Los encuentros de Kundera
Regreso a un momento que marc¨® mi vida y la de mis amigos: Praga, 1968. La Primavera Socialista y sus modestas demandas democr¨¢ticas fueron reducidas con brutal violencia por el Kremlin. Invadida por las fuerzas del Pacto de Varsovia, la Checoslovaquia de Dubcek trat¨® de resistir con el humor del soldado Schweik. Al cabo, hubo de rendirse a la URSS, aunque ¨¦sta coloc¨® los tanques fuera de Praga y toler¨® que la primavera cultural se prolongase hasta diciembre.
La Uni¨®n de Escritores Checos invit¨®, para mantener la ilusi¨®n de libertad, a Sartre y Beauvoir en octubre, G¨¹nter Grass en noviembre y en diciembre, Julio Cort¨¢zar, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez y yo fuimos recibidos en Praga por nuestro amigo Milan Kundera, figura central de un deshielo que no tard¨® en regresar al refrigerador. A¨²n no. En diciembre del 68, los tres latinoamericanos hablamos, escuchamos, nos dimos cuenta de la ilusi¨®n y de la verdad. Regresamos m¨¢s viejos y m¨¢s sabios a Par¨ªs, a donde mi anfitri¨®n checo, Kundera, se convirti¨® en mi hu¨¦sped franc¨¦s en 1975.
Un encuentro
Milan Kundera
Traducci¨®n de Beatriz de Moura.
Tusquets. Barcelona, 2009.
200 p¨¢ginas. 15 euros
A partir de entonces, Kundera, que ya tra¨ªa una obra considerable -las novelas La broma, El libro de los amores rid¨ªculos, El libro de la risa y el olvido, La insoportable levedad del ser-, ha a?adido a sus ficciones notables ensayos cr¨ªticos, de hecho una trilog¨ªa -primero El arte de la novela, enseguida Los testamentos traicionados, culminando ahora con Un encuentro, libro que subraya obsesiones y ampl¨ªa lecturas, nuevas sumas de lecturas que iluminar¨¢n las del pasado y anuncian las del porvenir.
Kundera se acerca a autores contempor¨¢neos con una mirada distinta pero fraterna: la de la Europa Central como imagen en un espejo ex-c¨¦ntrico que reflejar¨ªa a Espa?a y la Am¨¦rica Latina. Juan Goytisolo habla de nuevo con un Dios inventado por Juan Goytisolo para conversar con Juan Goytisolo: ?tienen uno u otro existencia fuera de la palabra? Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez es la apoteosis de la novela: su obra es un adi¨®s a la ficci¨®n porque trata de antepasados recordables de los cuales, fuera de la novela, nada sabemos. Nos sumamos, al cabo, a ella y con ella, desaparecemos. Patrice Chamoiseau el martiniqu¨¦s nos conduce a lo mejor que puede pasarle a un lector, que es amar por convicci¨®n lo que no deb¨ªa haber amado.
Hay unas p¨¢ginas memorables sobre Philip Roth, en el cual Kundera distingue una rebeli¨®n er¨®tica propia del norteamericano. Si la revuelta er¨®tica de D. H. Lawrence es dram¨¢tica y la de Henry Miller euf¨®rica, la de Roth es solitaria. El hombre de Roth se condena ante su propio cuerpo y se pregunta: sin la memoria de lo que antes fue, ?qu¨¦ quedar¨ªa del autor? La respuesta es imposible.
El libro de Kundera revive en dos grandes cap¨ªtulos a escritores ca¨ªdos en desuso -Anatole France- o condenados por el uso -Curzio Malaparte-.
France, estima Kundera, ha ca¨ªdo en la lista negra, ?qui¨¦n lo lee? Yo recuerdo que para mi padre y mi abuelo era un autor fundamental y yo me un¨ª al universal desprecio que condujo a los surrealistas a considerarle como "un hombre degradado" (Aragon), "un cad¨¢ver" (el grupo entero).
Kundera se ocupa de la novela de France ubicada en tiempos de la Revoluci¨®n Francesa, Los dioses tienen sed, como un examen de lo cotidiano en la ¨¦poca de la guillotina. El personaje Gamelin es un hombre honrado que esconde a un monstruo. Su secreto para sobrevivir consiste en saberse en un tiempo desierto de humor que crea un desierto de la seriedad. No le basta. Se contradice. Gamelin es un hombre que puede saber sin darse cuenta que el conocimiento aut¨¦ntico no se refiere ni a la pol¨ªtica ni a la historia. Y es que el tiempo del destino individual jam¨¢s debe -o puede- coincidir con el destino de la historia. Historia, pol¨ªtica e individuo se entremezclan pero jam¨¢s coinciden plenamente. Por los resquicios, se cuelan la novela y el novelista. France, concluye Kundera, no escribe para "condenar" a la Revoluci¨®n, sino para examinar el misterio de sus actores. El misterio de una naci¨®n que se regocija viendo cortar cabezas.
