La voracidad del morbo
El actor David Carradine, conocido por la serie Kung Fu, muri¨® el pasado jueves en un hotel de Bangkok. Ten¨ªa 72 a?os y estaba rodando all¨ª una pel¨ªcula. No tard¨® en trascender que su cad¨¢ver se hab¨ªa encontrado en el armario de la habitaci¨®n y con un cord¨®n de nailon atado alrededor del cuello y de los genitales. No hab¨ªa signos de violencia, as¨ª que se pens¨® que pod¨ªa tratarse de un suicidio. Antes de que la polic¨ªa iniciase sus pesquisas, y de que los familiares pudieran velar al difunto, la noticia corr¨ªa ya por todo el mundo y produc¨ªa las m¨¢s escabrosas y delirantes hip¨®tesis. Las nuevas tecnolog¨ªas, con su velocidad para poner en circulaci¨®n cualquier episodio que ocurra en cualquier parte del mundo, y con las facilidades que ofrece para que el que quiera pronunciarse se pronuncie, desencadenan algunos excesos frente a los que no se ha sabido a¨²n responder.
El ¨²ltimo cap¨ªtulo que ha generado la muerte de Carradine ha sido la iniciativa del peri¨®dico tailand¨¦s Thai Rath de publicar im¨¢genes del cad¨¢ver. La reacci¨®n de la familia ha sido fulminante: emprender¨¢ acciones legales contra ese diario, y contra cualquier medio estadounidense que reproduzca las fotos. M¨¢s que llorar al desaparecido, a sus pr¨®ximos les ha tocado batallar para exigir un m¨ªnimo respeto.
La muerte de un actor empieza tambi¨¦n a formar parte del espect¨¢culo, y para que no decaiga se aceptan las f¨®rmulas m¨¢s perversas. No hay barreras en una sociedad que reclama cada vez m¨¢s morbo para seguir enganchada al vertiginoso ritmo de la actualidad. Si hasta hace poco, por discreci¨®n y respeto, la muerte era un coto reservado a lo privado, e incluso se ocultaban los motivos del fallecimiento, hoy la norma es sacar hasta lo m¨¢s secreto a la luz p¨²blica.
Pero no ser¨¢ publicitando c¨®mo muri¨® Carradine como seremos m¨¢s sabios. El actor fue c¨¦lebre por la serie en la que interpretaba a un budista experto en kung-fu. Y una vez tras otra, a trav¨¦s del Peque?o Saltamontes, se explicaba que la violencia gratuita carece de sentido. Es tiempo de que la polic¨ªa tailandesa investigue su extra?a muerte (el FBI s¨®lo podr¨¢ observar, no intervenir). Y debe hacerlo con discreci¨®n.
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