?Todo est¨¢ en los libros?
Leo con el apetito de una muchacha que piensa que va a encontrar al Pr¨ªncipe Encantador en los libros", escribi¨® Isak Dinesen. La literatura nos permite vivir con m¨¢s intensidad nuestra propia vida y tener aventuras que est¨¦n a la altura de nuestros anhelos y sue?os. El lenguaje po¨¦tico, seg¨²n la gran escritora danesa, debe responder al sentimiento del placer pero tambi¨¦n del deber. Amar algo es apropiarse de su vitalidad, como hace el cazador con las piezas que cobra, pero tambi¨¦n hacerse responsable de ello. Algo, en suma, muy cercano a la experiencia amorosa.
"Una entrega encantada", as¨ª defini¨® Ortega el amor. Es lo que nos pasa cuando leemos un libro que nos gusta. Accedemos gracias a ¨¦l a un lugar nuevo, un lugar de hechizo que tal vez no podamos abandonar. Buscamos como los vampiros nutrirnos de una sangre que no nos pertenece para fortalecer con ella nuestra propia vida.
La vida s¨®lo merece la pena cuando est¨¢ hecha de la misma materia con que se hacen los buenos textos
Las bibliotecas son como la cueva de Al¨ª Bab¨¢, con un bot¨ªn inagotable
Que los libros tienen el poder de cambiarnos, es algo que me parece fuera de toda discusi¨®n. No son obviamente todos, pero hay algunos que tienen sin duda ese incomparable poder. ?Todo est¨¢ en los libros? De alguna forma s¨ª, porque los libros proceden de la vida. Edith Wharton, en su pr¨®logo a Historias de fantasmas, se permite dar un consejo a los j¨®venes aprendices de escritores: "Si quieres escribir una historia de fantasmas debes sentir miedo al hacerlo". Es l¨®gico que les diga esto, pues si no conocieran el miedo ?c¨®mo podr¨ªan transmit¨ªrselo al lector? El escritor necesita haber vivido para lograr que su experiencia pase a sus lectores a trav¨¦s de la escritura, pero esto no quiere decir que leer sea lo mismo que vivir. Los libros nos ofrecen im¨¢genes y palabras que tal vez ayudaron a vivir a otros hombres, y que pueden ayudarnos a nosotros, pero no se confunden con la vida ni pueden sustituirla.
La literatura es como un gran almac¨¦n. Se guardan en ¨¦l todas las emociones humanas, nuestros sue?os y nuestras preguntas, y leer es entrar en ese almac¨¦n y tomar lo que necesitamos. El lector devuelve a la vida, a trav¨¦s de lectura, lo que el escritor tom¨® de ella para escribir sus libros, con lo que el c¨ªrculo se cierra. Bernhard Schlink ha escrito una novela, sobre la que acaba de hacerse una pel¨ªcula, que es una delicada met¨¢fora de todo esto. Se titula El lector y en ella un adolescente conoce a una mujer que le dobla la edad y con la que inicia una apasionada relaci¨®n. En las pausas de sus encuentros sexuales, ella le pide que le lea los libros que estudia en la escuela. El muchacho lo hace, y las palabras de esos libros regresan a la vida en forma de caricias y encendidos besos. Y el muchacho quedar¨¢ marcado para siempre por esa turbadora mezcla.
Las bibliotecas son como la cueva de Al¨ª Bab¨¢, y la historia de la literatura es la historia de c¨®mo se ha ido formando ese bot¨ªn inagotable y secreto. Leer es aprender a pronunciar las palabras que abren las piedras y rescatar ese bot¨ªn del olvido. Las palabras de la poes¨ªa tienen esa maravillosa cualidad y participan a la vez del mundo real y el de los sue?os. La poes¨ªa nos lleva a los lugares so?ados donde yacen los tesoros, pero a la vez nos permite regresar de ellos con las bolsas repletas. ?Paraqu¨¦ servir¨ªa un tesoro si no se pudiera robar? Un tesoro no es nada sin un lugar real donde ser ofrecido o repartido. Y ese lugar real es la vida de todos los lectores del mundo.
