El segundo rapto de Europa
Europa, recordemos, era aquella princesa fenicia para quien Zeus se transform¨® en un magn¨ªfico toro blanco y la rapt¨®. Salieron a buscarla sus hermanos, y dicen que jam¨¢s la encontraron, fundando a lo largo de su b¨²squeda, con el nombre de cada uno, varias ciudades en la Tesalia y en la Tracia, en Cilicia o en Libia. Al final de su viaje, Zeus le desvel¨® su identidad, llegados a Creta, donde dicen que rein¨®.
Antonio Caracci, Tiziano, Foucher o Gustave Moreau nos la representan joven y bella, diciendo ingenuamente adi¨®s a su tierra nativa, m¨¢s al Oriente. Pues bien: la Europa de este siglo XXI, entendida como unidad de densidad econ¨®mica, pol¨ªtica e instrumental, y dotada de una determinada cohesi¨®n social con referente en el Estado de bienestar, vuelve a verse secuestrada. ?Qui¨¦n es su raptor, qui¨¦nes son sus raptores? Nada m¨¢s y nada menos que sus propios padres e hijos, los Estados "soberanos" europeos -los de antes y los de despu¨¦s- con sus continuos ataques de celos, que les llevan a ocultar, mentir, tapar, contaminar y culpar. No quieren que reine en Creta, no quieren que se vea su cara, no hacen nada por curar sus heridas ni por aliviar los grandes catarros producidos por un viaje tan largo. Un viaje entre nubes y tormentas, aunque alumbrado por esa esencial luz mediterr¨¢nea.
?Qu¨¦ ser¨ªa de nosotros, los de a pie, sin Europa, y en el caso de Espa?a, sin la vigilancia europea?
El mundo necesita el modelo europeo de convivencia y un liderazgo de la UE
Los Estados soberanos, y concretamente, los partidos pol¨ªticos que los vertebran, no van a permitir que Europa les robe sus faustos en la era de la comunicaci¨®n. Tambi¨¦n han de ser "repensados" en su funci¨®n actual y futura. Tapan lo que hay, dicen lo que no hay, culpan "a Bruselas" (el bueno soy yo; el malo es el otro, ese que precisamente soy yo mismo: o sea, nuestros ministros en el Consejo de Ministros, que se re¨²ne en sus distintas formaciones m¨¢s de 300 sesiones anuales, porque la omnipresente Comisi¨®n dispone de escaso poder de decisi¨®n). Contaminan con pactos entre partidos nacionales, o con h¨¢bitos y excesos institucionales -fruto tantas veces del reflejo de los estatales-, al propio Parlamento Europeo, la autoridad colegisladora elegida directa y democr¨¢ticamente desde 1979, de la que a fin de cuentas depende la adopci¨®n del 70% de la legislaci¨®n que nos es aplicable, raz¨®n ineludible para participar en la elecci¨®n de sus miembros.
Los Gobiernos de esos Estados celosos, en ¨¦sta su faceta perversa, ocultan la cara de Europa, su posible belleza y juventud, para que no pueda -como mujer poderosa y carism¨¢tica- presidirnos a todos, grandes y peque?os, necesitados de esas decisiones determinantes sobre nuestro futuro global cuya adopci¨®n por separado es simplemente imposible y en cualquier caso in¨²til. La llegada del Tratado deLisboa -texto minimalista y seguramente eufem¨ªstico, pero absolutamente real- va a permitirnos cuando menos ver los ojos de Europa -aunque no su cara- posibilitando una Presidencia, un nombre y una voz com¨²n en el exterior.
Y es que -obligada y responsablemente- hay muchas preguntas que hacerse. La primera puede ser ¨¦sta: ?qu¨¦ ser¨ªa de nosotros, los de a pie, sin Europa, y en el caso de Espa?a, sin la vigilancia europea? Ni caminos, carreteras, puentes o barcos, ni nuestro maravilloso y excelente aceite de oliva, ni la seguridad de nuestros productos, ni la movilidad de nuestros estudiantes, ni la competitividad de nuestras empresas. Adem¨¢s, como en su d¨ªa nos dijo el buen amigo Paolo Checchini, y aunque parezca hoy un argumento de una cierta superficialidad, ?nos hemos preguntado cu¨¢l puede ser el coste de la no-Europa, un imposible volver atr¨¢s en ese modelo inacabado que finalmente los Estados pretenden mantener bajo la disciplina de sus propios calendarios electorales y a falta de un discurso europeo real?
