?rase una vez la revoluci¨®n
En Conversaci¨®n en La Catedral, de Mario Vargas Llosa, un joven que se ha alejado de sus privilegios se sienta a beber con el ch¨®fer de su padre. En el encuentro, trozos esparcidos de sus vidas van tejiendo una verdad oculta, una denuncia que queda flotando en el aire enrarecido de la borrachera. Lo que los re¨²ne no es su historia en com¨²n, ni el azar del alcohol, sino una pregunta que antecede la novela: ?en qu¨¦ momento se jodi¨® el Per¨²? La novela intenta ser la respuesta a esta pregunta. La respuesta total s¨®lo pod¨ªa darla la revoluci¨®n, el protagonista oculto de casi todas las novelas suramericanas. El Facundo de Sarmiento, por supuesto, El Matadero de Echeverr¨ªa, pero tambi¨¦n buena parte de los ensayos de Borges, cuya obra ser¨ªa dif¨ªcil de explicar sin el peronismo contra el que luch¨® desde su particular trinchera. Sin la revoluci¨®n y sus cenizas, los muertos de Pedro P¨¢ramo, de Rulfo, no sabr¨ªan muy bien qu¨¦ contarnos.
La mesa en que se sientan los protagonistas de Conversaci¨®n en La Catedral no puede ser el presente ni el pasado en que todo los divide, sino el futuro que no se sabe muy bien c¨®mo los reconciliar¨¢. La revoluci¨®n como una especie de Parus¨ªa cristiana. No una revoluci¨®n cualquiera, sino una que es tambi¨¦n y ante todo verbal. Porque en Conversaci¨®n en La Catedral, como en la mayor parte de las novelas del boom, se consuma el encuentro de dos tradiciones que por caminos contrarios han llegado a sentarse en la misma mesa. Por un lado, el realismo, la novela social, el naturalismo que ante una realidad en permanente explosi¨®n se ha vuelto esperp¨¦ntica, vehemente, inesperada. Y por otro lado, la vanguardia que intenta, sin lograrlo, abstraerse del conflicto y termina en Latinoam¨¦rica una y otra vez por militar.
Pero ?en qu¨¦ mesa podr¨ªan sentarse en la Latinoam¨¦rica de hoy estos dos personajes contrarios? ?C¨®mo contar una revoluci¨®n triste? ?Qu¨¦ pasa cuando, como en el caso de Chile, es la contrarrevoluci¨®n neoliberal la que triunfa? ?C¨®mo describir a dictadores en traje y corbata, militares adictos a las elecciones, Che Guevaras narcotraficantes y ejecutivos de banco que en su juventud asaltaron las mismas entidades financieras que dirigen hoy?
La respuesta de Bola?o en 2666 es un vertedero lleno de mujeres muertas que se llama Chile. Es decir, el pa¨ªs s¨ªmbolo, el de Allende, el de Neruda, el de Pinochet. Sobre esa fosa com¨²n vuelve Bola?o a unir por ¨²ltima vez la ambici¨®n formal de su prosa y el realismo casi documental de su tema. Es una despedida. Tambi¨¦n lo son las novelas de Fogwill, Villoro o Rey Rosa, que hacen pol¨ªtica desde restos de discursos, espl¨¦ndidas novelas urgentes que todav¨ªa tienen ambici¨®n. Despu¨¦s de Bola?o y algunos de sus compa?eros de generaci¨®n, pareciera dividirse el panorama de la novela del continente entre los que eligen el documento y se ahorran los riesgos formales y los que evitan casi cualquier alusi¨®n pol¨ªtica para dedicarse a la parodia, la intertextualidad y la fantas¨ªa desatada.
En clave realista o en clave par¨®dica, hablando del Sendero Luminoso o del Jap¨®n medieval, con talento o sin ¨¦l, el protagonista de la mayor parte de las nuevas novelas suramericanas habla as¨ª desde la perplejidad. Mis novelas no son la excepci¨®n a esta triste regla. Una especie de verg¨¹enza asalta al que cuenta lo que ve en sus calles, en el diario, en el transporte p¨²blico, versiones siempre degradadas de lo que fue alguna vez importante. Per¨®n con falda y liposucci¨®n, socialismo televisado al modo de un Reality, pero tambi¨¦n la vida diaria sin grandes aventuras de un chileno de clase media que ha visto pasar sin inmutarse tres revoluciones y una dictadura cambiar su vida, sin cambiar casi nada importante.
La impotencia es la pasi¨®n m¨¢s com¨²n tanto de los personajes como de los narradores de novelas actuales en Latinoam¨¦rica. Esta perplejidad puede convertirse en denuncia o en delirio, sigue viendo el mundo como un universo de adultos sin cara ni nombre que dirigen nuestros destinos sin preguntarnos nuestra opini¨®n.
Y sin embargo las historias despreciadas, olvidadas, siguen sucediendo en ese pa¨ªs inexistente que ya no tiene derecho a la leyenda. Pinochet o Allende, los supermercados o las barricadas, esa normalidad tan anormal en que respir¨® ahora el aire m¨¢s contaminado del continente, todo eso existe, vibra, tiene voz y sentido.
Contar ese mundo sin moraleja, pero que por eso mismo est¨¢ cruzado por toda suerte de conflictos morales, pide dejar de entrada toda esperanza, todo manique¨ªsmo, toda melancol¨ªa y todo esquema previo. Es lo que me cuenta que est¨¢ haciendo Gonzalo Garc¨¦s a algunas cuadras de mi casa. La admirable obra de los maestros del boom parece en comparaci¨®n con la tarea de escribir este tiempo, este aqu¨ª y este ahora, un juego de ni?os. Los que cre¨ªan que el mundo iba para alguna parte, pod¨ªan jugar a dudar y cambiar de narradores, los que no contamos con esa certeza, dependemos s¨®lo de nosotros mismos. Contar el cambio sin revoluci¨®n es el desaf¨ªo. Dar testimonio de ese mundo que no espera ya nada y su burla de todo, pide ser adulto, que es justamente lo que sabiamente los escritores de mi generaci¨®n hemos rechazado una y otra vez ser. Ser adulto es decir responsable, literariamente responsable de todo lo que decimos y callamos, dejar la comodidad de una vida est¨¦tica por la incomodidad de una lucidez ¨¦tica. Contar entonces no lo que horroriza a los americanos o los europeos sino lo que ha dejado a nosotros de sorprendernos.
"Yo creo que todo es mentira", recitaba Le¨®n Giecco en una vieja canci¨®n de Charly Garc¨ªa. Sospecho que el novelista tiene por papel revelarnos al contrario, que todo, incluso las mentiras m¨¢s infames, incluso las ilusiones m¨¢s descaminadas, son verdad. La novela pol¨ªtica de la Latinoam¨¦rica de hoy, la que sue?o, la que me gustar¨ªa escribir, deber¨ªa dejar la nostalgia por el para¨ªso perdido de un socialismo inevitable y la descripci¨®n del infierno que describen tanto mejor los informes de Amnesty International, para internarse en los laberintos del purgatorio, en los valles del limbo que es en donde vivimos la mayor parte de los latinoamericanos sin que nadie nos interrumpa con su mirada.
Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1976) acaba de publicar La deuda (Mondadori. 360 p¨¢ginas. 18,90 euros)
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.