Juan Benet: en un tiempo de silencio
Dijo Albert Camus: "Si escribes claro tendr¨¢s lectores; si escribes oscuro tendr¨¢s comentaristas y disc¨ªpulos". En aquellas noches de la Transici¨®n entraba Juan Benet en Bocaccio montado en su propia petulancia y lo que m¨¢s molestaba a sus colegas, que escrib¨ªan claro, no es que fuera un escritor oscuro; simplemente se hac¨ªa odiar porque daba siempre la sensaci¨®n de que llegaba de un lugar donde lo hab¨ªa pasado muy bien y en esta profesi¨®n eso no se perdona. Sentado en el peluche o junto a la barra con un pie en el estribo al cuarto de hora ya hab¨ªa espantado a los idiotas con sus impertinencias. Ten¨ªa un alcohol peligroso, muy despectivo, pero entre todos los de su generaci¨®n era el que sab¨ªa mover mejor el hielo del gin tonic o del g¨¹isqui con la yema del dedo ¨ªndice sin dejar de citar a la vez a Saint Simon o incluso a Jenofonte a las tres de la madrugada.
Al final de este combate entre dos amigos, Mart¨ªn Santos ha quedado con el prestigio de un talento truncado por la muerte
Pese a su dise?o de esnob a la inglesa, alto, de hueso estrecho, cuello largo y el vientre de lavabo, en su juventud fue proclive al madrile?ismo castizo e incluso actu¨® de banderillero en una plaza de carros. En compa?¨ªa de su amigo Mart¨ªn Santos, que no le iba a la zaga en la inteligencia agresiva de joven superdotado, pase¨® su figura con aire displicente por la cota de la calle Barquillo y se reflej¨® en los escaparates galdosianos poblados de bragueros, suspensorios y piernas ortop¨¦dicas, pensiones de viajeros y estables, tascas aceitosas y prost¨ªbulos donde a media ma?ana, mientras las pupilas a¨²n dorm¨ªan, se pod¨ªa jugar al parch¨ªs con una matrona coronada de bigud¨ªes, bata de felpa y r¨ªmel corrido, pero sumamente amorosa, una afici¨®n que compart¨ªa con la absoluta pureza de la clase de f¨ªsica matem¨¢tica en la academia de Gallego D¨ªaz.
Juan Benet iba a ser ingeniero de Caminos; Mart¨ªn Santos era m¨¦dico y hac¨ªa el doctorado en psiquiatr¨ªa. Los dos llevaban ya la literatura sumergida, alimentada con lecturas voraces de los autores m¨¢s consistentes, una vocaci¨®n que manten¨ªan en secreto para evitar el rid¨ªculo. En ambos casos su erudici¨®n establec¨ªa unas justas en los veladores del caf¨¦ Gij¨®n y entre el grupo de amigos cada uno ten¨ªa ya sus partidarios. ?Cu¨¢l de estos dos intelectuales soltaba la frase m¨¢s inteligente, la iron¨ªa m¨¢s acerada, el desprecio m¨¢s c¨¢ustico, la novedad m¨¢s imprevista, la cita m¨¢s herm¨¦tica? Despu¨¦s de hablar hasta la extenuaci¨®n de Heidegger, de Conrad, de Jaspers, de Joyce, de Ortega o de Proust, los dos en comandita se iban de putas. Sab¨ªan que un d¨ªa romper¨ªan a escribir y en este sentido se vigilaban mutuamente como corredores antes de sonar el disparo de salida. Se hab¨ªan conocido por amigos comunes en las reuniones literario-filos¨®ficas de Gambrinus o tal vez en la tertulia de Baroja en la calle de Alarc¨®n. Eran complementarios.
Mart¨ªn Santos parec¨ªa m¨¢s brillante, m¨¢s bebedor, m¨¢s prostibulario; era un socialista muy politizado, nacido en Larache, hijo de un general vencedor, afincado luego en San Sebasti¨¢n donde ten¨ªa su consulta de psiquiatr¨ªa. Benet hab¨ªa nacido en Madrid donde su padre fue fusilado por el bando republicano al iniciarse la guerra. La familia se traslad¨® a San Sebasti¨¢n y volvi¨® a Madrid al final de la contienda. Ahora andaba con su cerebro cubierto con un casco de ingeniero por Ponferrada, Oviedo, el Pirineo, levantando presas, sumergiendo pueblos en los pantanos. Uno entre locos, otro entre cemento armado.
