La coalici¨®n proeuropea
Desde mi punto de vista, el de un socialdem¨®crata partidario de una Europa pol¨ªtica fuerte, el resultado de las recientes elecciones al Parlamento de Estrasburgo es preocupante por varias razones.
En primer lugar, por la baja participaci¨®n, menos de la mitad de los inscritos en el conjunto de la Uni¨®n Europea. El hecho de que no sea la primera vez que sucede a?ade m¨¢s gravedad a la falta de movilizaci¨®n, no debida s¨®lo a la crisis. Adem¨¢s, una parte no desde?able de quienes votaron se ha decantado por opciones radicales, populistas e incluso xen¨®fobas. No hay que exagerar, pues estos diputados seguir¨¢n siendo una exigua minor¨ªa. Pero me preocupa que en algunos pa¨ªses -Hungr¨ªa, Reino Unido, Rumania, Austria, Eslovaquia- los partidos de la extrema derecha hayan avanzado posiciones. A su vez, los euro-esc¨¦pticos brit¨¢nicos, checos o polacos se han desgajado del Partido Popular Europeo y pretenden ahora condicionar las posiciones del ganador. Por ¨²ltimo, el Partido de los Socialistas Europeos ha perdido votos y presencia, con lo que el conjunto del Parlamento se ha escorado hacia la derecha.
Socialdem¨®cratas, PPE, liberales y ecologistas deben enfrentarse juntos a los eur¨®fobos
Intentar montar un frente 'anti-Barroso' no es serio, es una frivolidad
Todo ello es decepcionante. Seg¨²n las encuestas, los ciudadanos quieren que Europa tenga m¨¢s capacidad de decisi¨®n en lo que afecta a su empleo, sus condiciones de vida y trabajo y su seguridad. Piden a las instituciones europeas, incluyendo a sus respectivos Gobiernos en el marco del Consejo comunitario, que en estos temas superen las barreras nacionales y utilicen la dimensi¨®n europea para aumentar la eficacia de sus pol¨ªticas.
Pero cuando esos mismos ciudadanos son llamados a elegir directamente a sus representantes en el Parlamento Europeo, uno de cada dos no acude, y quienes lo hacen votan a candidatos antieuropeos en mayor proporci¨®n que cuando se trata de una elecci¨®n meramente nacional o local. ?Qu¨¦ est¨¢ fallando? ?Qui¨¦n es responsable de esos fallos? ?C¨®mo afrontarlos?
Sin duda, las campa?as electorales han contribuido al desinter¨¦s o al voto de protesta. Los temas locales y las batallas partidistas se han impuesto sobre las cuestiones europeas. Y cuando se hablaba de Europa, no siempre era en t¨¦rminos positivos. Pero seamos claros: una campa?a de tres o cuatro semanas no puede variar 180 grados la t¨®nica que ha dominado a lo largo de los ¨²ltimos a?os la comunicaci¨®n sobre pol¨ªticas y actuaciones de la UE. Desde la penosa campa?a del refer¨¦ndum franc¨¦s en mayo de 2005 hasta la del 7-J han sido demasiadas las ocasiones en que los mensajes sobre Europa se han caracterizado por la falta de rigor, el oportunismo y, en ocasiones, los argumentos falaces.
Reconozco que algunas iniciativas han dado pie a ello: por ejemplo, la fallida directiva de tiempo de trabajo -la de la jornada de 65 horas- o el apoyo del Consejo y el Parlamento a la no menos reprochable directiva sobre retorno de inmigrantes. Pero acusar a Europa de que no ha reaccionado ante la crisis, cuando la UE ha liderado la convocatoria del G-20, ha aprobado regulaciones financieras muy importantes y ha desplegado est¨ªmulos fiscales, monetarios y financieros de proporciones astron¨®micas, no es de recibo.
