Visiones 'krugmani¨¢ticas' contra el euro
Hace unos d¨ªas, Paul Krugman manifest¨® que la pertenencia de Espa?a al euro hab¨ªa acentuado la crisis y dificultaba nuestra salida de la misma. El n¨²cleo argumental de estas y otras cr¨ªticas se puede resumir como sigue. El euro impuso a Espa?a una pol¨ªtica monetaria excesivamente expansiva. En consecuencia, la inflaci¨®n en nuestro pa¨ªs ha superado a?o tras a?o la media de la eurozona haci¨¦ndonos perder competitividad y configurando tipos de inter¨¦s reales negativos que han alentado el endeudamiento y alimentado la burbuja inmobiliaria. Adem¨¢s, la econom¨ªa no puede contar con el est¨ªmulo de la devaluaci¨®n para recuperar la competitividad perdida y propulsar la salida de la crisis. As¨ª pues, la mejora de la competitividad ha de realizarse reduciendo el avance de los costes laborales unitarios por debajo del de los otros pa¨ªses, ajuste que entra?a fuertes reducciones de los niveles de renta y empleo.
Los ajustes dolorosos de producci¨®n y empleo son menores para Espa?a dentro del euro que fuera
?Por qu¨¦ Krugman no propone que Florida y California se salgan del d¨®lar?
Los costes que se imputan al euro s¨®lo ser¨ªan tales en la medida que fueran mayores que los existentes bajo el patr¨®n alternativo que se postula: la persistencia de la peseta como moneda independiente. Los cr¨ªticos del euro olvidan que un tipo de cambio variable puede tanto depreciarse como apreciarse. Adem¨¢s, dan por sentado que una econom¨ªa relativamente peque?a y muy abierta, como la espa?ola, puede llevar a cabo una pol¨ªtica monetaria independiente de la que est¨¦n instrumentando sus principales socios comerciales. Esto es, presuponen que si Espa?a no hubiera entrado en el euro podr¨ªa haber subido sus tipos de inter¨¦s al tiempo que los principales pa¨ªses europeos los bajaban y hubiera evitado as¨ª el diferencial de inflaci¨®n e impedido la acumulaci¨®n de p¨¦rdidas de competitividad y vol¨²menes de endeudamiento como los registrados en los ¨²ltimos 10 a?os. Tambi¨¦n consideran que una devaluaci¨®n del tipo de cambio nominal ejerce siempre efectos positivos sobre los niveles de producci¨®n y empleo.
Tenemos lo m¨¢s parecido a un experimento controlado para evaluar los l¨ªmites y consecuencias de aplicar una pol¨ªtica monetaria independiente en Espa?a: lo sucedido entre 1985 y 1992. En aquel periodo, el Banco de Espa?a elev¨® intensamente los tipos de inter¨¦s, hasta situarlos casi dos veces por encima de los vigentes en los pa¨ªses centrales de Europa, a pesar de lo cual nuestra inflaci¨®n media anual casi dobl¨® la media europea. La p¨¦rdida de competitividad fue superior a la ocasionada por los amplios diferenciales de inflaci¨®n debido a la apreciaci¨®n registrada por el tipo de cambio nominal de la peseta. As¨ª, en un periodo que dur¨® la mitad de lo que lleva de vida el euro, la p¨¦rdida de competitividad fue m¨¢s del doble de la sufrida dentro de la moneda ¨²nica, siendo m¨¢s de una tercera parte de dicha p¨¦rdida atribuible a la apreciaci¨®n deltipo de cambio nominal de la peseta. Por otra parte, las sucesivas devaluaciones de la peseta no impidieron que el ajuste de la econom¨ªa se realizara mediante p¨¦rdidas voluminosas de producci¨®n y empleo, alcanzando la tasa de paro niveles cercanos al 25% en la primera mitad de 1994.
