Violencia de g¨¦nero y sociedad
La violencia contra una mujer no debe dolerle s¨®lo a ella, sino a toda la sociedad. Todos habr¨ªamos hecho lo mismo. No se puede tolerar que estos desalmados act¨²en al margen de la ¨¦tica, que es nuestro patrimonio". As¨ª se expres¨®, por boca de su esposa, al recibir la medalla de oro de la Universidad Camilo Jos¨¦ Cela, el profesor Jes¨²s Neira, salvajemente agredido cuando sali¨® en defensa de una mujer golpeada por su novio.
?Es verdad que la violencia contra las mujeres duele a toda la sociedad? ?En una situaci¨®n similar a la del profesor Neira, todos habr¨ªamos hecho lo mismo? La persistencia de la violencia de g¨¦nero y la insensibilidad de la sociedad ante ella, como demuestra la falta de gestos colectivos de repulsa, apuntan a una respuesta negativa.
La violencia es el arma habitual del patriarcado para dominar a las mujeres
Los modelos de dominaci¨®n patriarcal asocian placer con ego¨ªsmo
"Cada tres minutos, una mujer es golpeada. / Cada diez minutos, una muchachita es acosada... / Cada d¨ªa aparecen en callejones, / en sus lechos, / en el rellano de la escalera, cuerpos de mujeres". Esto escrib¨ªa hace casi cuatro d¨¦cadas la poetisa afroamericana Ntozake Shange. Hoy la situaci¨®n ha empeorado y el martirologio de g¨¦nero crece vertiginosamente. Seg¨²n el Ministerio de Igualdad, en Espa?a a lo largo de 2008 fueron asesinadas por sus parejas 70 mujeres, a las que hay que sumar 30 m¨¢s este a?o. Estudios recientes sobre la violencia de g¨¦nero demuestran que la mayor¨ªa de asesinatos de mujeres se producen en la propia casa a manos de los varones con los que conviven o han convivido.
?sta es la forma extrema de violencia de g¨¦nero, pero hay otras muchas que sufren las mujeres: abusos sexuales en las escuelas, parroquias, seminarios, familias y lugares de trabajo; turismo sexual en Asia, ?frica y Am¨¦rica Latina; mutilaci¨®n de ¨®rganos genitales; lapidaciones bajo la acusaci¨®n de infidelidad o adulterio; violaciones espec¨ªficamente sexuales de los derechos humanos; agresiones y penas de muerte a lesbianas; prostituci¨®n forzada y prostituci¨®n de ni?os y ni?as; violaciones colectivas en tiempos de guerra; violaciones dentro del matrimonio y durante el noviazgo; trabajo dom¨¦stico agotador; explotaci¨®n de las "empleadas de hogar"; condiciones inhumanas en que viven las mujeres inmigrantes; pr¨¢cticas sexuales sadomasoquistas; agresiones f¨ªsicas y ps¨ªquicas; contagio del sida por los propios esposos o compa?eros; asesinatos en serie; infanticidio femenino; abusos sexuales con enfermas mentales, etc¨¦tera. A todas ellas hay que sumar otras formas de violencia econ¨®mica y cultural en la sociedad, en los medios de comunicaci¨®n y en la publicidad.
La violencia de g¨¦nero no responde a un comportamiento aislado o perverso, propio de unos cuantos varones desalmados que act¨²an por maldad o a quienes se les cruzan los cables y en un mo-
mento de arrebato se les va la mano y golpean brutalmente a las mujeres hasta asesinarlas. ?sa es la imagen que un patriarcado supuestamente ben¨¦volo quiere transmitir a la sociedad y que ha conseguido instalarse en el imaginario social como explicaci¨®n psicol¨®gica. Pero las cosas son muy distintas. La violencia contra las mujeres es estructuralmente normativa y debe entenderse y analizarse en t¨¦rminos sist¨¦micos. Es el instrumento -el arma, mejor- habitual del patriarcado para mantener el poder y ejercerlo desp¨®ticamente sobre las personas que considera inferiores: las mujeres, las ni?as y los ni?os. "La violencia contra las mujeres constituye el n¨²cleo esencial de la opresi¨®n kiriarquica", afirma la te¨®loga Elisabeth Sch¨¹ssler Fiorenza, que entiende el kiriarcado como el gobierno del emperador/se?or/amor/padre/esposo sobre sus subordinados. Esa violencia no es s¨®lo f¨ªsica; comprende tambi¨¦n "la construcci¨®n cultural y religiosa de unos cuerpos femeninos d¨®ciles y de unas personalidades femeninas sumisas".
