Jorge Luis Borges: la visi¨®n del ¨¢mbar
Siendo ciego y poeta se tiene medio camino hecho para llegar a Homero. Si adem¨¢s el poeta ciego es argentino ese camino no puede ser muy largo. No hay que navegar mares azarosos, ni recorrer senderos calc¨¢reos bajo un sol azul de la Arg¨®lida entre cabras puntiagudas. Cualquiera que se llame Borges encontrar¨¢ a Homero en cualquier esquina del barrio de Palermo de Buenos Aires, tomando el t¨¦ en una confiter¨ªa. Pero no est¨¢ claro que Borges fuera realmente ciego. Aunque su abuela paterna muri¨® ciega, su bisabuelo muri¨® ciego y su padre tambi¨¦n acab¨® ciego, puede que la ceguera del escritor fuera s¨®lo la m¨¢s famosa de sus met¨¢foras. En todo caso Borges ha confesado que su color preferido era el amarillo ¨¢mbar, el ¨²nico que ven¨ªa en un horizonte imaginario, el mismo que resplandece en la arena infinita del desierto.
?Por qu¨¦ voy a morirme si nunca lo he hecho antes? Era como si le dijeran que iba a ser buzo o domador
En un cruce de caminos Borges un d¨ªa invoc¨® el azar, ech¨® los dados de ¨¢mbar sobre la arena y uno de esos dados le ofreci¨® su s¨¦ptima cara. En ella hab¨ªa im¨¢genes superpuestas de laberintos, espejos, tigres y cuchillos, todas ineludibles y un c¨²mulo de met¨¢foras, el tiempo como r¨ªo, la vida como ficci¨®n, la muerte como sue?o y ¨¦l mismo como "el otro": con esa materia el destino le oblig¨® a ser Borges, un escritor condenado a escribir f¨¢bulas sin moraleja. Dijo Blake que nada existe si no ha sido imaginado.
Sus primeros recuerdos eran im¨¢genes de un sable que sirvi¨® en el desierto, de un aljibe, de la casa vieja, del silbido de un trasnochador en la vereda. Fue un ni?o enfermizo vestido de ni?a al que su madre nunca dej¨® salir de su placenta. Desde que su padre llev¨® al adolescente Borges a un prost¨ªbulo de Ginebra para que ejerciera de hombre por primera vez, ¨¦l vivi¨® a partir de entonces el amor como un ente hipot¨¦tico siempre frustrado. "Yo que he sido todos los hombres no he sido aquel en cuyo abrazo desfallec¨ªa Matilde Urbach". Si bien esta mujer fue la hero¨ªna de una novela barata, su nombre implica el de todas las mujeres que Borges enamoradizo no pudo conseguir o posey¨® a medias. Descubri¨® una vez con cierta tristeza que se hab¨ªa pasado la vida pensando en una u otra mujer y todas le llevaron a cometer el mayor de los pecados, el no haber sido feliz. Por lo dem¨¢s Borges naveg¨® todos los mares, cruz¨® todos los desiertos, recorri¨® todas las ciudades, varado en un sof¨¢ del vest¨ªbulo de infinitos hoteles con las manos apoyadas en el bast¨®n, las c¨®rneas acuosas dirigidas a un punto indeterminado de la pared de enfrente donde estaban concentrados todos los mapas.
En la plenitud de su creaci¨®n Jorge Luis Borges hab¨ªa tallado poemas en madera de ¨¦bano, hab¨ªa escrito libros de arena, historias de infamia, f¨¢bulas que se hab¨ªan podrido junto con los papiros que las soportaban, se hab¨ªa perdido en la bruma de las sagas noruegas, hab¨ªa jugado a la loter¨ªa de Babilonia donde el premio siempre era una pu?alada de un compadre o hab¨ªa bajado al s¨®tano de la Biblioteca de Alejandr¨ªa a compartir enigmas con el guardi¨¢n. En ese tiempo s¨®lo lo le¨ªan casi en secreto algunos iniciados. La fama alcanz¨® al escritor en el umbral de la vejez y s¨®lo fue debida a las maldades y paradojas envenenadas que sal¨ªan de su boca en las aciagas entrevistas con los periodistas de la secci¨®n de cultura. En un juego de ni?o terrible en ellas proclamaba siempre lo inesperado, lo que m¨¢s podr¨ªa sorprender, irritar o admirar a cualquier ne¨®fito. Para enfadar a los acad¨¦micos espa?oles dec¨ªa que el castellano era una lengua muy fea y que prefer¨ªa el ingl¨¦s. Para sacar de quicio a los progresistas afirmaba que Franco hab¨ªa sido muy positivo para Espa?a. Admiraba m¨¢s a Alonso Quijano que al Quijote y a ¨¦ste menos que a Cervantes. Ensalzaba al escritor mediocre Cansinos Assens para vengarse de todos los poetas de la Generaci¨®n del 27 y as¨ª sucesivamente hasta crearse un personaje odioso y al mismo tiempo admirado. La desgracia de sus lectores, cuando su nombre fue revelado en los a?os sesenta del siglo pasado, consist¨ªa en que odiar a Borges y amarlo era una misma obligaci¨®n.
