El ideal estadounidense
En el momento de escribir estas l¨ªneas, estoy en una biblioteca p¨²blica de Kansas City. A unos seis metros enfrente de m¨ª, sentado delante de un ordenador, hay un hombre tan gordo que me hace preguntarme si ambos pertenecemos a la misma especie. No me gusta nada estar cerca de gente gorda. Pero al igual que Chris Anderson, de los Nuggets de Denver, y Ron Artest, de los Rockets de Houston, son lo que hacen que Estados Unidos sea lo que es, me guste o no.
A todos nos gustar¨ªa ser espec¨ªmenes perfectos de la humanidad. Queremos ser altos, guapos, inteligentes y divertidos. No queremos tener problemas a la hora de controlar nuestra ira. No queremos tener problemas de adicci¨®n. Y no queremos estar gordos. Pero, para bien o para mal, algunos de nosotros los tenemos y lo somos. Decir que Artest y Anderson est¨¢n jugando bien en estos playoffs ser¨ªa un eufemismo. Anderson es muy querido entre los fans de su ciudad: su energ¨ªa como calentador de banquillo parece estar teniendo un efecto tangible en la energ¨ªa que sus compa?eros de equipo le ponen a los partidos. Parece que los Nuggets quieren ganar m¨¢s, y en parte es por Chris Anderson. Artest es todav¨ªa m¨¢s importante para el ¨¦xito de los Rockets. A veces toma decisiones cuestionables -sus ajustados triples no son la idea que tiene nadie de una buena estrategia- pero parece que ganar le preocupa de verdad, algo que, en los tiempos que corren, es muy importante. Al igual que su compa?ero Shane Battier, hace que su equipo sea mejor sin que nadie llegue a entender realmente por qu¨¦. En Estados Unidos nos gustan nuestros h¨¦roes venidos a menos. Nos identificamos m¨¢s con Batman que con Superman. Nos gusta Bill Clinton porque cometi¨® un error. Nos gust¨® El luchador no porque Mickey Rourke sea un gran actor, sino porque toc¨® fondo y volvi¨®.
Sigo escribiendo sobre mi pa¨ªs como si estos rasgos fueran espec¨ªficos de Estados Unidos. Est¨¢ claro que no lo son, pero despu¨¦s de haber vivido en Estados Unidos y en Europa, creo que es justo decir que nosotros somos un poco m¨¢s tolerantes con la gente que no encaja muy bien. No s¨¦ si eso nos convierte en un pa¨ªs bueno o malo y, a fin de cuentas, podr¨ªa ser nuestra perdici¨®n. Pero es una actitud reconfortante. Todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad, ya sea Chris Anderson despu¨¦s de una suspensi¨®n por drogas o Ron Artest despu¨¦s de una suspensi¨®n por intentar pegar a los fans. Algunos dir¨¢n que las segundas oportunidades que se les han dado son s¨ªntomas de una sociedad imperfecta. Muchas de esas personas ser¨ªan compatriotas m¨ªos. Es probable que sean religiosos y es probable que tengan sus propios secretos oscuros y bien guardados. Pero para m¨ª, y para muchos otros en Estados Unidos, estos hombres -aunque por dentro puedan ser igual de feos que el gordo por fuera- son personajes simp¨¢ticos. Me entran ganas de animarlos, aunque s¨¦ que es probable que vuelvan a cometer errores.
Al hacer esto, creo que estoy defendiendo el ideal estadounidense. Pero se me revuelve un poco el est¨®mago, porque no estoy seguro de que nuestro ideal sea bueno. Eso s¨ª, soy capaz de contener mi desasosiego porque, aunque s¨®lo sea por eso, los Rockets est¨¢n jugando contra los Lakers y me vale cualquier excusa para ir en contra de Kobe Bryant.
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