Juan Benet hab¨ªa comenzado a publicar desde muy abajo. Su primer libro de relatos, Nunca llegar¨¢s a nada, pagado a sus expensas, lo sac¨® el editor anarquista valenciano Giner, en 1961, en un cat¨¢logo donde figuraba en segundo lugar despu¨¦s de un manual para utilizar olla expr¨¦s. Pero, de pronto, Mart¨ªn Santos le gan¨® por la mano. Mientras en su consulta atend¨ªa a gente m¨¢s o menos desequilibrada, escrib¨ªa de forma compulsiva, casi clandestina, una novela que le dar¨ªa s¨²bitamente la fama. Con Tiempo de silencio, publicada por Seix Barral en 1962, Mart¨ªn Santos meti¨® a Joyce como un disolvente en el realismo social del momento y ese espejo literario que reflejaba el ala de mosca del franquismo se quebr¨® en mil vidrios y cada fragmento era un gui?o que deslumbr¨® a cr¨ªticos y lectores progresistas. El ¨¦xito de Mart¨ªn Santos pill¨® a contrapi¨¦ a su amigo Benet. Se daba por supuesto que era el ingeniero y no el psiquiatra el que iba ser escritor. Benet no supo evitar los celos, aunque los remedi¨® mediante una cr¨ªtica sumamente acerada e inteligente de la novela, pero la competencia no pudo ir m¨¢s all¨¢ porque Mart¨ªn Santos muri¨® poco despu¨¦s en un accidente de coche en Vitoria y su carrera literaria qued¨® truncada a mitad de la gloria, que se acrecent¨® cada d¨ªa impulsada por su desaparici¨®n. Parec¨ªa que la historia de la novela contempor¨¢nea espa?ola la divid¨ªa una l¨ªnea que atravesaba la tripa de estos dos caballos.
En Tiempo de silencio qued¨® reflejada la figura de Benet en el personaje de Mat¨ªas. Fue otro factor de desencuentro. Benet se sinti¨® en cierta forma traicionado por su amigo. Ese Mat¨ªas era un contrapunto del propio Mart¨ªn Santos y no estaba a la altura del concepto que Benet ten¨ªa de s¨ª mismo. El humor de ese personaje, sus aventuras nocturnas eran m¨¢s bien rudimentarias, sus golfer¨ªas tampoco ten¨ªan demasiada gracia y en los debates de la inteligencia en las noches de vino largo siempre sal¨ªa derrotado por el protagonista, cosa que no suced¨ªa en la vida real. Benet se vio como un actor de reparto en esta historia.
Puede que el impulso de quemarse las alas de ?caro contra el sol lo tom¨® Benet como una reacci¨®n a la herida que le infiri¨® en su orgullo literario Mart¨ªn Santos y una vez puesto a derrumbar falsas empalizadas carg¨® no s¨®lo contra el costumbrismo y el realismo social sino tambi¨¦n contra la moda del pensamiento interior con todos los grumos del subconsciente, que su amigo hab¨ªa introducido en la novela que le hab¨ªa dado fama, bebido directamente de Joyce.
Con tal de alejarse de los portales con olor a berza, del tremendismo ib¨¦rico y del casticismo el m¨¦dico psiquiatra se hab¨ªa ido a Dubl¨ªn y el ingeniero se larg¨® a Misisipi y cada uno en ese lugar se puso al servicio de su amo. Los fantasmas de Joyce y de Faulkner comenzaron a pasearse por Madrid. Hab¨ªa que escribir de otra forma. La realidad ten¨ªa voces superpuestas, facetas poli¨¦dricas que al girar arrojaban luces contradictorias del tiempo distorsionado y hab¨ªa que expresarlas a trav¨¦s de periodos y p¨¢rrafos llenos de oraciones derivadas hasta dejar al lector sin respiraci¨®n, metido en un laberinto antes de llegar a la sustancia de las cosas.
Al final de este combate entre dos amigos Mart¨ªn Santos ha quedado con el prestigio de un talento truncado por la muerte, con aires de leyenda. La novela Tiempo de silencio es una referencia en la literatura contempor¨¢nea, pero no deja de ser un reflejo par¨®dico de un Joyce de segunda mano amasado con un costumbrismo madrile?o. En cambio, a Juan Benet lo ha salvado, m¨¢s all¨¢ de su obra, su actitud de enfrentarse a contradi¨®s, con una irritante displicencia, a toda la garbanzada ib¨¦rica. Se ha cumplido el veredicto de Albert Camus: es un escritor con disc¨ªpulos y comentaristas, sin lectores. A cualquier lugar donde uno vaya encontrar¨¢ a un benetiano de guardia que se cree su representante en la tierra. Benet sab¨ªa innumerables cosas in¨²tiles. Aplic¨® a la literatura la alta disciplina matem¨¢tica, pero al final le esperaba una maldici¨®n. Su libro m¨¢s le¨ªdo, una verdadera joya literaria, es una obra costumbrista, Oto?o en Madrid hacia 1950, que expresa el tiempo en que Benet paseaba su talento displicente por el mundo galdosiano, tan odiado.
Debolsillo ha editado dentro de la colecci¨®n La Biblioteca Juan Benet Volver¨¢s a regi¨®n, Una meditaci¨®n, Un viaje de invierno y La casa de Maz¨®n. En junio saldr¨¢ a la venta Sa¨²l contra Samuel y Aire de un crimen.
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