Cultura y modelo de crecimiento
La promoci¨®n de la cultura necesita redise?arse institucionalmente. Ha de formularse dentro de las coordenadas de nuestro tiempo. Debe asumir un modelo de gesti¨®n distinto, inspirado por la visi¨®n de Estado y, sobre todo, liberado del inc¨®modo abrazo ideol¨®gico que algunos sectores de la izquierda se empe?an en seguir d¨¢ndole.
Entrado el siglo XXI no puede seguir habl¨¢ndose de la cultura y proyectar sobre ella las sombras de una confrontaci¨®n ideol¨®gica ensayada por los totalitarismos de entreguerras. Ya est¨¢ bien de que se sigan asumiendo esquemas gramscianos que quieren monopolizar la visibilidad y representaci¨®n p¨²blica de la cultura. En este sentido, no puede continuar aliment¨¢ndose el desencuentro y la hostilidad.
Se precisa una estrategia de Estado que saque partido a nuestro potencial cultural y ling¨¹¨ªstico
La cultura exige un tipo de gesti¨®n que estimule el talento y el genio creativos
Quien piense en la cultura en esos t¨¦rminos se equivoca. Como lo hacen quienes pretendan dictar un canon cultural a partir de afinidades ideol¨®gicas sustentadas sobre falsas atalayas de superioridad moral en la que nadie puede creer despu¨¦s de la experiencia vivida en el siglo XX.
Aqu¨ª, habr¨ªa que recordar lo que dice Claudio Magris en El infinito viajar, cuando se?ala que la idea de "Baudelaire como exponente oficial de algo, aunque se tratara de la transgresi¨®n o de las flores del mal, es rid¨ªcula, inconciliable con su grandeza". Y contin¨²a afirmando m¨¢s adelante: algunas veces "el escritor debe tener la humildad de usar la pluma tambi¨¦n al servicio de una causa, pero sabiendo que, en ese momento, no est¨¢ haciendo de escritor". Por eso, resulta absurda e inquietante -especialmente por la trasnochada cosmovisi¨®n que refleja- la actitud de ver c¨®mo todav¨ªa hay quien se presta a ser aquiescente con el poder o con un partido concreto, manipulando as¨ª la imagen de la cultura y convirti¨¦ndola en un instrumento de acci¨®n pol¨ªtica.
?C¨®mo es posible que en la Espa?a del siglo XXI haya todav¨ªa quien no sepa que la vieja Alianza Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura ensayada en el Par¨ªs de antes de nuestra Guerra Civil hace mucho tiempo que dej¨® de tener sentido?
Hoy, la cultura exige un modelo de gesti¨®n que sirva y estimule la esencia de aqu¨¦lla sin apriorismos dirigistas ni intervencionistas. Esto es, un modelo abierto que sirva a la libertad del creador, que defienda el talento y el genio creativos, que impulse el acceso igualitario y cosmopolita a la cultura, pero que al mismo tiempo tenga la capacidad institucional de orillar las bander¨ªas ideol¨®gicas o partidistas, de desterrar los localismos, as¨ª como las pr¨¢cticas reduccionistas que han convertido la pol¨ªtica cultural de algunas comunidades aut¨®nomas en una especie de erial al servicio del clientelismo.
Espa?a tiene que impulsarotra pol¨ªtica cultural. Hay que poner en valor la capacidad institucional del Estado para desarrollar el art¨ªculo 9.2 de nuestra Constituci¨®n, para que se haga realidad que los poderes p¨²blicos faciliten la participaci¨®n de todos los ciudadanos en la vida pol¨ªtica, econ¨®mica, cultural y social. Competencia del Estado que, sin perjuicio de la que corresponde a las comunidades aut¨®nomas, es -no lo olvidemos- un deber y una atribuci¨®n esencial que, sin embargo, es compatible con la comunicaci¨®n y coordinaci¨®n que ha de darse tambi¨¦n con las comunidades aut¨®nomas en este ¨¢mbito. Precisamente, hoy, cuando el siglo XXI trastorna buena parte de los contenidos que corresponden a la cultura, se echa de menos un Estado que fortalezca su proyecci¨®n cultural a la hora de impulsar interiormente la vertebraci¨®n com¨²n de nuestra naci¨®n, su imagen exterior y el aprovechamiento de todas las utilidades econ¨®micas asociadas al desarrollo de nuestras incipientes industrias culturales.
En este sentido, la cultura ha adquirido un nuevo estatus dentro del siglo XXI, sobre todo en el seno de aquellos sectores y de aquellas sociedades que han superado ciertos niveles m¨ªnimos de desarrollo y prosperidad. No se trata de ignorar la dimensi¨®n trascendente que tiene -y seguir¨¢ teniendo- la cultura, sino de redefinirla a trav¨¦s de la concatenaci¨®n estrat¨¦gica que, como explica Jos¨¦ Luis Delgado, existe entre la lengua, la cultura y la econom¨ªa en el mundo global. La obra de arte en la era de la reproducibilidad ha perdido el aura del pasado, que dec¨ªa Walter Benjamin, pero ha adquirido un valor de difusi¨®n e intercambio masivos que exige nuevos modelos de negocio m¨¢s flexibles y din¨¢micos que rentabilicen y exploten al m¨¢ximo sus utilidades de expansi¨®n y crecimiento. Esto exige un esfuerzo para redefinir el marco de la seguridad jur¨ªdica, de actualizar los derechos de autor y, por qu¨¦ no decirlo tambi¨¦n, de cambiar la mentalidad empresarial de nuestros operadores culturales.
Espa?a tiene ante s¨ª el reto de hacer de su cultura plural, pero com¨²n gracias al soporte del castellano, un sector estrat¨¦gico al que orientar sus energ¨ªas emprendedoras. Juan Carlos Gim¨¦nez ha destacado el "valor econ¨®mico del espa?ol" asociado al poder de compra e intercambio que tiene un club internacional con 450 millones de hablantes en todo el mundo. Nuestras industrias culturales son plenamente conscientes de ello, pero no nuestra sociedad ni tampoco nuestros poderes p¨²blicos. La disgregaci¨®n de competencias, el solapamiento de instituciones, la fragmentaci¨®n y la carencia de una estrategia de Estado lastran las posibilidades de acci¨®n en este ¨¢mbito. Espa?a no necesita un modelo dirigista que emule el dise?o de excepcionalidad planteado por Francia. Nuestra cultura no languidece ni necesita ser alimentada por el mecenazgo interventor de un Estado Cultural como el descrito por Fumaroli. El modelo de crecimiento que debemos ser capaces de impulsar debe confiar en la fortaleza de sus emprendedores y el talento genial de sus creadores. Ha de encontrar est¨ªmulos para que alcance por s¨ª solo su mayor¨ªa de edad, no cors¨¦s que asfixien la extraordinaria potencialidad de crecimiento que aloja en su seno. Debe coordinar y poner en unas solas manos una acci¨®n de fomento que, despojada de ret¨®ricas nacionalistas y estatistas, canalice toda nuestra energ¨ªa cultural hacia el exterior.
As¨ª, Espa?a dar¨¢ otra dimensi¨®n a su imagen, la llenar¨¢ de contenidos y de valor a?adido, generando finalmente un cambio cultural que har¨¢ de la libertad creativa de nuestra naci¨®n un soporte de nuestro prestigio en el mundo. ?sta es la batalla cultural que nos exige el siglo XXI. Una batalla sin absolutos ideol¨®gicos. Una batalla al servicio de la libertad de nuestra cultura.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle es secretario de Estudios del PP y diputado por Cantabria.
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