Hijos, ficci¨®n y memoria
Tiene algo de catarro, se tienta la frente pero no tiene fiebre, y est¨¢ en su rinc¨®n, bajo los grabados de Goya, en su casa de Behlendorf, cerca de L¨¹beck. Tiene ya 81 a?os, para 82, que cumplir¨¢ el 16 de octubre, y la edad le pesa. La aligera escribiendo. Y dibujando, y esculpiendo, y caminando por el jard¨ªn ahora primaveral de esta casa en la que ¨¦l y Ute, su mujer, comparten recuerdos, palabras y silencio. Los hijos, de varios matrimonios, est¨¢n desperdigados por el mundo, los de ¨¦l (seis, con distintas madres) y los de Ute (dos), pero tienen ahora, para los lectores tambi¨¦n, un extraordinario protagonismo, porque son los que hablan en su ¨²ltimo libro, La caja de los deseos (Alfaguara), casi tan arriesgado como Pelando la cebolla, aquella primera autobiograf¨ªa en la que tom¨® la decisi¨®n de contar con todo detalle algo que ya hab¨ªa insinuado otras veces: que estuvo en las SS hitlerianas cuando ten¨ªa 17 a?os. Ahora no se armar¨¢ la que se arm¨® entonces, porque La caja de los deseos es s¨®lo un esc¨¢ndalo privado, sobre las dif¨ªciles relaciones del padre (G¨¹nter, papa¨ªto, papi, El Viejo...) con hijos que siempre le vieron buscando algo que contar, en su estudio, ensimismado, silencioso, "un padre incapaz", como ¨¦l dice ahora y se dice tambi¨¦n en la novela. El libro es una mezcla de ficci¨®n y realidad y narra distintos encuentros con los ocho hijos que ha tenido o que comparte con sus sucesivas mujeres; son ocho hijos, algunos mayores de cincuenta a?os, cuya voz interpreta el premio Nobel y premio Pr¨ªncipe de Asturias de 1999 muchas veces para ejercer una autocr¨ªtica feroz y otras veces para expresar ternura, cr¨ªtica, indiferencia..., todos los sentimientos que se reflejan en la relaci¨®n de los hijos con el padre. Es un libro de Grass, en el que el autor de El tambor de hojalata parece mantenerse al margen, de modo que es un libro suyo dicho por los hijos. Le encontramos, en esta ocasi¨®n, especialmente tierno, como si la edad tambi¨¦n estuviera limando sus aristas, y casi no hablamos de pol¨ªtica, que es un asunto tan querido por ¨¦l; algunas cosas dijo del presidente de Estados Unidos Barack Obama, y de la crisis, pero habl¨® sobre todo de literatura, y de los hijos, de la rara relaci¨®n que el tiempo impulsa en la familia. Luego nos invit¨® a una cena de callos que prepar¨® Ute, con una receta portuguesa, me parece. Estuvimos acompa?ados por Grita Loebsack, que nos sirvi¨® de int¨¦rprete y que es la cotraductora, colaboradora de su marido, Miguel S¨¢enz, de los ¨²ltimos libros de Grass, incluido este. Es un libro dif¨ªcil de escribir, muchas veces conmovedor, y raro, y por ah¨ª, por esa rareza que contiene (las confesiones de los hijos con el padre presente) comenzamos a hablar en su luminoso estudio de Behlendorf.
"Sigo siendo un revisionista y un reformador. Y estoy hablando de Europa. Las revoluciones en Europa siempre han acabado mal"
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PREGUNTA. A veces he pensado si usted no es uno de sus hijos.
RESPUESTA. ?Ja, ja, ja! Lo que me ha atra¨ªdo de esta fase autobiogr¨¢fica en la que estoy, despu¨¦s de haber escrito Pelando la cebolla, sobre los a?os de mi juventud, hasta El tambor de hojalata, es tratar sobre la situaci¨®n familiar, que a veces es tan confusa. Hay muchos elementos en juego en esa relaci¨®n, y yo quise abordarla en forma de di¨¢logo. Y empiezo el libro como si fuera a contar una f¨¢bula: "?rase una vez...". Y el libro adquiere un tono como de cuento de hadas, por eso seguramente has tenido la impresi¨®n de toparte conmigo como si fuera un ni?o...