Esta idea es compartida por Joanne Carlson Brown, ordenada ministra de la Iglesia Metodista Unida y editora de la obra Cristianismo, Patriarcado y Abuso: una cr¨ªtica feminista, para quien la violencia y los abusos sexuales son los principales instrumentos del patriarcado en apoyo del dominio de los hombres sobre las mujeres. Lo m¨¢s grave y preocupante es que en este juego de poderes el cristianismo -al menos la mayor¨ªa de sus dirigentes y de sus te¨®logos- apoya a una de las partes, y no precisamente a la m¨¢s vulnerable.
El patriarcado no act¨²a en solitario, sino en complicidad con otros poderes y modelos opresores de organizaci¨®n, como el racial, el econ¨®mico, el pol¨ªtico, el militar, el religioso y el homof¨®bico. El patriarcado tiene un pacto, expreso o t¨¢cito, con todos ellos. Su actuaci¨®n conjunta da como resultado la sumisi¨®n de las mujeres a la l¨®gica de los varones, su invisibilidad social, pol¨ªtica y religiosa, su negaci¨®n como sujeto y, en algunos casos, su desaparici¨®n f¨ªsica, como las siete mujeres que fueron asesinadas el a?o pasado a tiros en Chechenia por no someterse a la r¨ªgida moral isl¨¢mica.
El feminismo, una de las pocas revoluciones incruentas de la historia, provoca en el patriarcado una reacci¨®n violenta insospechada e inesperada, a veces legitimada por la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica, que considera la "teor¨ªa de g¨¦nero" como una "revoluci¨®n insidiosa" (monse?or Ca?izares) y la "revoluci¨®n sexual" una de las responsables del "alarmante aumento de la violencia dom¨¦stica, abusos y violencias sexuales de todo tipo, incluso de menores en la misma familia" (Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en Espa?a, aprobado en la LXXXI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal espa?ola el 21 de noviembre de 2003).
M¨¢s grave a¨²n, el cardenal Ca?izares, tras pedir perd¨®n por la violencia sexual contra menores en las escuelas irlandesas durante varias d¨¦cadas, relativiza la gravedad de esos abusos en comparaci¨®n con el aborto. ?Qu¨¦ irracionalidad! Pero la irracionalidad episcopal llega a extremos dif¨ªcilmente superables en el caso de Alfa y Omega, semanario de la Archidi¨®cesis de Madrid, que llega a afirmar: "Cuando se banaliza el sexo, se disocia de la procreaci¨®n y se desvincula del matrimonio, deja de tener sentido la consideraci¨®n de la violaci¨®n como delito penal" (sic). ?Toda una legitimaci¨®n "religiosa" de la violaci¨®n y una grav¨ªsima agresi¨®n contra las personas violadas, que denunciamos y consideramos un verdadero delito! ?Compartir¨¢n todos los obispos estas afirmaciones tan inmisericordes firmadas por Ricardo Benjumea, redactor jefe del "semanario cat¨®lico de informaci¨®n" citado?
En las religiones existen modelos de dominaci¨®n patriarcal que llevan a aceptar y legitimar la autoridad injusta y a influir negativamente en experiencias vitales como el amor, el cuerpo, el placer, la espiritualidad y lo sagrado, y justifican el sufrimiento de las mujeres apelando a su sentido redentor. Esos modelos de dominaci¨®n no s¨®lo no fomentan el placer, sino que lo asocian con el ego¨ªsmo. Peor a¨²n, infligen en las mujeres dolor, al que reconocen sentido redentor y, en el caso del cristianismo, ponen como ejemplo a imitar los sufrimientos de Cristo y de los m¨¢rtires.
En su obra Placer sagrado (Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1998), Riane Eisler distingue dos formas de estructurar las relaciones humanas: la solidaria o gil¨¢mica y la androcr¨¢tica o dominadora. En cada modelo se establecen unas relaciones entre sexo, poder y amor, as¨ª como entre dolor, placer y sagrado. El primero sit¨²a a los hombres junto a las mujeres, a los gobernantes al servicio de los s¨²bditos y al ser humano en comunicaci¨®n sim¨¦trica con la naturaleza. Eisler demuestra desde la arqueolog¨ªa, el arte, el folclor y la mitolog¨ªa, que la direcci¨®n original en la estructuraci¨®n de las relaciones humanas fue el modelo solidario y que posteriormente se produjo un vuelco cultural a favor del modelo androcr¨¢tico. Creemos que para luchar contra la violencia de g¨¦nero es necesario volver al modelo gil¨¢mico de relaciones humanas, que debe estructurarse en torno a la solidaridad y que considera el placer "sagrado".
Este art¨ªculo est¨¢ firmado por Margarita Mar¨ªa Pintos y Juan Jos¨¦ Tamayo, te¨®logos.
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