Europa, sue?o y necesidad
Los altos niveles de abstenci¨®n en las elecciones al Parlamento Europeo han llegado a interiorizarse como una fatalidad. Como tambi¨¦n las diatribas contra la limitada legitimidad democr¨¢tica del proyecto de la Uni¨®n se han convertido en el lamento ritual tras cada convocatoria. Y, sin embargo, son dos ideas hasta cierto punto contradictorias, cuya resignada reiteraci¨®n s¨®lo conduce a que se trivialice la tarea de analizar y poner remedio a sus causas. Se habla de la escasa entidad de la apuesta pol¨ªtica que se ventila en las elecciones europeas, de la ignorancia de los ciudadanos sobre las funciones del Parlamento o de la costumbre de situar en las listas a candidatos que se han quedado al margen en sus respectivos partidos; incluso de la tentaci¨®n de administrar castigos y recompensas de baja intensidad a los diferentes Gobiernos nacionales a la que suelen ceder los electores. Pero aun en el supuesto de que estas observaciones agotasen el cat¨¢logo de motivos por los que los europeos se muestran indiferentes hacia la composici¨®n de su Parlamento com¨²n, lo cierto es que los partidos no tratan de contrarrestarlos, sino de utilizarlos electoralmente a su favor. S¨®lo as¨ª se entiende que, en Espa?a, la campa?a de las europeas haya quedado reducida a un intercambio de v¨ªdeos en los que Europa aparece como el escenario de la confrontaci¨®n, no como el objeto mismo del debate. Y, por desgracia, no est¨¢ ocurriendo nada distinto en el resto de Europa.
La masiva abstenci¨®n en las elecciones europeas es un problema que es preciso resolver
La masiva abstenci¨®n en las elecciones al Parlamento Europeo no es una realidad pol¨ªtica con la que se deba convivir, sino un problema que es preciso resolver cuanto antes para que el proyecto de la Europa unida recupere el pulso perdido durante los ¨²ltimos 15 a?os. Es un problema, sin duda, a efectos internos, puesto que dif¨ªcilmente podr¨¢ el Parlamento ganar peso dentro de la arquitectura de la Uni¨®n si su composici¨®n obedece m¨¢s al desinter¨¦s, incluso a la desidia, que a una opci¨®n consecuente de los ciudadanos. Puesto que se trata de la ¨²nica instituci¨®n que surge del sufragio universal, puesto que es el ¨²nico espacio donde los ciudadanos de Europa est¨¢n representados como ciudadanos europeos, su papel podr¨ªa resultar determinante para que la Uni¨®n fuera ganando espacio pol¨ªtico frente a los Estados. A lo que se asiste es, en cambio, a una renacionalizaci¨®n del proyecto de la Europa unida, primero alentada por las corrientes populistas y hoy asumida por la pr¨¢ctica totalidad de los partidos democr¨¢ticos.
Unos ¨ªndices de abstenci¨®n como los que han venido arrojando hasta ahora las elecciones al Parlamento de Estrasburgo, y como los que las encuestas vaticinan para el pr¨®ximo d¨ªa 7, tambi¨¦n tiene consecuencias m¨¢s all¨¢ de las fronteras europeas, aunque resulten menos perceptibles. Es dif¨ªcil imaginar que las principales potencias mundiales se tomen Europa m¨¢s en serio que los propios ciudadanos europeos, sobre todo cuando, por otra parte, Europa no acaba de encontrar la manera de hablar con una sola voz. No la encuentra, sin duda, en escenarios internacionales donde su intervenci¨®n podr¨ªa resultar determinante, como el conflicto de Oriente Pr¨®ximo y sus cada vez m¨¢s preocupantes efectos sobre la proliferaci¨®n nuclear. Pero no la encuentra, tampoco, en asuntos que afectan a sus intereses inmediatos, como se ha podido comprobar en las recientes negociaciones con Mosc¨² para garantizar el suministro de gas ruso. Putin y Medv¨¦dev han extra¨ªdo la conclusi¨®n de que el pr¨®ximo a?o podr¨¢ ser como el pasado y de que, por tanto, estar¨¢n de nuevo en condiciones de seguir escogiendo a sus interlocutores, ya sea la Comisi¨®n, ya sean los Gobiernos de los diversos Estados miembros, en funci¨®n de lo que mejor les convenga en cada circunstancia.
Si a¨²n queda un m¨ªnimo compromiso europe¨ªsta entre los dirigentes y los partidos, ¨¦stas deber¨ªan ser las ¨²ltimas elecciones en las que los ciudadanos europeos son convocados a las urnas como si s¨®lo fueran ciudadanos de Europa, es decir, personas a las que une un azar geogr¨¢fico y no una voluntad pol¨ªtica. No s¨®lo la crisis econ¨®mica, sino tambi¨¦n unas tensiones internacionales que pueden poner en peligro la paz y la seguridad en todo el mundo, deber¨ªan servir de est¨ªmulo para que no se trivialice la tarea de analizar y poner remedio a una abstenci¨®n que sobrepasa los l¨ªmites de lo tolerable. Ni los partidos pueden seguir actuando como si los culpables de la desafecci¨®n hacia el proyecto europeo fueran los ciudadanos, ni los ciudadanos pueden refugiarse en el reconfortante expediente de responsabilizar a los partidos. Entre otras razones porque en el pasado Europa fue un sue?o, pero hoy es una necesidad.
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