La segunda pregunta ser¨ªa ¨¦sta: ?no ser¨¢ que acaso Europa llega tarde al mundo global? Si escucho a mi amiga canadiense o al colega sudafricano ocurre m¨¢s bien al contrario: el mundo necesita del laboratorio europeo, de ese modelo europeo de convivencia, acompa?ado si es posible de un liderazgo europeo hoy ausente, para sobrellevar con esperanza su propio y mejorable destino.
Y la tercera pregunta est¨¢ en boca de casi todos: ?por qu¨¦ tira tan poco lo europeo en esta d¨¦cada inicial del siglo XXI, tras modernidades y posmodernidades hoy ya antiguas, convencidos como estamos de nuestras sociedades l¨ªquidas?
En mi opini¨®n, a Europa le falta ¨¦pica -la que s¨ª tienen unos juegos ol¨ªmpicos o una final de la Champions League-, algo tan antiguo como el mismo ser humano (que necesita de himnos, colores o s¨ªmbolos) como consustancial en nuestra sociedad de la era audiovisual, basada en im¨¢genes, cifras de audiencia y est¨ªmulos hiperactivos. Porque la cultura del acuerdo, del consenso, de la mediaci¨®n, de la negociaci¨®n, no arrastra a las masas con la misma fuerza con que lo hace la cultura del conflicto, y es injusto que el esfuerzo y la tensi¨®n -sin la cual una sociedad no avanza- no hallen gran audiencia en estos tiempos. Por otra parte, lo excesivamente "normalizado" no vende: uno se habit¨²a a ello y decae el inter¨¦s, como ocurre con la informaci¨®n medi¨¢tica pautada de las innumerables reuniones pol¨ªticas.
Pero ?por qu¨¦ falta esa ¨¦pica? No porque no la tenga, sino porque lo que hay que cambiar es la mirada sobre Europa y, dej¨¢ndonos de ombliguismos, poner encima de la mesa su acci¨®n global y no s¨®lo aquella puramente pol¨ªtica. Europa y su factor humano, o en otras palabras, la acci¨®n de Europa no en s¨ª misma sino en el contexto mundial. Ah¨ª va el mensaje a los medios de comunicaci¨®n, los segundos raptores de Europa.
S¨ª tendr¨ªa su ¨¦pica si cambi¨¢ramos nuestra mirada sobre ella y pas¨¢ramos a la acci¨®n. As¨ª como el inefable Woody Allen enfoca y desenfoca (Deconstructing Harry, 1997) su realidad, con su c¨¢mara ver¨ªamos la Europa densa de las personas y sus preocupaciones, la Europa que s¨ª est¨¢, la de la corta distancia, la Europa de la cultura en su m¨¢s amplio sentido, la Europa del conocimiento, la Europa divertida y saludable, ese laboratorio humano que controlar¨ªa al puro art¨ªfice pol¨ªtico.
No se conoce, y s¨ª tiene esa bella ¨¦pica, el hecho de que Europa es, de lejos, la primera donante mundial en ayuda humanitaria; que dispone adem¨¢s de una construcci¨®n jur¨ªdica poco conocida aqu¨ª y envidiada fuera (Eric Hobsbawn dixit), la Europa trabajosa en mediaciones, activa en cooperaci¨®n al desarrollo, con una solidaridad enorme en sus sistemas sanitarios (v¨¦ase Sicko, el ¨²ltimo documental de Michael Moore, 2008) y unos sistemas de educaci¨®n universales, sumamente creativa y hasta austera cuando quiere.
As¨ª sabr¨ªamos que Europa, aunque enormemente compleja, no siempre es complicada. Que Europa somos todos nosotros, sociedad civil emergente, que ahora mismo tenemos que votar un Parlamento Europeo capaz de consagrar un posible l¨ªder y de, en otro paso m¨¢s, hacer que entre en vigor el Tratado de Lisboa para, llegado un momento no lejano, adaptar las estructuras a las decisiones y hacer de aqu¨¦l una instituci¨®n aut¨¦nticamente constituyente. As¨ª destaparemos el velo que a¨²n cubre la cara de Europa y reinar¨¢ en Creta. Nada m¨¢s ni nada menos.
Blanca Vil¨¤ es profesora de la Universitat Aut¨°noma de Barcelona y profesora visitante de las universidades Panteios (Atenas) y Macedonia (Tesal¨®nica).
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