Tampoco es serio, a mi juicio, intentar montar un frente anti-Barroso tan carente de argumentos como de alternativas viables para la presidencia de la pr¨®xima Comisi¨®n. Con esa frivolidad, se deteriora la imagen de Europa gratuitamente.Otras cr¨ªticas tienen mucho m¨¢s fundamento. No se han expuesto argumentos claros y convincentes sobre c¨®mo Europa puede alcanzar un futuro mejor tras la crisis. Aqu¨ª hemos de admitir nuestro fracaso para transmitir que s¨®lo una estrategia a escala de la UE ser¨¢ capaz de recomponer el aparato productivo sin las muletas de un sistema financiero desbocado, como fue el caso hasta agosto de 2007. No hemos explicado bien que s¨®lo actuando a escala europea podremos ofrecer simult¨¢neamente crecimiento econ¨®mico y cohesi¨®n social, competitividad y oportunidades iguales para todos, una moneda fiable, un Estado fuerte sustentado sobre unas finanzas p¨²blicas saneadas, futuro para los j¨®venes y solidaridad con una poblaci¨®n cada vez m¨¢s envejecida.
Por supuesto, conseguirlo no ser¨¢ f¨¢cil. Pero si en vez de apostar por la coordinaci¨®n de las pol¨ªticas econ¨®micas y financieras se cede a la tentaci¨®n del "s¨¢lvese quien pueda" y a la competencia entre unos y otros, la salida no ser¨¢ otra que un largo periodo de bajo crecimiento y de tensiones populistas.
La tarea no puede recaer solamente en una fuerza pol¨ªtica. La dimensi¨®n europea no es ni de derechas ni de izquierdas. Igual que hace 60 a?os, el proyecto de integraci¨®n supranacional es de amplio espectro, lo comparten desde el centro-derecha hasta la socialdemocracia. Es m¨¢s, si el consenso b¨¢sico en el que se han basado desde el Tratado de Roma hasta el de Maastricht no se renueva ahora, el Parlamento perder¨¢ capacidad de decisi¨®n en los asuntos cruciales que van a formar parte de su agenda. Y si la Comisi¨®n o el Consejo abriesen en su interior brechas pol¨ªticas permanentes entre los europe¨ªstas, fracasar¨ªan igualmente. Con o sin Tratado de Lisboa.
Europa no necesita ahora a unos proeuropeos frente a otros. Ni tampoco estamos para nuevas discusiones institucionales. Es la hora de la pol¨ªtica. Pero la necesidad de una "coalici¨®n proeuropea" no indica que haya que despolitizar este debate. Al contrario. Cada partido tiene que aportar sus prioridades y sus propuestas para salir de la crisis fortalecidos. En el caso de la socialdemocracia, un proyecto europeo de paz, de igualdad de oportunidades, de defensa de los m¨¢s d¨¦biles frente a toda discriminaci¨®n. Que proteja a todos con servicios p¨²blicos eficaces, que ofrezca a trav¨¦s de la educaci¨®n y la formaci¨®n mayores expectativas de empleo y de progreso. Que combine el dinamismo econ¨®mico con el respeto al medio ambiente. Que canalice la solidaridad dentro y fuera de las fronteras de los Veintisiete.
Esa visi¨®n de Europa tiene puntos de coincidencia y de divergencia con la de un ecologista, un liberal o la de un miembro del PPE. Los votantes dir¨¢n qui¨¦nes tienen en cada momento la mayor¨ªa necesaria para liderar las instituciones de la UE. Pero unos y otros deben -debemos- saber que quienes de verdad se oponen a la integraci¨®n europea son otros. Y su triunfo supondr¨ªa un retroceso hist¨®rico.
Los espa?oles aprendimos que la garant¨ªa de las libertades y la construcci¨®n de una democracia estable exige consensos y di¨¢logo, compartir unos valores y principios b¨¢sicos. A la vista de los resultados del 7 de junio y de las circunstancias que los explican, una conclusi¨®n similar es aplicable a la encrucijada en la que se encuentra la Uni¨®n Europea, salvadas las distancias de rigor. Si somos capaces de transmitirlo en esos t¨¦rminos quiz¨¢s se nos entienda mejor, y los votantes sabr¨¢n lo que nos estamos jugando en Europa durante los pr¨®ximos cinco a?os.
Joaqu¨ªn Almunia es comisario europeo de Asuntos Econ¨®micos y Monetarios.
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