P. Y como un padre, a la vez.
R. Y yo mismo me llamo padre incapaz, deficiente. Es muy l¨®gico que, siendo padre de ocho hijos distintos, de madres diferentes tambi¨¦n, a pesar de todo el amor, la simpat¨ªa, de las relaciones cari?osas, esta sensaci¨®n de que soy un padre incapaz o deficiente aparezca una y otra vez... Y aparece tambi¨¦n el estado de confusi¨®n en el que se encuentran a veces los hijos en determinadas situaciones. Pienso, por ejemplo, cuando se quebr¨® mi primer matrimonio. En el fondo trato de mi propio estado de confusi¨®n, porque soy yo quien ha causado esas situaciones.
P. ?Le dio pudor? ?Aprendi¨® haciendo esa autocr¨ªtica que pone en boca de sus hijos? ?Qu¨¦ aprendi¨® de ellos?
R. Mi intenci¨®n era describir o presentar todo ese ¨¢mbito familiar sin culpar a nadie, y creo que lo he conseguido. He descrito sin decir "¨¦ste es culpable" o "yo soy el culpable". Aparte de que creo que la posici¨®n del padre es siempre un poco dudosa... Cuando termin¨¦ la primera versi¨®n del libro envi¨¦ el manuscrito a todos los hijos, y luego tuvimos una discusi¨®n muy larga y muy intensa con ellos; vinieron casi todos, y les hice caso. Uno no quer¨ªa que saliese esto, el otro quer¨ªa que esto se presentara de una forma distinta..., y les hice caso. Y a pesar de haber tomado muy en serio todo lo que dijeron siempre he insistido en que el que escribe soy yo, yo soy el que tiene la sart¨¦n por el mango. Todo ese temor, esa aversi¨®n a revelar la vida ¨ªntima de los hijos a los lectores no es para m¨ª un argumento. Ellos forman parte de mi vida, pero esta es mi vida tambi¨¦n. As¨ª que tengo derecho a exponer mi vida, y los hijos forman parte de mi vida.
P. ?Sobre qu¨¦ se produjo m¨¢s discusi¨®n con ellos?
R. Me sorprendi¨® que no les interesara en absoluto el car¨¢cter literario o art¨ªstico del libro, lo pasaron por alto completamente...
P. ...Eso es evidente tambi¨¦n en el libro. Pasan completamente...
R. Ellos siempre se han agarrado a detalles: "Esto fue distinto, aquello no ocurri¨® as¨ª...". Una de las cosas que realmente me sorprendi¨® fue que los dos hijos mayores, que entonces, cuando eran chicos, fumaban porros, no quer¨ªan que se mencionara esa circunstancia entonces completamente normal en Berl¨ªn. Ahora son hombres de cincuenta a?os, y no quieren que se les recuerde fumando porros. Es que todav¨ªa lo consideran algo que no quiere que se traspase al p¨²blico. Les importa, les sigue importando; en el fondo son sus historias de ni?os, y ellos siguen siendo sensibles a ellas. Que son ellos los que las deben guardar. Les importan, les siguen importando.
P. ?Y cuando se encontr¨® con los chicos se dijo, "?Dios m¨ªo, en qu¨¦ l¨ªo me he metido!"? ?Se divirti¨®?
R. Realmente puedo decir que he escrito el libro con placer, con alegr¨ªa. O sea que s¨ª, me divert¨ª. Adem¨¢s, sent¨ª como un desaf¨ªo hacer un libro dialogado. Hab¨ªa ocho voces diferentes, y todos los hijos reaccionaron con sensibilidad, algunos con rechazo, otros me dijeron que pod¨ªa escribir lo que quisiera sobre ellos. Hubo, en definitiva, adem¨¢s de esa alegr¨ªa de escribir, una cierta melancol¨ªa por el efecto de las discusiones que hemos tenido y que se reflejan en el libro. Creo que ese tono melanc¨®lico no le hace nada mal al libro, todo lo contrario. He intentado sacar lo mejor, aprovechar las discusiones de los hijos, he seguido trabajando despu¨¦s de esas discusiones, pero no les he dado la ¨²ltima versi¨®n.
