La crueldad de Dante
La decisi¨®n del presidente Obama de dar a conocer los documentos sobre las pr¨¢cticas interrogatorias de Guant¨¢namo y Abu Ghraib y, al mismo tiempo, no ordenar la investigaci¨®n de quienes llevaron a cabo tales pr¨¢cticas, me record¨® un caso bien anterior, en el que el sistema legal es tambi¨¦n utilizado para justificar la tortura, y en el cual el torturador tampoco es condenado por sus acciones. Ocurre casi al final del viaje al infierno de Dante, en el Canto XXXII de su Comedia.
Siguiendo a Virgilio por los varios c¨ªrculos infernales, Dante llega al lago glacial en el que las almas de los traidores son presas hasta el cuello en el hielo. Entre las terribles cabezas que gritan y maldicen, Dante cree reconocer la de un cierto Bocca degli Abati, culpable de haber traicionado a los suyos y haberse aliado al enemigo. Dante pide a la inclinada cabeza que le diga su nombre y, como es ya su costumbre a lo largo del m¨¢gico descenso, promete al pecador fama p¨®stuma en sus versos cuando vuelva al mundo de los vivos. Bocca le contesta que lo que desea es precisamente lo contrario, y le dice a Dante que se vaya y no lo fastidie m¨¢s.
No puede haber seguridad en una sociedad que reh¨²sa investigar y condenar actos de tortura
Furioso ante el insulto, Dante coge a Bocca por el pescuezo y le dice que, a menos que confiese su nombre, le arrancar¨¢ cada pelo de la cabeza. "A¨²n si me dejases calvo", le contesta el desdichado, "no te dir¨ªa quien soy, no te mostrar¨ªa mi cara/ aunque mil veces me azotases". Entonces Dante le arranca "otro pu?ado de pelo", haciendo que Bocca lance aullidos de dolor. Mientras tanto, Virgilio, encargado por la voluntad divina de guiar al poeta, observa y guarda silencio.
Podemos interpretar ese silencio de Virgilio como aprobaci¨®n. Varios c¨ªrculos antes, en el Canto VIII, cuando los dos poetas navegan a trav¨¦s del R¨ªo Estigio, Dante, viendo c¨®mo uno de los condenados se alza de las aguas inmundas, le pregunta, como siempre, de qui¨¦n se trata. El alma pecaminosa no le da su nombre, s¨®lo le dice que es "uno que llora" y Dante, sin conmoverse, lo maldice ferozmente. Virgilio, sonriente, toma a Dante en sus brazos y lo alaba con las palabras que San Lucas us¨® para alabar a Cristo. Entonces Dante, alentado por la reacci¨®n de su maestro, le dice que nada le dar¨ªa mayor placer que ver al condenado volver a hundirse en el fango atroz. Virgilio le dice que as¨ª ocurrir¨¢, y el episodio concluye con Dante agradeciendo a Dios la concesi¨®n de su deseo.
A trav¨¦s de los siglos, los comentadores de Dante han intentado justificar estos actos como ejemplos de "noble indignaci¨®n" u "honorable c¨®lera", que no es un pecado como la ira (seg¨²n Santo Tom¨¢s de Aquino, uno de las fuentes intelectuales de Dante), sino una virtud nacida de una "causa justa". El problema, claro est¨¢, reside en la lectura del adjetivo "justo". En el caso de Dante, "justo" se refiere a su comprensi¨®n de la incuestionable justicia de Dios. Sentir compasi¨®n por los condenados es "injusto" porque significa oponerse a la imponderable voluntad divina.
Tan s¨®lo tres cantos antes, Dante cae desmayado de piedad cuando el alma de Francesca, condenada a girar para siempre en el vendaval que castiga la lujuria, le cuenta su triste caso. Pero ahora, m¨¢s avanzado en su ejemplar descenso, Dante ha perdido su flaqueza sentimental y su fe en la autoridad es m¨¢s robusta.
Seg¨²n la teolog¨ªa dantesca, el sistema legal impuesto por Dios no puede ser tachado ni de err¨®neo ni de cruel; por lo tanto, todo lo que decrete debe ser "justo" aun cuando se halle m¨¢s all¨¢ del entendimiento humano. Las acciones de Dante -la tortura deliberada del prisionero preso en el hielo, su s¨®rdido deseo de ver al otro prisionero ahogarse en el lodo- deben ser entendidas (dicen los comentadores) como una humilde obediencia a la Ley y a una incuestionable Autoridad Mayor.
Un argumento similar es propuesto hoy en d¨ªa por quienes argumentan contra la investigaci¨®n y condena de los torturadores. Y sin embargo, habr¨¢ pocos lectores de Dante que no sientan, al leer esos pasajes infernales, un mal sabor de boca. Quiz¨¢s sea porque, si la justificaci¨®n de la aparente crueldad dantesca yace en la naturaleza de la voluntad divina, entonces, en lugar de sentir que las acciones de Dante son redimidas por la fe, el lector siente que la fe es envilecida por las acciones de Dante.
De la misma manera, el impl¨ªcito perd¨®n a los torturadores, s¨®lo porque los abusos ocurrieron en un pasado inmutable y bajo la autoridad y ley de otra administraci¨®n, en lugar de alimentar la fe en la pol¨ªtica del Gobierno actual, la envilece. Peor a¨²n: t¨¢citamente aceptada por la Administraci¨®n de Obama, la vieja excusa de "s¨®lo obedec¨ª las ¨®rdenes" adquirir¨¢ renovado cr¨¦dito y servir¨¢ de antecedente para futuras exoneraciones.
G. K. Chesterton dijo alguna vez: "Obviamente, no puede haber seguridad en una sociedad en la que el comentario de un juez de la Corte Suprema, diciendo que asesinar est¨¢ mal, sea visto como un epigrama original y deslumbrante". Lo mismo puede decirse de una sociedad que, bajo no importa qu¨¦ circunstancias, reh¨²sa investigar y condenar infames actos de tortura.
Alberto Manguel es escritor y cr¨ªtico literario argentino.
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