M¨¢s ardua a¨²n es la consideraci¨®n cr¨ªtica de Kundera acerca del controvertido autor italiano Curzio Malaparte. Hay autores, dice Kundera, a los que recordamos por su obra. Tolst¨®i, por ejemplo. A otros, antes de discutir sus obras, los conocemos por sus pol¨¦micas p¨²blicas: Malraux, Camus, Sartre. A esa categor¨ªa corresponde Malaparte. Recuerdo, tambi¨¦n, con qu¨¦ inter¨¦s era le¨ªdo este autor por la generaci¨®n de mi padre. Ca¨ªdo en el olvido, vuelve a ser reencontrado aunque por nadie con tanta inteligencia como Kundera.
El libro primero de Malaparte, Kaputt, ostentaba todos los defectos de la literatura de compromiso. El autor sab¨ªa d¨®nde estaba el bien y d¨®nde, el mal. Acababa por da?arse a s¨ª mismo y a los dem¨¢s. Quiz¨¢s este autor "doloroso" como indica Kundera, necesitaba su ba?o maniqueo para llegar a escribir La piel, su terrible, escalofriante relato del fin de una Europa que ya no existe.
En La piel, primero se habla de un viento negro y ciego que nos conduce a Ucrania y a las voces de los jud¨ªos crucificados por los nazis, cantando desde la muerte su condici¨®n: estamos muertos. En la tercera parte, el protagonista es el perro Febo, compa?ero fiel del autor. En la cuarta y m¨¢s insoportable secci¨®n, Febo desaparece y Malaparte lo halla, destripado, en un hospital de experimentaci¨®n, donde al perro le cortaron las cuerdas vocales para que no ladrara. Malaparte, mirando la agon¨ªa y muerte de su camarada canino, s¨®lo pide una cosa: m¨¢tenlo ya.
En la parte final, contrapartida cruel de la anterior, el ej¨¦rcito norteamericano entra a Roma. Un soldado ha sido herido gravemente. El vientre abierto, los intestinos colg¨¢ndole hasta las rodillas. ?Qu¨¦ hacer con el herido? Que sea conducido al hospital, dice el sargento. Pero el hospital est¨¢ muy lejos, argumenta Malaparte. Mejor dejarlo morir donde est¨¢ sin que se entere de su propia muerte. El soldado muere. El sargento le da un bofet¨®n a Malaparte. El m¨¦dico que atendi¨® al soldado le da las gracias a Malaparte "en nombre de la madre del muerto".
Malaparte, nos indica Kundera, demuestra en La piel que Europa, el continente victorioso, ha sido vencido por primera vez. Ning¨²n pa¨ªs europeo se salv¨® por su propia fuerza, salvo la Yugoslavia de Tito. Los liberadores ocuparon Europa y Europa sentir¨¢, por primera vez tambi¨¦n, que es peque?a.
Por supuesto, sobre el ¨¢nimo cr¨ªtico de Milan Kundera vuela el ¨¢nimo del otro K checo, Franz Kafka. ?Cu¨¢l es la lecci¨®n de Kafka?, se pregunta Kundera. Es lo invisible. La descripci¨®n en Kafka se sostiene sobre la invisibilidad. Una prosa impersonal pero caduca que no le debe nada a nuestras experiencias pero lo hace, parad¨®jicamente, todo cre¨ªble. No hay psicolog¨ªas en Kafka. Todo lo contrario de cierta novela latinoamericana, enga?ada por su propio anacronismo, que quisiera darle psicolog¨ªas a todo para compensar, suaviz¨¢ndola, la brutalidad de nuestra historia. Se desemboca en la telenovela.
Hay otros grandes cap¨ªtulos en este ensayo culminante de Kundera. Hijo de un gran m¨²sico checo, Milan se entrega con emoci¨®n y belleza a los ¨²ltimos sonetos para piano de Beethoven, compositor en el que ve la herencia de toda la m¨²sica europea. Exalta a Leos Jan¨¢cek, con quien el padre de Milan colabor¨®, como autor de ¨®peras (Katia Kab¨¢nova, El asunto Makropulos) que se atreven a ofrecer la fealdad como objeto del arte. Y en Arnold Sch?nberg, el autor invoca, con emoci¨®n, el momento salvador de la m¨²sica (el oratorio Un sobreviviente de Varsovia) que en el campo de concentraci¨®n de Terezin los condenados cantaban vigilados por los ignorantes verdugos: una m¨²sica tan condenada como ellos mismos. Este retorno, estima Kundera, "es el m¨¢s grande monumento que la m¨²sica haya dedicado al Holocausto".
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