P. ?Y qu¨¦ han dicho una vez publicado?
R. ?Viven con ello!
P. ?Hubo un momento en que usted dijo: "Tengo que hacer este libro"?
R. Necesitaba escribirlo para seguir escribiendo autobiogr¨¢ficamente. Hab¨ªa escrito Pelando la cebolla, que termina con la aparici¨®n de El tambor de hojalata. Hasta ese momento yo era un autor completamente desconocido. Y despu¨¦s fui escribiendo un libro tras otro (y fue habiendo hijos). Yo quer¨ªa saber c¨®mo me hab¨ªan visto mis hijos a lo largo del tiempo; hab¨ªan vivido con un padre que desaparec¨ªa en su estudio para escribir y escribir. ?C¨®mo me hab¨ªan percibido? En gran parte era un padre ausente. Ellos sab¨ªan que escrib¨ªa sobre un perro, sobre un pez, pero nunca trascendi¨® de ellos inter¨¦s alguno por lo que hac¨ªa. Estaba all¨ª recluido, escribiendo... Y quise contar esa relaci¨®n a trav¨¦s de los ojos de Mar¨ªa [Mar¨ªa Rama, fot¨®grafa, que siempre acompa?¨® a Grass, y a quien est¨¢ dedicado el libro], a trav¨¦s de esas fotos que ella obten¨ªa con una extra?a caja fotogr¨¢fica antigua...
P. La caja de los deseos...
R. Es una caja de sorpresas, una caja m¨¢gica que sabe mirar hacia el futuro y hacia el pasado y que pod¨ªa ser de inter¨¦s para los ni?os. Yo s¨¦ que sin esta idea de la caja fotogr¨¢fica no habr¨ªa podido escribir este libro. Lo que pasa es que para m¨ª se trata, en el fondo, de historias de la c¨¢mara oscura.
P. No est¨¢ Grass, por as¨ª decirlo, est¨¢ lo que usted supone que es el lenguaje de los hijos. ?Lo escuch¨®? ?Lo invent¨®?
R. Es una mezcla de todo. Por un lado existen las experiencias con los ni?os, y por otro est¨¢ el lenguaje de los hijos cuando eran ni?os. Pero cuando est¨¢n sentados alrededor de la mesa son personas mayores que una y otra vez recaen en el lenguaje infantil o juvenil. Todo esto hab¨ªa que mezclarlo, coordinarlo y pasarlo por la mano de un autor, por la fuerza creativa de un autor. No es un reflejo fiel de un modo de hablar, no, son muchas cosas a la vez.
P. Aparece un micr¨®fono que graba...
R.S¨ª, lo digo en el primer cap¨ªtulo; uno de los chicos es ingeniero de sonido, pone dos micr¨®fonos en la mesa. Y al final se quitan los micr¨®fonos. Pero nunca hubo estas conversaciones, todo es pura ficci¨®n, y los micr¨®fonos tambi¨¦n son una ficci¨®n. Pero en esos comentarios del padre se nota el deseo y la voluntad de que esto se registre con micr¨®fonos. Y todo est¨¢ en la mano cuidadosamente organizadora del padre. Lo importante era presentar las cosas que para m¨ª eran importantes vistas a trav¨¦s de los hijos.
P. Un desaf¨ªo interesante era comprobar c¨®mo los hijos hab¨ªan asistido a su proceso literario.
R. Ellos no valoran la obra, no la ven, no la interpretan; en el fondo la perciben como historietas... Los hijos son m¨¢s bien indiferentes con respecto a la obra. Tienen un padre, cuando est¨¢ presente tambi¨¦n est¨¢ ausente, porque siempre lleva un tictac en la cabeza, est¨¢ en otra cosa. Cuando les ense?¨¦ la primera versi¨®n y empezaron a objetar les dije: "Mirad, incluso cuando os escucho y doy una contestaci¨®n, por dentro tengo siempre otra pel¨ªcula que est¨¢ ah¨ª. Es mi manuscrito, en el que estoy trabajando". Estaban sorprendidos pero tienen que vivir con ello: tienen a un autor como padre y a un padre como autor. A mi mujer a veces le pasa lo mismo.
P. En 1996 hizo usted un viaje con tres hijas suyas de madres distintas; fueron a Italia, lo cuenta en Mi siglo. Puede ser el punto de partida de este nuevo encuentro...
R. El viaje con las tres hijas fue una tentativa feliz; se conoc¨ªan poco, quer¨ªa que se conocieran m¨¢s. Es un acto de padre, y fue posible, fue deseable, y fue fruct¨ªfero: reunir a los hijos de madres distintas... Y luego vino este encuentro: todos crecieron en ambientes muy distintos, en familias muy distintas. Fue importante juntarlos.