No hace falta mucha imaginaci¨®n anal¨ªtica para visualizar lo que habr¨ªa ocurrido si con los mercados de capitales y la globalizaci¨®n m¨¢s potentes a¨²n en lo que llevamos de siglo que en aquellos a?os nuestro pa¨ªs hubiera seguido con la peseta. Cualquier diferencial de tipos de inter¨¦s no s¨®lo habr¨ªa inducido una apreciaci¨®n del tipo de cambio nominal o diferenciales de inflaci¨®n a¨²n m¨¢s intensos que entonces, sino que habr¨ªa llevado a nuestros bancos a endeudarse fuertemente en divisas con bajos tipos de inter¨¦s para satisfacer la demanda de financiaci¨®n barata por parte de familias y empresas. Es dif¨ªcil saber si en estas circunstancias la burbuja inmobiliaria hubiera sido mucho menor. Ciertamente no lo ha sido en pa¨ªses que ten¨ªan una pol¨ªtica monetaria independiente, como el Reino Unido, Islandia, Hungr¨ªa o Rumania. Lo que se puede afirmar con certeza es que en todo caso habr¨ªa habido un exceso de endeudamiento y que la eventual devaluaci¨®n de la peseta habr¨ªa sido muy da?ina para las familias y empresas endeudadas y, especialmente, para nuestro sistema financiero.
Es verdad que, llegada la crisis, podr¨ªamos contar con la devaluaci¨®n del tipo de cambio nominal, pero cuando el sector privado o p¨²blico de un pa¨ªs est¨¢ fuertemente endeudado en divisas dicha devaluaci¨®n tiene efectos contractivos. Por eso, el Banco de Espa?a, como est¨¢n haciendo los bancos centrales de muchos pa¨ªses del este de Europa, se habr¨ªa visto obligado a mantener tipos de inter¨¦s muy elevados a fin de evitar el desplome del tipo de cambio y del sector financiero.
Las consideraciones anteriores sirven para refutar un mito firmemente arraigado en el subconsciente colectivo de nuestro pa¨ªs: la idea de que las devaluaciones de la peseta han sido el resorte fundamental para recuperar la competitividad perdida y suavizar las crisis econ¨®micas del pasado. El verdadero mecanismo de ajuste de la competitividad en el pasado, como en el presente, han sido las brutales p¨¦rdidas de empleo necesarias para reducir los costes laborales unitarios en presencia de la extraordinaria viscosidad nominal y real de nuestra estructura salarial. Ciertamente, las devaluaciones del tipo de cambio nominal en el pasado tuvieron efectos positivos, pero r¨¢pidamente evanescentes y adem¨¢s contrarrestados por la necesidad de mantener tipos de inter¨¦s relativamente elevados como consecuencia de las expectativas de elevada inflaci¨®n a largo plazo que anidan en un pa¨ªs propenso a devaluar de tiempo en tiempo su moneda. Las devaluaciones de la peseta de los noventa tuvieron efectos m¨¢s duraderos que otras precisamente porque la entrada en el euro ancl¨® las expectativas de inflaci¨®n muy por debajo de las que exist¨ªan antes y de las que hubieran existido si nuestro pa¨ªs se hubiera quedado fuera de la moneda ¨²nica.
En resumen, dentro o fuera de un ¨¢rea monetaria, cuando un pa¨ªs tiene un mercado de trabajo tan inauditamente distorsionado como el nuestro est¨¢ condenado a realizar cualquier ganancia duradera de competitividad a costa de ajustes de producci¨®n y empleo. Estos ajustes son menores dentro que fuera del euro por dos razones. En primer lugar, porque en el euro las p¨¦rdidas de competitividad son de menor entidad ya que el tipo de cambio nominal frente al grueso de nuestros socios comerciales no se puede apreciar durante la fase expansiva y el diferencial de precios acumulado es inferior por el anclaje de las expectativas de inflaci¨®n a largo plazo. En segundo lugar, porque los tipos de inter¨¦s son significativamente menores cuando se elimina la propensi¨®n a las devaluaciones recurrentes.
Comparado con estos beneficios, los costes de perder la posibilidad de una devaluaci¨®n, que en el mejor de los casos tendr¨ªa efectos ef¨ªmeros y r¨¢pidamente contraproducentes, son irrisorios. Krugman terminaba sus admoniciones sobre Espa?a comparando la situaci¨®n de nuestro pa¨ªs con la de California y Florida, se?alando la ineluctable necesidad en unas y otras econom¨ªas de sufrir dolorosos ajustes de producci¨®n y empleo. Es curioso, sin embargo, que no postulara para esos dos Estados norteamericanos lo que predicaba para Espa?a: que hubieran estado mejor si en lugar de adoptar el d¨®lar hubieran tenido una moneda propia susceptible de devaluarse frente a la del resto de Estados del pa¨ªs.
Jos¨¦ Luis Feito es economista.
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