La vida sigue m¨¢s all¨¢ de la crisis
"Uno de los recuerdos m¨¢s luminosos, tersos y gloriosos de mi infancia", dice S¨¢ndor M¨¢rai, "es que en nuestra casa hubiese un banco, un banco de verdad con cajero y dinero en efectivo, en el que s¨®lo ten¨ªas que presentarte y firmar un papel para que te diesen cr¨¦dito".
La cita corresponde a la primera parte de Confesiones de un burgu¨¦s (Salamandra), cuya primera edici¨®n apareci¨® en 1934. Una parte del mundo viv¨ªa las miserias de la Depresi¨®n de 1929, pero la Hungr¨ªa de M¨¢rai quedaba entonces demasiado lejos de Wall Street para que le afectara el derrumbe financiero norteamericano. Tan aparentemente lejos, aunque por defecto de vista, la consider¨® Zapatero hasta que los hechos se nos echaron devoradoramente encima.
todos son los afectados, y los culpables se confunden con las v¨ªctimas
Tan contundentemente que las mayores cifras de paro norteamericanas durante la Gran Depresi¨®n (el 24% de la poblaci¨®n activa en 1932) se parecen a las que ahora mismo registra la comunidad canaria y a las que va acerc¨¢ndose la cuenta de toda Espa?a, que desde octubre crea el 40% de todos los parados de la Uni¨®n Europea.
Ciertamente, puede parecer asombroso que las movilizaciones obreras no agiten las calles de Espa?a o de la Europa comunitaria, donde se han destruido ya m¨¢s de 22 millones de puestos de trabajo; pero la protecci¨®n social, los subsidios, las redes familiares est¨¢n conteniendo, en una parte, las protestas. La otra parte radica en que los m¨¢s perjudicados, por muchos que sean y poco que tengan, por mucho que penen, sindicados o no, no saben, concretamente, contra qui¨¦n protestar.
Esta Gran Crisis ha adquirido precisamente los caracteres de la fatalidad y la mortalidad indiscriminada, social y econ¨®mica, de las guerras mundiales. Todos son los afectados, y los culpables se confunden con las v¨ªctimas; los frentes, con las retaguardias; las destrucciones, con el p¨¢nico a un bombardeo todav¨ªa mayor.
el miedo es el factor com¨²n de esta crisis que mantiene tan cohibida la queja organizada como desconcertados a los Gobiernos que, en sus medidas pol¨ªticas, hacen ver que act¨²an a tientas comprometiendo el futuro o lo que sea para taponar la calamidad inmediata. Tampoco las organizaciones sindicales se pronuncian ni gu¨ªan. Las consignas y sus fuerzas anticapitalistas han sido arrumbadas, absortos todos ante la magnitud de un siniestro que no ha dejado de crecer ni de completar sus da?os.
Podr¨ªa esperarse entonces un levantamiento contra el sistema mismo, puesto que nadie duda de que la cat¨¢strofe es sist¨¦mica, pero ?c¨®mo desprender el sistema del sujeto mismo de la relaci¨®n? De este modo, los sentimientos de contradicci¨®n y desesperanza llevan directamente a la ansiedad, el estr¨¦s y el aumento de toda clase de dolencias. La sociedad entera cae en la lasitud de la depresi¨®n, puesto que no hay circunstancia m¨¢s determinante de la depresi¨®n -sin importar su orden- que la constataci¨®n de la propia impotencia para orientar nuestra vida.
La realidad ha adquirido un comportamiento t¨®xico, perverso, y tanto las autoridades como sus antagonistas ignoran c¨®mo enderezar su deriva.
En esta tesitura, en fin, ?c¨®mo tener hijos o celebrar bodas?, ?c¨®mo trazar planes futuros?, ?c¨®mo ganar confianza y transmitirla a los dem¨¢s? La crisis financiera se ha calificado como "una crisis de confianza", y la crisis de confianza actual, despu¨¦s de eviscerar su contenido, prolonga la gravedad de la crisis. ?Un salvador? En diferentes pa¨ªses han brotado movimientos mesi¨¢nicos de extrema derecha que fijan la salvaci¨®n en la eliminaci¨®n del emigrante, el diferente, el negro, el extra?o.
Al movimiento de solidaridad universal, todav¨ªa presente en tantas organizaciones j¨®venes, se opone el revival nacionalista, los racismos y xenofobias que, en Espa?a, aumentan los temores de un importante porcentaje de trabajadores, con papeles o sin ellos.
varios de los componentes, causales y consecuentes, de la Depresi¨®n de 1929 han vuelto a presentarse ahora. La lista de fen¨®menos que se aunaron para producir la debacle de 1929 fue tan dif¨ªcil de precisar unitariamente como f¨¢cil de calificar en su conjunto: sobreexplotaci¨®n. En ese tiempo, como ahora, las desigualdades hab¨ªan crecido exponencialmente, y el cr¨¦dito f¨¢cil, la euforia especulativa y el descontrol financiero desembocaron en una quiebra que entonces, faltos de conocimientos econ¨®micos, nadie parec¨ªa prever.