P. ?C¨®mo se siente como padre de tanta familia? ?Este libro le ha servido de catarsis?
R. Vivimos en un mundo en que a izquierdas y derechas se destrozan, se rompen los matrimonios, y por regla general las separaciones se hacen a costa de los hijos, porque hay muchas disputas, muchos problemas, y ellos est¨¢n ah¨ª, sufri¨¦ndolo... Esto es lo que quer¨ªamos evitar precisamente Ute y yo, los dos. Por esta raz¨®n hemos intentado reunir a estos ocho hijos de distintas mujeres en una gran familia. Y creo que lo hemos conseguido. Los hijos han respondido, les gusta formar parte de este grupo. Como te he dicho antes, en el libro no se distribuyen culpas..., el problema de la culpa se trata al margen, en un cap¨ªtulo que no s¨¦ c¨®mo lo ha traducido Miguel S¨¢enz...
P. Desbarajuste...
R. Desbarajuste. Si estoy orgulloso de algo, aparte de haber escrito alg¨²n libro o de haber hecho alg¨²n dibujo o alguna escultura, es de tener ocho hijos y ya diecisiete nietos, que est¨¢n reunidos en un gran conjunto que es la familia...
P. ?Y c¨®mo se ve a s¨ª mismo como hijo ahora?
R. Las relaciones con mi padre, que describo en Pelando la cebolla, fueron m¨¢s bien conflictivas, dif¨ªciles. Cuando yo era joven me consideraba, y ten¨ªa toda la raz¨®n del mundo, como un personaje absolutamente loco por escoger la profesi¨®n de artista en tiempos tan complicados, tan revueltos, como aqu¨¦llos. Pero luego, cuando me hice un personaje p¨²blico y adquir¨ª cierta reputaci¨®n ya no nos peleamos en absoluto... Ahora me resulta m¨¢s f¨¢cil mirarlo con ojos m¨¢s comprensivos; ¨¦l era consciente de que era realmente muy dif¨ªcil en aquellos tiempos hacerse artista, y adem¨¢s era muy posible el fracaso. Quiz¨¢ no me entend¨ªa muy bien, pero representaba una actitud de cari?o hacia m¨ª. Por eso ahora lo puedo enjuiciar con m¨¢s tolerancia y m¨¢s comprensi¨®n.
P. En este libro hay una invocaci¨®n: "No juzgu¨¦is a vuestro padre. Pod¨¦is estar contentos de que exista a¨²n...".
R. Lo dice la nuera mexicana... Las nueras son mucho m¨¢s objetivas en los conflictos que los propios hijos...
P. Se apiadan m¨¢s.
R. Claro, adem¨¢s ella tiene el temperamento mexicano. No es seguro que eso haya ocurrido as¨ª, pero es cierto que alguna vez me ha contado Ute que ella se lo ha dicho a sus cu?ados y a su marido. "Pod¨¦is estar contentos de que todav¨ªa viva".
P. Y usted se siente reconfortado con esa reflexi¨®n.
R. Naturalmente.
P. En el libro uno de sus hijos dice de usted: "Nunca ha querido saber nada de las revoluciones, siempre ha sido s¨®lo un reformador". ?Un conservador G¨¹nter Grass, despu¨¦s de tanto tiempo!
R. Alguien que reforma no es conservador... Reformista era una palabra que odiaban los comunistas, era para ellos una mala palabra fea.
P. Ha vivido un siglo de muchas revoluciones, algunas funcionaron y otras no. ?Ser¨ªa ahora un reformista o un revolucionario?
R. Cuando publiqu¨¦ mis primeros discursos pol¨ªticos lo hice bajo el t¨ªtulo Discursos de un revisionista, porque ¨¦sa era otra palabra que no pod¨ªan soportar los comunistas. Hasta hoy sigo siendo un revisionista y un reformador. Y estoy hablando de Europa. Las revoluciones en Europa siempre han acabado mal, en el sentido de que se han devorado a sus propios hijos, como suele decirse. Han empezado con una tremenda ansia de libertad, y luego... Pensemos en la Revoluci¨®n Francesa, o en el Octubre de Rusia. Han acabado en sangre y en falta de libertad... De todo esto he sacado mis conclusiones, y pienso que la situaci¨®n que tenemos aqu¨ª, en Europa, tiene que cambiar gracias a reformas radicales, porque no s¨®lo vivimos una crisis financiera o econ¨®mica sino una crisis del sistema capitalista. Como no hay ninguna alternativa, debe de ser posible hacer proyectos radicales para que este sistema sea m¨¢s humano, para que se comprometa m¨¢s socialmente, como sucedi¨® despu¨¦s de la guerra en Alemania o en Escandinavia... Yo creo que vivimos una situaci¨®n revolucionaria que no s¨¦ por donde va a salir, si por la derecha o por la izquierda, y yo personalmente temo que vaya por la derecha.
