El viaje a ninguna parte
Romano Prodi fue un primer ministro paciente y posibilista. No ped¨ªa mucho de sus ministros. En realidad, se conformaba con que no salieran a la calle a manifestarse contra ¨¦l. Lo dem¨¢s, al fin y al cabo, era secundario. ?Que Refundaci¨®n Comunista se opon¨ªa a la presencia de tropas italianas en Afganist¨¢n? Bueno. ?Que los Verdes se opon¨ªan al tren de alta velocidad? Bueno. ?Que los Comunistas Italianos se opon¨ªan furiosamente a la OTAN? Bueno. Bueno. Ante cualquier metedura de pata de los suyos, Prodi suspiraba y sonre¨ªa. "Son an¨¦cdotas, detalles sin trascendencia", dec¨ªa.
El pobre Mortadela, como llamaban a Prodi incluso los suyos, estaba habituado a arbitrar entre contrarios. Hab¨ªa sido presidente de la Comisi¨®n Europea, en una ¨¦poca (1999-2004) en que el objetivo fundamental consist¨ªa en evitar rupturas.
El rictus facial de Montilla se parece cada vez m¨¢s al de Romano Prodi, quiz¨¢ porque sabe que s¨®lo vale resistir
A Prodi, por tanto, sol¨ªa bastarle con resistir. Cada d¨ªa de supervivencia era una victoria, porque significaba que Silvio Berlusconi segu¨ªa en la oposici¨®n. Era necesario, para esa cotidiana victoria, ceder en lo accesorio. Es decir, ceder en cualquier cosa que no significara la ca¨ªda del Gobierno. Ten¨ªa una mayor¨ªa estrech¨ªsima en el Senado y, como apunt¨¢bamos antes, su coalici¨®n funcionaba como la tropa de Pancho Villa. ?Qu¨¦ hacer? No arriesgarse. Lo m¨¢s frecuente era que sus proyectos de ley quedaran muertos en el Parlamento, sin llegar a someterse a votaci¨®n, para no sufrir una derrota.
Fue una ¨¦poca curiosa. La "coalici¨®n arco iris" de Prodi, que abarcaba desde el centro derecha de Mastella hasta la izquierda que a¨²n cre¨ªa en los soviets, era una olla de grillos sin apenas eficacia. Desde el despacho del Mortadela no se pod¨ªa o¨ªr el ruido de la calle: quedaba cubierto por el ruido procedente de otros despachos, donde las luchas entre un partido y otro, y las luchas internas en cada partido, emit¨ªan un estruendo constante. La calle, por otra parte, s¨®lo emit¨ªa un modesto murmullo. De estupor, de decepci¨®n, de resignaci¨®n. ?D¨®nde estaban las prometidas reformas? ?D¨®nde estaba la modernizaci¨®n? ?D¨®nde estaba la rectificaci¨®n de las medidas berlusconianas? Al final, todas las preguntas de la calle se reduc¨ªan a una sola: ?vamos hacia alguna parte? La respuesta tambi¨¦n se reduc¨ªa a una sola: seguimos en el Gobierno, e Il Cavaliere sigue en su casa. ?se era el ¨¦xito.
El final de aquel Gobierno, que dur¨® poco m¨¢s de dos a?os, es bien conocido. Se impuls¨® un nuevo partido, el Partido Democr¨¢tico, con la fusi¨®n de los antiguos democristianos y los antiguos comunistas, con el fin de construir un eje s¨®lido y reducir la importancia de los llamados partitini. El alcalde de Roma, Walter Veltroni, gan¨® clamorosamente unas primarias y se convirti¨® en el obvio sucesor. Le bastaba con ganar tambi¨¦n las inminentes elecciones anticipadas, y esa victoria estaba al alcance de la mano. En el Partido Democr¨¢tico, con total sinceridad, cre¨ªan que iban a imponerse. No por lo que hab¨ªan hecho, que equival¨ªa a nada, sino por lo que, con los mismos materiales de Prodi, iban a hacer en el futuro.
La cat¨¢strofe de 2008 fue apote¨®sica. Berlusconi regres¨® triunfalmente al poder, lo cual, en materia de desastres, resultaba considerable desde el punto de vista de la izquierda. Pero eso no fue, ni de lejos, lo peor. Lo peor fue que la antigua coalici¨®n prodiana, una vez fuera del poder, descubri¨® que no era nada, que no exist¨ªa sin la victoria cotidiana de la resistencia en el poder. Y, sobre todo, que no ten¨ªa la m¨¢s m¨ªnima perspectiva de retorno al Gobierno.
Eso no fue un ejemplo m¨¢s de la crisis de la izquierda europea. Fue la autoaniquilaci¨®n, por ineficiencia y por acumulaci¨®n de meteduras de pata "intrascendentes", de todo aquello que se opon¨ªa al berlusconismo.
No hay en Catalu?a (hasta donde alcanza la vista) un Berlusconi, ni un prometedor Veltroni, ni la ambici¨®n de un Partido Democr¨¢tico. Y Montilla, un hombre incrustado desde siempre en el aparato socialista, no es un tecn¨®crata sin partido como Prodi.
Y, sin embargo, el rictus facial de Montilla se parece cada vez m¨¢s al del Mortadela. Quiz¨¢ porque sabe que no llegar¨¢ el milagro de una financiaci¨®n espl¨¦ndida para Catalu?a. Quiz¨¢ porque, llegado este punto, sabe que s¨®lo vale resistir. Ignoro si desde su despacho se oye el rumor de la calle o la discusi¨®n del despacho de al lado. Pero cada vez que veo su media sonrisa encajada en una expresi¨®n r¨ªgida, pienso en el ejemplo italiano. Y en aquella pregunta que flotaba en el ambiente: ?vamos hacia alguna parte?
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