Europa pierde protagonismo
Reafirmar la UE y potenciar una pol¨ªtica exterior m¨¢s coordinada resulta imprescindible en un mundo en el que comienzan a descollar las grandes potencias no europeas
Unos pa¨ªses que se sobrevuelan en avi¨®n. Un lugar lleno de ancianos. Un continente que prefiere contar poco. "Un actor internacional en un estado de confusi¨®n estrat¨¦gica". D¨¦bil, dividido e hip¨®crita. La tierra del quiz¨¢. ?sas son las cosas que dicen sobre Europa muchos comentaristas en Washington, Mosc¨² y Pek¨ªn. Y eso es lo que los europeos tenemos que transformar.
Incluso para un europeo que no sienta ning¨²n apego emocional, intelectual ni idealista a la Uni¨®n Europea -incluso, por ejemplo, para el que probablemente ser¨¢ el pr¨®ximo ministro brit¨¢nico de Exteriores, el conservador y euroesc¨¦ptico William Hague-, los argumentos racionales en favor de que los 27 Estados miembros de la UE tengan una pol¨ªtica exterior m¨¢s firme y coordinada son abrumadores. En un mundo cada vez m¨¢s caracterizado por el ascenso de las grandes potencias no europeas, sobre todo China, el poder relativo de los Estados europeos, incluso los m¨¢s grandes, ha disminuido y va a seguir disminuyendo (que no es lo mismo que decir que est¨¦n sufriendo un declive nacional: un pa¨ªs puede ser cada vez m¨¢s rico y, al mismo tiempo, tener cada vez menos poder relativo en el mundo).
Los obst¨¢culos para crear la pol¨ªtica exterior europea son institucionales, pol¨ªticos y culturales
Durante la presidencia francesa de la UE, el presidente Sarkozy fue un l¨ªder din¨¢mico y a veces eficiente
Si creen que estoy hablando de alg¨²n remoto c¨¢lculo de nuestra influencia en el extranjero, el pan diario de los diplom¨¢ticos pero algo que interesa s¨®lo marginalmente a la gente corriente, est¨¢n equivocados. Como hemos descubierto todos, a nuestra costa, en los ¨²ltimos seis meses, nuestro trabajo, nuestros ahorros, nuestras hipotecas, nuestra salud y nuestra seguridad personal sufren directamente los efectos de problemas mundiales como la actual crisis financiera y econ¨®mica, las migraciones masivas, el crimen organizado internacional, el cambio clim¨¢tico y la amenaza de pandemia, y no son cosas que cada Estado pueda afrontar por separado. Incluso si s¨®lo se tiene en cuenta el propio inter¨¦s nacional, en un c¨¢lculo fr¨ªo y digno de Palmerston, los argumentos en favor de una mayor concentraci¨®n de poder entre unos Estados vecinos y econ¨®micamente integrados es irrefutable.
Estoy en Estocolmo, donde un grupo de europeos, que incluye miembros de think-tanks, hombres de negocios, escritores, diplom¨¢ticos, activistas de la sociedad civil, algunos ex presidentes y unos cuantos ex ministros de Exteriores, se han reunido esta semana para llegar a las conclusiones necesarias. Estados Unidos posee desde hace mucho tiempo un Consejo de Relaciones Exteriores, uno de cuyos prop¨®sitos es mejorar la pol¨ªtica exterior estadounidense. El reci¨¦n creado Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR en sus siglas en ingl¨¦s), por el contrario, tendr¨¢ que trabajar para crear una pol¨ªtica exterior europea antes de poder empezar a mejorarla. Como dec¨ªan en los libros antiguos de cocina: primero, c¨®jase una liebre. (Para que todo quede claro, revelar¨¦ que soy miembro del ECFR y pertenezco a su junta).
Los obst¨¢culos para crear algo que merezca el nombre de pol¨ªtica exterior europea son grandes. Son institucionales, pol¨ªticos y, en el sentido m¨¢s amplio, culturales. Europa ha dedicado ya demasiado tiempo a su organizaci¨®n institucional. El conjunto de parches que constituye el Tratado de Lisboa, que desde luego no es una constituci¨®n europea, nos permitir¨¢ mejorar algo esa organizaci¨®n, siempre que los irlandeses voten s¨ª (con algunos incentivos m¨¢s, como que cada pa¨ªs siga teniendo un comisario europeo) en un segundo refer¨¦ndum este oto?o y los euroesc¨¦pticos presidentes polaco y checo firmen lo que sus parlamentos ya han aprobado.
Entonces podr¨ªamos comenzar la dura tarea de agrupar m¨¢s los recursos humanos y financieros de los dos lados de la Rue de la Loi en Bruselas, la Comisi¨®n Europea y el Consejo de Ministros intergubernamental, para crear un Servicio de Acci¨®n Externa (es decir, un servicio exterior) a las ¨®rdenes de quien suceda a Javier Solana como Alto Representante para la Pol¨ªtica Exterior y de Seguridad de la UE, el cargo considerado a veces, de manera informal pero no demasiado exacta, como ministro de Exteriores de la Uni¨®n. Tambi¨¦n habr¨ªa un nuevo presidente del Consejo Europeo, el m¨¢ximo ¨®rgano de los jefes de Gobierno de la UE, con un mandato de dos a?os y medio.