En estos a?os, sin embargo, casi cualquiera present¨ªa que algo gordo iba a pasar. El peso de los factores en la Depresi¨®n de 1929 y en esta Gran Crisis es notablemente distinto, pero la ¨²ltima raz¨®n se parece demasiado. La precariedad del empleo, la debilidad sindical, la confusi¨®n de la izquierda, el contagio de un delirio tanto m¨¢s excitante cuanta m¨¢s gente participaba en ¨¦l, fueron elementos que, pese a las diferencias hist¨®ricas, se han reproducido metaf¨®ricamente ochenta a?os despu¨¦s, y si se trata de analog¨ªas, tanto en las v¨ªsperas de la Gran Guerra (El tiempo de ayer. Memorias de Stefan Zweig) como en la ¨¦poca anterior a la Segunda Guerra Mundial (Confesiones de un burgu¨¦s) cund¨ªa igualmente la convicci¨®n de que "algo ten¨ªa que pasar". "Aterrizaje suave", dec¨ªan los especialistas y pol¨ªticos infames para atenuar el miedo a lo peor, pero, como la gente present¨ªa, el aterrizaje no ha sido otra cosa que un estrellamiento integral.
En ese estrellamiento "sist¨¦mico", todos pierden, pero la inteligencia capitalista determina que, al fin, siendo los ricos la mitad de ricos de lo que eran antes, su distancia respecto a los que se convierten en m¨¢s pobres de lo que fueron se multiplica por dos. Los ricos pasan de celebrar fiestas de cuatrocientas personas a ciento cincuenta, los obreros pasan de la hipoteca a la mendicidad. Paro, mendicidad, migraciones de retorno, enfermedades surtidas. Hasta la pandemia de la gripe A en estos primeros a?os del siglo XXI coincide con la extensi¨®n de la "gripe espa?ola" de comienzos del siglo XX.
Durante la Gran Depresi¨®n del 29, muchos desempleados paseaban como hombres anuncios relatando en sus carteles el curr¨ªculo y los detalles de su menesterosidad. Esa clase de exhibici¨®n, que en Manchester ha repetido un ingeniero mec¨¢nico, es el ¨ªndice del desamparo incluso en el Estado del bienestar. El mal que soportan hoy millones de familias espa?olas de toda condici¨®n -y tanto m¨¢s cuanto inferior es la condici¨®n- posee el aspecto de un fin de ¨¦poca o la ajada estampa de las tropas abatidas tras una guerra que no entendieron ni entender¨¢n jam¨¢s.
Una interminable palabrer¨ªa economicista trata de exponer las causas y remedios de la Gran Crisis en t¨¦rminos de regulaciones, leyes, responsabilidades institucionales, codicia de los ejecutivos, activos t¨®xicos e inextricables. Frente a ello, sin embargo, el colmo de la poblaci¨®n no sabe ni cree en nada, puesto que la crisis que a unos demedia, a ellos puede quitarlos de en medio.
?previsiones para el porvenir, el pr¨®ximo a?o, m¨¢s all¨¢ de 2010? Cualquier crisis, todos lo confirman, desde Goethe hasta H?lderlin, de Leire Paj¨ªn a Florentino P¨¦rez, puede llegar a ser la ¨®ptima ocasi¨®n de mejorar, el kairos de oro. Frente al neoliberalismo, la regulaci¨®n p¨²blica; contra la especulaci¨®n, la racionalidad; frente al despilfarro, la sostenibilidad; frente al mercado, el proyecto humano; contra la pestilencia de la org¨ªa, el perfume de la autenticidad.
En sustituci¨®n, en fin, de los intermediarios de todo tipo (pol¨ªticos, banqueros, periodistas), el contacto persona a persona, en el comercio, en el pr¨¦stamo o en la informaci¨®n. ?Una utop¨ªa? Falta nos hace.
Los bancos, por ejemplo. ?C¨®mo no ver ahora que su intermediaci¨®n ha sido tan abusiva como tramposa? ?Y los improductivos intermediarios comerciales? ?Y los representantes pol¨ªticos entregados a su provecho particular o partidista vali¨¦ndose de la c¨¢ndida voluntad de nuestros votos? ?Y las empresas que ahora nos ofrecen los mismos productos de ayer a la mitad de precio? ?En qu¨¦ gran abuso y confusi¨®n nos hall¨¢bamos para no rechazar su expoliaci¨®n?
Bien, la crisis es la crisis. La crisis es la privaci¨®n. Pero, a la vez, la privaci¨®n contribuye ahora a afinar la visi¨®n cr¨ªtica. ?Un mundo igual despu¨¦s de ¨¦ste? ?La historia, y especialmente la cultura del consumo, ha creado ciudadanos cr¨ªticos, m¨¢s exigentes e informados, m¨¢s conscientes de sus derechos, menos pasivos ante la publicidad y la propaganda, m¨¢s solidarios y adversos a la desigualdad?
Ni es ya f¨¢cil aceptar, en plenas webs sociales, que un pol¨ªtico se apalanque cuatro a?os al frente de un ministerio o una presidencia haci¨¦ndolo rematadamente mal, ni puede aceptarse que un intermediario se lucre sin tasa. Nunca como ahora las innovaciones t¨¦cnicas tuvieron tanto que ver con la comunicaci¨®n, la informaci¨®n y la reuni¨®n interpersonal. La banca omn¨ªmoda, el pol¨ªtico apalancado, el comerciante abusivo, aparecen hoy ante el cliente, el ciudadano o el consumidor, que lo mismo es, como figuras tan insoportables como mostrencas. ?No ser¨ªa ya hora de mandarlos al desv¨¢n, desacreditarlos y, en efecto, dejarles sin el cr¨¦dito insoportable que ahora contribuye perniciosamente a la indigencia y el deterioro de las vidas? Muerte, pues, a la muerte que imparte el sistema. Y vida m¨¢s all¨¢ de esta Gran Crisis tan fat¨ªdica como irreversible del capitalismo funeral.
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