A veces se disfrazaba de reaccionario, pero s¨®lo era un conservador, un liberal moderado cuyo odio a Per¨®n, que le hab¨ªa condenado a ser inspector de pollos en vez de bibliotecario, lo llev¨® a aplaudir la llegada de los militares argentinos. Cre¨ªa que la democracia era una simple estad¨ªstica, aunque presum¨ªa de haber condenado en su tiempo a Mussolini y a Hitler, cuando otros callaban, para acabar aceptando una medalla de Pinochet, un acto que le cost¨® el Nobel. Empieza uno diciendo una maldad para epatar y acaba despe?¨¢ndose en la barranca. A partir de un momento Borges se convirti¨® en el escritor al que no le daban el Nobel.
Tal vez cre¨ªa en Dios, tal vez no, porque para Borges la teolog¨ªa era una obra maestra de ciencia-ficci¨®n. Por lo dem¨¢s, si bien presum¨ªa de haber tomado mescalina y coca¨ªna en su juventud, su droga m¨¢s pertinaz fueron los caramelos de menta y su plato preferido la merluza hervida. Cuando muri¨® la madre comenz¨® a viajar, ya ciego, s¨®lo para oler los pa¨ªses. Olfate¨® el Machu Picchu, conoci¨® Jap¨®n con la mente, se dej¨® explicar las calles de Par¨ªs, de Tejas, de Nueva York, y Borges s¨®lo les ofrec¨ªa sus pasos, los golpes de su bast¨®n y en los hoteles se dejaba llevar del codo hasta el lavabo para dar de s¨ª antes de volver al sof¨¢ del vest¨ªbulo a ejercer de vidente en las sombras amarillas ante admiradores y reporteros. En todos los pa¨ªses y ciudades siempre hab¨ªa una mujer para hacer de pantalla entre ¨¦l y los objetos. Hubiera preferido consagrarse al goce de la metaf¨ªsica o de la ling¨¹¨ªstica, pero al final lo daba todo por un susurro femenino en el o¨ªdo que le fiaba una incierta promesa, lo suficiente para alimentar su imaginaci¨®n.
Borges viv¨ªa aventuras de gal¨¢n a trav¨¦s una figura interpuesta en la persona de Bioy Casares, un devorador de mujeres, el rey del batacl¨¢n. Con su amigo departi¨® durante treinta a?os la cena todas las noches con chismorreos culturales de alta y baja ley, los dos empollados por la gran clueca Victoria Ocampo, ama y se?ora de la revista Sur, donde abrevaron los intelectuales de moda de Europa tra¨ªdos por ella a Argentina a buen precio.
A los 80 a?os estaba aburrido de ser Borges y deseaba conocer la sombra del misterio mayor de los hombres. Pero en el ¨²ltimo momento levantaba una leve protesta. ?Por qu¨¦ voy a morirme si nunca lo he hecho antes? Era como si le dijeran que iba a ser buzo o domador. Al final cre¨ªa que la muerte no le era permitida. No estaba seguro de que Dios necesitara su inmortalidad para sus fines. Pero Jorge Luis Borges muri¨®. Lo hizo a sabiendas el 14 de junio de 1986 y est¨¢ enterrado en el cementerio de notables de Plainpalais, en Ginebra, la ciudad donde hab¨ªa alcanzado por primera vez el placer sexual con una mujer en un prost¨ªbulo. La ¨²ltima met¨¢fora. Ten¨ªa miedo a seguir siendo Borges. Qu¨¦ importa la muerte si eso le ha sucedido a un individuo llamado Borges, que vivi¨® en Buenos Aires en el siglo XX, hace ya tanto tiempo. Qu¨¦ importa si fue desdichado o feliz si ya ha sido olvidado. Todos corremos hacia el anonimato, s¨®lo que los escritores mediocres llegan a la meta un poco antes, dec¨ªa.
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