Despu¨¦s de hablar con un personaje importante de la futura presidencia sueca de la UE, me he dado cuenta de la locura que van a ser los ¨²ltimos meses de 2009. Si los irlandeses votan s¨ª (tal vez en octubre); los presidentes Lech Kaczynski, de Polonia, y V¨¢clav Klaus, de la Rep¨²blica Checa, ratifican con su firma el Tratado de Lisboa y Alemania forma un Gobierno de coalici¨®n (para lo que normalmente hacen falta varias semanas) tras sus elecciones generales a finales de septiembre, la presidencia sueca quiz¨¢ convoque una cumbre extraordinaria para llegar a un acuerdo sobre el primer presidente del Consejo Europeo, el nuevo Alto Representante y otras medidas pr¨¢cticas. Eso quiere decir las complejas negociaciones habituales -entre unos pa¨ªses y otros, la izquierda y la derecha, los Estados peque?os y los grandes, el norte y el sur, los miembros antiguos y los nuevos, los latinos, los germ¨¢nicos y los eslavos, hombres y mujeres- con las dos nuevas personas previstas para conducir, en cierto equilibrio vagamente representativo, los otros dos caballos de la futura cuadriga de la UE: el presidente de la Comisi¨®n Europea y el presidente del Parlamento Europeo. (Estados Unidos tiene un presidente que es verdaderamente un presidente; la UE tiene tres o cuatro, y ninguno de ellos lo es en realidad).
Los nombres que se mencionen a puerta cerrada en esas salas de negociaciones ser¨¢n importantes. Tony Blair es uno de los candidatos no declarados a ser lo que los peri¨®dicos llamar¨¢n equivocadamente presidente de Europa. Me cuentan que los franceses est¨¢n impulsando al ins¨ªpido ex comisario Michel Barnier como Alto Representante. Creo que m¨¢s nos valdr¨ªa tener un presidente menos destacado y m¨¢s capaz de crear consenso para el Consejo Europeo y, en cambio, un Alto Representante de m¨¢s perfil y m¨¢s en¨¦rgico: alguien como Joschka Fischer, por ejemplo, que en la actualidad es uno de los co-presidentes del ECFR, o Carl Bildt, el ministro sueco de Exteriores. Es el Alto Representante, no el llamado presidente, quien dispondr¨¢ del equipo y el dinero necesarios, y quien tendr¨¢ como tarea principal empezar a construir una pol¨ªtica exterior europea mejor coordinada, si es que los Estados miembros lo permiten.
Porque, aunque los irlandeses voten s¨ª, cosa que tienen perfecto derecho a no hacer, e incluso aunque se ponga en marcha la mejor organizaci¨®n institucional posible y se cuente con las mejores personalidades, por ahora, parece poco probable. El presidente Nicolas Sarkozy fue un l¨ªder din¨¢mico -y a veces eficiente- durante la presidencia francesa de la UE, pero tiene cierta tendencia a confundir Europa con Francia y Francia con Sarkozy. Alemania es un pa¨ªs europeo cada vez m¨¢s normal, en el sentido de que da prioridad a sus intereses nacionales inmediatos (un triste tema sobre el que volver¨¦). A partir de 2010, la pol¨ªtica exterior brit¨¢nica estar¨¢ seguramente en manos de euroesc¨¦pticos como William Hague. Y Silvio Berlusconi es... Silvio Berlusconi.
Y aunque los l¨ªderes de los Estados m¨¢s importantes mostrasen la voluntad pol¨ªtica, siguen existiendo problemas m¨¢s profundos de lo que podr¨ªamos llamar culturales. Nuestra pol¨ªtica sigue siendo abrumadoramente nacional y nuestros medios son sobre todo nacionales o, al menos, circunscritos a comunidades ling¨¹¨ªsticas concretas: angl¨®fona, franc¨®fona, hisp¨¢nica, germ¨¢nica, polaca, lusa, estonia. Por eso es muy dif¨ªcil tener un debate popular genuinamente paneuropeo sobre la pol¨ªtica exterior (este art¨ªculo, por ejemplo, quiz¨¢ aparece traducido en varios peri¨®dicos europeos, pero sigue siendo algo espor¨¢dico y poco habitual). Y la mayor¨ªa de los europeos no tiene la costumbre de pensar sobre los intereses de Europa en el mundo desde un punto de vista estrat¨¦gico. ?C¨®mo se puede crear una pol¨ªtica exterior sin una sociedad organizada con un sistema de gobierno y sin el respaldo de la poblaci¨®n?
Nuestros cr¨ªticos chinos, rusos y norteamericanos tienen serios motivos para llegar a la conclusi¨®n de que Europa no hace las cosas como es debido. Nuestro deber es, contra todo pron¨®stico, demostrar que no tienen raz¨®n.
www.timothygartonash.com Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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