Jorge Luis Borges agradece en El poema de los dones la diversidad de las criaturas que forman este singular universo. Da gracias por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises; por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad; por las m¨ªsticas monedas de ?ngel Silesio; por el ¨²ltimo d¨ªa de S¨®crates; por aquel sue?o del Islam que abarc¨® mil y una noches; por Swedenborg, que conversaba con los ¨¢ngeles en las calles de Londres; por las rayas del tigre; por el lenguaje que puede simular la sabidur¨ªa; por el sue?o y la muerte... Todos esos dones componen un ¨²nico libro, un libro inagotable, en que vida y lenguaje se confunden.
Los libros est¨¢n hechos de palabras, pero nuestra vida tambi¨¦n. Ser hombre es vivir en el lenguaje, recibir esos dones que, en gran parte, se confunden con las palabras. St¨¦phane Mallarm¨¦ dijo que el mundo se cre¨® para culminar en un hermoso libro, y vivimos tratando que nuestra vida se transforme en una historia que merezca la pena escuchar.
Cuando voy a dar charlas a los institutos de ense?anza media siempre digo a chicos y chicas que por mucho que se empe?en no pueden escapar a la literatura. No importa que no lean, que no abran un libro jam¨¢s, pues la literatura, la poes¨ªa, forma parte de ellos. Es m¨¢s, tiene que ver con las experiencias m¨¢s decisivas de sus propias vidas, con esos momentos de epifan¨ªa y gozo que todos anhelan tener.
Por ejemplo, el amor es una experiencia as¨ª. Transcurre en el mundo, es una experiencia que pertenece al campo de lo real, pero a la vez es una experiencia po¨¦tica. Los momentos m¨¢s intensos de nuestra vida tienen una naturaleza doble: suceden a la vez en el mundo real y en el de los sue?os. La ¨²nica manera de escapar a la literatura, sigo dici¨¦ndoles a mis j¨®venes interlocutores, es dejar de vivir o tener una vida vulgar, cosa que ninguno de ellos obviamente desea.
Por eso les animo a leer, porque la vida s¨®lo merece la pena cuando est¨¢ hecha de la misma materia con que se hacen los buenos libros.
?Y qu¨¦ nos dicen esos libros? Algo muy simple: que podemos traernos cosas de los sue?os. Coleridge tiene un poema en que un poeta sue?a con un jard¨ªn fabuloso donde todo es perfecto. Paseando por sus senderos, ve un hermoso rosal y toma distra¨ªdo una de sus rosas. Pero algo pasa y se descubre, de golpe, acostado en el cuarto inmundo de una pensi¨®n. Comprende decepcionado que ese jard¨ªn s¨®lo ha existido en su fantas¨ªa y, cuando trata de volver a dormirse, ve sobre la mesilla la rosa que acaba de cortar. Puede que el jard¨ªn fuera un sue?o, pero se ha tra¨ªdo de ¨¦l una flor. ?Es posible esto? La literatura nos dice que s¨ª. El poema es la prueba. Coleridge no se limita a so?ar con un lugar maravilloso, sino que escribe un poema que podemos leer. Ese poema es la rosa, una rosa de palabras. Leerlo es pasear por el jard¨ªn encantado, aspirar sus aromas desconocidos, llevar en las manos la rosa so?ada.
No leemos porque queramos escapar del mundo, ni para sustituirle por otro hecho a la medida de nuestros deseos, sino para ser reales. Tal es la raz¨®n ¨²ltima de todos los libros que existen. "?Quiero ser real!", es lo que exclaman todos los lectores del mundo cuando abren un nuevo libro. Y, parad¨®jicamente, ese deseo es su sue?o m¨¢s desatinado y hermoso.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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