacionalmente. Se instal¨® en Jap¨®n en 1986 y, 10 a?os m¨¢s tarde, se traslad¨® a Nueva York, donde vive. En 1999, de la mano de Harald Szeemann, pas¨® a ser un artista denostado por su propio Gobierno cuando represent¨® a su pa¨ªs en la Bienal de Venecia, con la instalaci¨®n Patio de la recaudaci¨®n de la renta, recreaci¨®n de un conjunto escult¨®rico ic¨®nico del realismo socialista, por la que se le concedi¨® el Le¨®n de Oro. En ella se representaba la miseria de los campesinos a trav¨¦s de 114 esculturas de barro de tama?o natural. La obra hab¨ªa sido durante cuarenta a?os la imagen pol¨ªtica m¨¢s copiada, ubicua y con mayor carga emociona l despu¨¦s del retrato de Mao. El Instituto de Bellas Artes de Sichuan, donde se cre¨® la pieza original en los sesenta, pretendi¨® llevar a los tribunales a Qiang por plagio y violaci¨®n de la "propiedad espiritual". Una "copia" de esta obra se muestra ahora en el Guggenheim-Bilbao, realizada por colaboradores, artistas y estudiantes de la capital vasca. La acompa?an los v¨ªdeos de sus proyectos con fuego -Proyecto para alargar la Gran Muralla China 10.000 metros, Proyecto para extraterrestres, El siglo de los Hongos At¨®micos- hechos con la ayuda de cientos de voluntarios, y la instalaci¨®n de mayores dimensiones realizada hasta la fecha, Inoportuno, que consiste en 9 carrocer¨ªas de coches dispuestos en una progresi¨®n cin¨¦tica que simula una explosi¨®n.
La obra de Qiang no puede entenderse sin los fundamentos de Michael Heizer, Robert Smithson, Nancy Holt o los Nouveaux Realistes, quienes ya en los setenta se comprometieron con los problemas de acumulaci¨®n y gasto con relaci¨®n a la devastadora destrucci¨®n de Europa despu¨¦s de la guerra. La diferencia, en el caso del autor chino, es el significado apocal¨ªptico que se le infunde desde el museo. Reducida a cenizas cuando uno deja de contemplarla. Quiero creer.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.