Recuperar el porvenir
Una de las cosas que la crisis econ¨®mica ha puesto de manifiesto es que tenemos, en tanto que sociedades, grandes dificultades para relacionarnos con nuestro propio futuro, que estamos insistentemente distra¨ªdos con el corto plazo. Vivimos en la tiran¨ªa del presente, es decir, de la actual legislatura, el corto plazo, el consumo, nuestra generaci¨®n, la proximidad... Es la econom¨ªa que privilegia la l¨®gica financiera, el beneficio frente a la inversi¨®n, la reducci¨®n de costes frente a la cohesi¨®n de la empresa. Practicamos un imperialismo que ya no es espacial sino temporal, del tiempo presente, que lo coloniza todo.
A la vista de todo ello, tiene sentido preguntarse si la democracia en su forma actual est¨¢ en condiciones de desarrollar una conciencia suficiente del futuro para evitar situaciones de peligro alejadas en el tiempo.
Vivimos en la tiran¨ªa del presente, del corto plazo. La democracia, no obstante, deber¨ªa pensar el futuro
La consecuencia l¨®gica de la tiran¨ªa del presente es que el futuro queda desatendido, que nadie se ocupa de ¨¦l. El futuro distante deja de ser un objeto relevante de la pol¨ªtica y la movilizaci¨®n social. Lo que est¨¢ demasiado presente impide la percepci¨®n de las realidades latentes o anticipables, y que muchas veces son m¨¢s reales que lo que ocupa actualmente toda la escena. ?O es que resulta razonable prestar tal atenci¨®n a las amenazas presentes que dejemos de percibir los riesgos futuros? ?Estamos realmente dispuestos a que las posibilidades actuales arruinen las expectativas del futuro?
La principal urgencia de las democracias contempor¨¢neas no es acelerar los procesos sociales sino recuperar el porvenir. Hay que volver a situar al futuro en un lugar privilegiado de la agenda de las sociedades democr¨¢ticas. El futuro debe ganar peso pol¨ªtico. Sin esa referencia al futuro no ser¨ªan posibles muchas cosas espec¨ªficamente humanas, como todas las que requieren previsi¨®n o suponen la capacidad de anticipar escenarios futuros.
Configurar una suerte de responsabilidad respecto del futuro es una tarea para la cual la pol¨ªtica es fundamental. El problema estriba en que el futuro es pol¨ªticamente d¨¦bil, ya que no cuenta con abogados poderosos en el presente, y son las instituciones las que deben hacerlo valer. Las sociedades contempor¨¢neas tienen una enorme capacidad de producir futuros, es decir, de condicionarlos o posibilitarlos. Por contraste, el conocimiento de esos futuros es muy limitado. El alcance potencial de sus acciones y los efectos de sus decisiones son dif¨ªcilmente anticipables. Como el futuro no puede ser conocido, la responsabilidad suele quedar fuera de consideraci¨®n. Pero esta dificultad de conocer la repercusi¨®n real de nuestras acciones en el futuro no nos exime del esfuerzo deponderarlas desde una perspectiva temporal m¨¢s amplia.
Vivimos en una sociedad tan din¨¢mica que, sin el esfuerzo de la imaginaci¨®n, el futuro podr¨ªa escap¨¢rsenos en el ajetreo de las ocupaciones cotidianas. La elevada complejidad empuja hacia un presentismo sin perspectiva. El ejercicio rutinario de las instituciones, dominado en gran medida por los imperativos de la econom¨ªa mundial, y su transposici¨®n sin la menor perspectiva de futuro impide la correcci¨®n de las anomal¨ªas no deseadas y el aprovechamiento de las oportunidades comunes.
Y es que el instantane¨ªsmo impide tomar decisiones coherentes. Cuando la perspectiva es temporalmente estrecha corremos el riesgo de someternos a la "tiran¨ªa de las peque?as decisiones" (Kahn), es decir, ir sumando decisiones que, al final, conducen a una situaci¨®n que inicialmente no hab¨ªamos querido, algo que sabe cualquiera que haya examinado c¨®mo se produce, por ejemplo, un atasco de tr¨¢fico. Cada consumidor, mediante su consumo privado, puede estar colaborando a destruir el medio ambiente, y cada votante puede contribuir a destruir el espacio p¨²blico, lo que no quieren y que, adem¨¢s, har¨ªa imposible la satisfacci¨®n de sus necesidades. Si hubieran podido anticipar ese resultado y anular o, al menos, moderar su inter¨¦s privado inmediato habr¨ªan actuado de otra manera.
Cuando las decisiones son adoptadas con una visi¨®n de corto plazo, sin tener en cuenta las externalidades negativas y las implicaciones en el largo plazo, cuando los ciclos de decisi¨®n son demasiados cortos, la racionalidad de los agentes es necesariamente miope. Hay bienes comunes que s¨®lo se pueden asegurar articulando medidas inmediatas con el largo plazo: el medio ambiente, la paz, la estabilidad institucional, la confianza econ¨®mica, la sostenibilidad en general... Su gesti¨®n requiere cambios a nivel individual, colectivo e institucional para incluir en nuestras consideraciones y pr¨¢cticas una perspectiva temporal m¨¢s amplia.
Pero para ello necesitamos una diferente base conceptual a la hora de pensar nuestra relaci¨®n con el futuro y su configuraci¨®n. Con los debates acerca del cambio clim¨¢tico, la energ¨ªa nuclear, la ingenier¨ªa gen¨¦tica, la gesti¨®n de los riesgos financieros, el futuro ha irrumpido en la pol¨ªtica del presente. Para la conducci¨®n de ese debate ya no valen las cl¨¢sicas instituciones que dise?aron el futuro de las democracias liberales: ni la ciencia determinista, ni la econom¨ªa que tiende a ver el futuro como un recurso m¨¢s, ni el derecho que entiende la justicia como el resultado del contrato entre los contempor¨¢neos y carece de instrumentos para anticipar los derechos de quienes vienen despu¨¦s. Ninguno de estos sistemas est¨¢n hoy por hoy equipados con los procedimientos para entender y regular un ¨¢mbito temporal en el que el futuro juega un papel decisivo.
El futuro se ha convertido en un problema en las sociedades contempor¨¢neas, quiz¨¢s nuestro mayor problema, pero tal vez tambi¨¦n la v¨ªa de soluci¨®n para proceder a una reforma de la pol¨ªtica. Nuestro mayor desaf¨ªo consiste en volver a pensar y articular en la pr¨¢ctica la relaci¨®n entre acci¨®n, conocimiento y responsabilidad. Tenemos que proceder a una relegitimaci¨®n de nuestras intervenciones en el futuro, de nuestras condiciones de producci¨®n de futuro, en los nuevos escenarios sociales de una mayor complejidad, incertidumbre e interdependencia.
No se trata de predecir el futuro, algo cada vez m¨¢s dif¨ªcil, si es que alguna vez esa pretensi¨®n ha tenido sentido; lo que se nos exige es convertirlo en una categor¨ªa reflexiva, incluirlo, con toda su carga de incertidumbre y contingencia, en nuestros horizontes de pensamiento y acci¨®n. El futuro ha de ser gestionado mediante procesos que representen una gran innovaci¨®n institucional.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza. Acaba de publicar El futuro y sus enemigos. Una defensa de la esperanza pol¨ªtica.
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