Libertad de la novela
Una novela es la libertad. El acto f¨ªsico de abrirla es tan simple, tan rotundo, tan cargado de sentidos posibles, como el de abrir una puerta, una puerta de salida y una puerta de entrada. Hasta la tapa del libro parece una puerta que se abre. Salimos de algo y entramos en algo, cruzamos un umbral que se despliega entre nuestras manos, y al principio, como en algunos lugares misteriosos, nos encontramos en la sombra, y s¨®lo gradualmente se acostumbran los ojos a la nueva claridad que irradia del interior del libro. En la casa de veraneo de sus abuelos Proust se encerraba a leer en un retrete con una peque?a ventana desde la que ve¨ªa el campanario del pueblo. Juan Carlos Onetti le¨ªa de ni?o encerrado en un armario, a la luz de una linterna, acompa?ado por un gato al que acariciaba tan silenciosamente como pasaba las p¨¢ginas, y dec¨ªa que la causa de su mala vista era haber gastado los ojos leyendo en aquel refugio. Muchas tardes de verano yo he le¨ªdo en un granero lleno de trigo reci¨¦n cosechado, y en el tacto del papel hab¨ªa residuos del polvo de la trilla.
Empezar a leer se parece mucho a empezar a escribir: es encontrar un hilo y seguirlo, escuchar una voz y dejarse hechizar
Pero no siempre logra uno ese estado de encierro gustoso, de inmersi¨®n en aguas muy profundas, ese fervor de libertad en el interior de una novela. Tan necesarias como el libro en s¨ª son las circunstancias: muchas p¨¢ginas y mucho tiempo por delante, sin distracciones, sin estorbos, con un grado de concentraci¨®n que seg¨²n nos dicen cada vez es m¨¢s dif¨ªcil, pero sin el cual la experiencia integral de la novela no llega a cumplirse. A lo largo de dos viajes sucesivos en tren y de las ocho horas de un vuelo transatl¨¢ntico yo he tenido esa oportunidad de lectura perfecta, y tambi¨¦n la suerte de haber hallado el libro preciso para satisfacerla, una novela reci¨¦n publicada que un amigo me trajo de Londres justo cuando preparaba el equipaje, The Winter Vault, de Anne Michaels.
Yo no sab¨ªa nada de esta autora. Tan s¨®lo recordaba el t¨ªtulo de una novela anterior, Piezas en fuga, que tuve en casa y no le¨ª cuando se public¨® hace a?os en espa?ol. Despu¨¦s he sabido que no es partidaria de dar demasiada informaci¨®n sobre su propia vida para que ese conocimiento no interfiera en el encuentro del lector con el libro, que deber¨ªa ser lo m¨¢s limpio posible. "De verdad creo que leemos de manera distinta un libro cuando sabemos incluso los detalles m¨¢s banales de la vida de su autor", ha dicho. Es verdad que yo me he beneficiado de mi ignorancia: el deseo de la lectura lo despert¨® el t¨ªtulo de la novela, La b¨®veda de invierno, y tambi¨¦n un indicio sobre el argumento: en 1964 un ingeniero reci¨¦n casado viaja con su mujer a la regi¨®n del Alto Nilo para trabajar en el salvamento del templo de Abu Simbel, que habr¨ªa sido anegado por las aguas de la presa de Asu¨¢n. Nada m¨¢s. La libertad de la novela es tambi¨¦n nuestra potestad de entrar en ella sin obligaciones ni prejuicios y decidir soberanamente si seguiremos leyendo o la dejaremos al cabo de unas p¨¢ginas, porque en ese reino privado no obedecemos a nadie ni nos dejamos coaccionar por la opini¨®n de otros que parezcan saber m¨¢s y ni siquiera por la presi¨®n inmensa de lo que parece gustarle a todo el mundo. De nuestras preferencias o rechazos soberanos no tenemos que dar cuenta a nadie. La novela existe para nosotros en ese espacio de intimidad que nos protege tras la puerta cerrada de la lectura.
