Viejo, sordo, incontinente
Mi perro es bastante viejo. Casi diecis¨¦is a?os. Hace casi diecis¨¦is a?os iba yo zascandileando por Chueca cuando vi en la jaulilla de una pajarer¨ªa un yorkie diminuto, m¨¢s parecido a un murci¨¦lago que a un perro. Lo compr¨¦. Yo no sab¨ªa mucho de perros hasta entonces. Ahora s¨¦ casi todo. Tras a?os de estrech¨ªsima convivencia (me ha seguido con admiraci¨®n en todas mis actividades diarias, sin exclusi¨®n) casi me atrevo a decir que nadie me ha querido tanto como ¨¦l. No hay cari?o de un hombre que se ponga a la altura de semejante enamoramiento.
Las visitas han sido testigos de la fascinaci¨®n que el peque?o murci¨¦lago ha sentido siempre por m¨ª. Me sentaba a comer y me miraba desde abajo como diciendo, "m¨ªrala, qu¨¦ bien mastica". Me echaba la siesta y ¨¦l se la echaba conmigo; deb¨ªa de presentir el momento en que yo iba a abrir los ojos porque, cuando me despertaba, lo primero que encontraba eran los ojos negros bajo el flequillo perlado. Tampoco me quitaba ojo mientras escrib¨ªa columnas, novelas, guiones, "no hay otra como ella -parec¨ªa pensar-, alg¨²n d¨ªa, este pa¨ªs le dar¨¢ el lugar que le corresponde: el Parnaso". S¨¦ que hay lectores que considerar¨¢n pueril mi relato. Lo asumo. Si Hitchcock abominaba de rodajes con perros y ni?os, tambi¨¦n hay lectores que en cuanto ven que un art¨ªculo se llena de animales, pasan la p¨¢gina. Que la pasen. Es una aspereza t¨ªpicamente espa?ola. ?sa es una buena raz¨®n para hojear de vez en cuando la prensa internacional. El otro d¨ªa, en The Washington Post, ven¨ªa un extracto conmovedor de Old Dogs, de Gene Wengarten y Michael S. Williamson, un ensayo sobre la experiencia de convivir con perros viejos. Uno de los autores recuerda con nitidez el d¨ªa en que sinti¨® que su perro comenz¨® a envejecer. Yo tambi¨¦n lo tengo fechado: mi perro se hizo viejo el primer invierno que pas¨® en Nueva York. En oto?o, la ciudad le volvi¨® loco. En contraste con los educad¨ªsimos perros neoyorquinos, el m¨ªo, iba cruz¨¢ndose de lado a lado de la acera, queriendo atrapar todos esos olores a mierda de las alcantarillas, a flores de los coreanos, a esas bolsas enormes de comida que tiran por la noche y en la que, si te fijas con atenci¨®n, ves moverse a las ratas por debajo del pl¨¢stico negro. Pero lleg¨® el fr¨ªo hiriente, ese que te quema la cara y te agarrota las manos, y el pobre empez¨® a andar de puntillas como un Chiquito de la Calzada a cuatro patas. Sucumb¨ª ante eso que hasta hac¨ªa un a?o me parec¨ªa una bobada anglosajona: el abriguito. Y es que un perro de Chueca no estaba hecho para esos hielos. Tampoco para los calores agoste?os. Recuerdo una ma?ana ardiente de verano, tras hacerle andar cinco kil¨®metros por la avenida Madison, que el pobre se me desparram¨® en el charco de agua que se forma bajo los quioscos de flores y ya no hubo manera de que anduviera. Me lo llev¨¦ a casa en brazos con la pelambre chorreando. Ay, esos mis primeros tiempos de soledad. ?l provocaba que me saludaran los ni?os y las viejas. Alguna vez que nos ausentamos de la ciudad, vivi¨® en casa del escultor Leiro y se convirti¨® en un personajillo querido y c¨¦lebre entre los vecinos de aquella zona de Tribeca. S¨ª, yo present¨ªa que se estaba haciendo viejo. Al principio fue un cambio sutil. De joven, hab¨ªa sido como ese chihuahua argentino del chiste que vive en Alemania y le dice a otro perro, "yo en mi pa¨ªs era un d¨®berman". ?l siempre se hab¨ªa considerado un d¨®berman. Era mi perro de defensa, no es broma. En cuanto llegaba alguien a casa esos cinco kilos se enredaban entre las piernas de la visita, que se quedaba at¨®nita, aturdida. Pero ese esp¨ªritu chulesco se fue aplacando; a esta nueva paz contribuyeron la ceguera y la sordera. Pero en vez de reaccionar con frustraci¨®n y tristeza, como har¨ªa un ser humano, mi perro viejo fue optando por la tranquilidad de esp¨ªritu. Ahora, no me cabe duda, es un sabio. En verano encuentra el rinc¨®n m¨¢s fresco, en invierno el rayo de sol m¨¢s sabroso; no tiene prisa por levantarse, si t¨² te levantas a las doce ¨¦l se levanta a las doce, si t¨² te levantas a las ocho ¨¦l se levanta tambi¨¦n a las doce; ya no quiere alejarse m¨¢s de cien metros de casa, cuando llega a la esquina, se da media vuelta y da por finalizado el paseo; prefiere dar pase¨ªllos por el patio, como si fuera un jardinero experto, disfrutando del olor de cada hoja; y si se mea (lo que ocurre con cierta frecuencia) ya no corre a esconderse bajo el sof¨¢ con miedo a ser castigado. Cuando te ve acercarte con la fregona, te mira como diciendo, "tengo derecho a mearme, soy un viejo incontinente". Un amigo me dijo un d¨ªa, "me encantan los perros, pero no los tengo porque su ciclo de vida es demasiado corto". Es cierto. Pero hay algo tan digno en su vejez, esa capacidad para convertir las limitaciones f¨ªsicas en placidez contemplativa, que su actitud se convierte en una lecci¨®n diaria. Cierto es que a veces echo de menos esa adoraci¨®n sin l¨ªmites que le hac¨ªa mover la cola s¨®lo por el hecho de que yo le mirara. Hemos cambiado los papeles, ahora soy yo quien de vez en cuando se acerca a su coj¨ªn. Le mir¨® esos ojos como canicas que miran sin ver y le digo, "cu¨¢nto te admiro". Y ¨¦l ronronea, entiende mi admiraci¨®n. Es un viejo con la autoestima por las nubes.
Algunos lectores, cuando ven un art¨ªculo de animales, pasan la p¨¢gina. Es una aspereza t¨ªpicamente espa?ola
Hay algo tan digno en su vejez, esa capacidad para convertir las limitaciones f¨ªsicas en placidez contemplativa
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.