P. ?Le ha desatado alguna esperanza el cambio en Estados Unidos?
R. Naturalmente. Cuando se ve una persona como Obama, con su gran carisma, un hombre que parece aut¨¦ntico y sincero, uno tiene esperanza, esto es completamente l¨®gico y normal... Pero hay que tener en cuenta tanto en Am¨¦rica como en Europa la existencia de los lobbies, fuerzas que sin ninguna legitimaci¨®n democr¨¢tica quieren intervenir en los Gobiernos. Este poder es tan grande que si no conseguimos romperlo entonces estamos listos.
P. Volvamos al libro. ?Usted se siente reflejado en lo que escriben sobre usted "los chicos de la prensa", como los llaman los hijos en La caja de los deseos?
R. No quiero hablar s¨®lo sobre lo que me concierne; soy lector de peri¨®dicos y veo lo que sucede en la prensa. Y tengo que decir que muchos periodistas escriben por debajo de su nivel. Muchos se adaptan al esp¨ªritu del siglo, tienen unos conocimientos absolutamente deficitarios de los libros, hacen todo de una forma muy superficial, les interesa m¨¢s el color de mi pantal¨®n o c¨®mo ¨¦ste combina con mis zapatos... Esto por un lado es deprimente y por otro es aburrido y no contribuye gran cosa a esa funci¨®n mediadora que deber¨ªa tener el periodista cr¨ªtico entre el libro y los lectores. En este momento el tiempo que dedico a estas cosas ha bajado much¨ªsimo, porque me concentro ahora en lo que me interesa de verdad, que es el trabajo de escribir. Cuando escribo me siento verdaderamente feliz. He llegado tomando conciencia muy tarde de algo que realmente es muy importante: lo bueno de escribir es escribir.
P. El tambor de hojalata sale otra vez en Espa?a, cincuenta a?os m¨¢s tarde, en una nueva traducci¨®n de Miguel S¨¢enz, el 7 de octubre de este a?o. ?Qu¨¦ le sigue diciendo Oscar Matzerath? ?Sigue rompiendo cristales, o rompiendo los t¨ªmpanos?
R. Apareci¨® hace medio siglo en Alemania. Hace mucho tiempo que no he le¨ªdo el libro entero, pero justamente la semana pasada he tenido dos veces ocasi¨®n de leer un cap¨ªtulo, y con gran sorpresa he visto que el texto se ha mantenido muy fresco. Oscar es el reflejo de su tiempo, pero al parecer su presencia supera los l¨ªmites del tiempo. Eso pasa muchas veces con los protagonistas literarios. He dicho m¨¢s de una vez que El tambor de hojalata se puede considerar dentro de la tradici¨®n de la novela picaresca. Hay todav¨ªa cosas en Don Quijote que nos interesan much¨ªsimo a pesar de que en su tiempo fue una parodia de las novelas de caballer¨ªa. Ah¨ª cre¨® Cervantes algo que trasciende la temporalidad. Y lo mismo se podr¨ªa decir de Tristram Shandy, de Laurence Sterne y de otros. Me alegrar¨ªa mucho de que eso se pudiera decir de alguno de los protagonistas de mis libros.
P. E independientemente del libro, ?c¨®mo ve usted el futuro?
R. Actualmente hablamos ¨²nicamente de una cosa: el colapso del capitalismo desde un punto de vista econ¨®mico y financiero. Pero paralelamente hay procesos igual de desastrosos: el cambio clim¨¢tico, el incre¨ªble aumento de la poblaci¨®n mundial, la considerable falta de agua y el incremento de hambrientos en el mundo...
G¨¹nter Grass. La caja de los deseos. Traducci¨®n de Miguel S¨¢enz. Alfaguara. Madrid, 2009. 256 p¨¢ginas. 21,50 euros. En catal¨¢n: La caixa dels desitjos. Traducci¨®n de Pilar Esterlich. Edicions 62. Barcelona, 2009. 208 p¨¢ginas. 21,50 euros. Poemario: Payaso de agosto. Traducci¨®n de Miguel S¨¢enz. Bartleby. Madrid, 2009. 132 p¨¢ginas. 14 euros.
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