En el fondo, empezar a leer se parece mucho a empezar a escribir: es encontrar un hilo y seguirlo, escuchar una voz y dejarse hechizar y guiar por ella. La voz de Anne Michaels, despojada de biograf¨ªa, de informaci¨®n, de prejuicios a favor o en contra, empec¨¦ a escucharla con una claridad singular cuando abr¨ª su novela junto a la ventanilla del tren que me llevaba al norte, y luego me acompa?¨® en la habitaci¨®n de un hotel y en otra traves¨ªa de vuelta por los verdes cant¨¢bricos que se disolv¨ªan despu¨¦s en los ocres y amarillos de las llanuras de Castilla. Sub¨ª al avi¨®n y en cuanto me abroch¨¦ el cintur¨®n de seguridad ya abr¨ª la novela para que la voz me acompa?ara, y mi viaje sobre el Atl¨¢ntico se correspond¨ªa con los que emprenden los personajes de la novela, el ingeniero Avery y su mujer, Jean, sus idas y vueltas entre Canad¨¢ y Egipto, entre el dulce amor compartido y la desgracia y el remordimiento, y tambi¨¦n los viajes que se cuentan el uno al otro, los que se enredan con sus vidas y los que les dieron origen y permitieron que se encontraran. La voz de la novela est¨¢ hecha en realidad de muchas voces que se escuchan tambi¨¦n en ella, y que no se pierden en el clamor general, tan poderoso sin embargo como el de los r¨ªos que alimentan literalmente el fluir de la trama, el San Lorenzo, en Canad¨¢, el Nilo, y de golpe -con esa sorpresa de la lectura que s¨®lo es plenamente efectiva cuando se carece de informaci¨®n previa- el V¨ªstula, el r¨ªo de Varsovia. En 1945, al otro lado del V¨ªstula, las tropas sovi¨¦ticas permanec¨ªan detenidas mientras los alemanes aplastaban sanguinariamente la sublevaci¨®n de los polacos y mientras met¨®dicamente minaban y demol¨ªan una ciudad entera ya convertida en cementerio.
"No hay dos hechos tan apartados entre s¨ª que no puedan juntarse", dice uno de los h¨¦roes de la novela, otro ingeniero, el padre de Avery, que alent¨® en su hijo desde que era ni?o el amor por las m¨¢quinas y por las grandes obras p¨²blicas, por la capacidad humana de comprender y transformar el mundo. La nieve de las cumbres que se ven a lo lejos desde el interior de una selva africana ser¨¢ luego el agua del gran r¨ªo que fluye por el desierto. El empe?o colosal de domar su corriente para que haga f¨¦rtiles campos de cultivo y produzca la electricidad que mejorar¨¢ las vidas de millones de personas tambi¨¦n traer¨¢ consigo una escala de destrucci¨®n formidable: paisajes, aldeas, formas de vida, mundos enteros arrasados, miles o centenares de miles de otras personas que son despojadas de todo sin que se les pida su opini¨®n en nombre de un progreso del que ellas no se benefician. Los ingenieros desmontan piedra por piedra el templo de Abu Simbel y lo reconstruyen en otra parte, pero el templo ya es una falsificaci¨®n. Terminada la guerra la Ciudad Vieja de Varsovia es levantada de nuevo por los supervivientes, pero cuando m¨¢s se parece a la que fue destruida m¨¢s mentiroso resulta el simulacro.
La novela es la libertad: Anne Michaels acumula en la suya vidas inventadas, hechos hist¨®ricos, informaciones sobre ingenier¨ªa y sobre bot¨¢nica, exactitudes de la poes¨ªa y de la ciencia, y en esa acumulaci¨®n hay un desbordamiento de abundancia y un rigor de arquitectura sin peso. La puerta de la novela da a las latitudes del mundo y a las b¨®vedas m¨¢s secretas de la experiencia humana.
Piezas en fuga. Punto de Lectura. Madrid, 2001. 400 p¨¢ginas. 7,60 euros.
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