La guerra interminable
Inclinado sobre el cap¨® del veh¨ªculo blindado, el cabo Wadock, del S¨¦ptimo Regimiento de Transportes de su Majestad, se?ala con su ¨ªndice en un plano de Kabul el camino que vamos a seguir desde el aeropuerto hasta el Cuartel General. Las zonas peligrosas est¨¢n se?aladas en rojo. Nuestra ruta, en verde. Las v¨ªas de escape, en amarillo. Mike Wadock, hincha del Liverpool Football Club, tiene 20 a?os; es un tipo rubio, flaco, fibroso; embutido en un uniforme de camuflaje; una nueve mil¨ªmetros en el pecho y un fusil SA80 al hombro. Forma parte del equipo Foxtrot del Ej¨¦rcito Brit¨¢nico, cuya misi¨®n es trasladar con las m¨¢ximas garant¨ªas de seguridad a militares y personal civil a trav¨¦s de la convulsa capital de Afganist¨¢n. "Si alguien abre fuego contra nosotros, no abandonen el coche hasta que demos la orden; si explota un artefacto a nuestro paso y mi compa?ero y yo quedamos fuera de combate, cojan el transmisor, accionen el bot¨®n rojo y den la contrase?a; vendr¨¢n a rescatarles. ?Alguna pregunta? ?V¨¢monos!".
Un general Afgano opina: "nuestros vecinos, Pakist¨¢n e Ir¨¢n, son como una serpiente venenosa en nuestra manga"
Para el segundo jefe de la coalici¨®n: "la hero¨ªna est¨¢ financiando a los talib¨¢n"
Los m¨¢s pesimistas recuerdan el sobrenombre que recibe este pa¨ªs desde el siglo XIX: "Tumba de los imperios"
Un suboficial espa?ol reconoce: "?sta es la guerra de ahora, la que antes no se estudiaba, la que mata en Afganist¨¢n"
La mayor¨ªa de los soldados occidentales nunca mantendr¨¢n una conversaci¨®n con un afgano. Pasar¨¢n meses enclaustrados
a diario muere un soldado occidental. Y cuatro polic¨ªas afganos y ocho civiles a manos de la insurgencia y los bombardeos
Los dos soldados cargan sus armas y nos introducimos en un Toyota sin distintivos, "hay que pasar desapercibido; no provocar a la poblaci¨®n". Antes de arrancar activan el inhibidor de ondas que podr¨ªa librarnos de un atentado con explosivos accionados a distancia. Salimos a toda velocidad. Suena Oasis en la radio. Bienvenidos a Afganist¨¢n.
Choque con la realidad. Es la guerra. Al menos lo parece. Aterrizar en Kabul a bordo de un avi¨®n de transporte C-160 del ej¨¦rcito alem¨¢n nos ha proporcionado la primera experiencia b¨¦lica. Durante la aproximaci¨®n, el piloto toma sus precauciones ante la posibilidad de que los talib¨¢n disparen un misil contra el aparato. Se lanza en picado desde su m¨¢xima cota, desgrana una retah¨ªla de giros espasm¨®dicos y toma tierra con una maniobra que deja sin aliento al pasaje alineado en duros asientos de paracaidista. Alguien traga saliva.
El nuevo aeropuerto de Kabul es fruto de la reconstrucci¨®n del pa¨ªs financiada por la comunidad internacional. Como todos los hospitales, escuelas y obras p¨²blicas. Sobre su pista, primorosamente asfaltada, se asiste a un desfile de helic¨®pteros artillados y aviones militares. El aparcamiento est¨¢ copado por blindados franceses, alemanes y brit¨¢nicos. En el suelo dormitan abrazados a sus fusiles medio centenar de militares estadounidenses con la ropa de campa?a blanca de polvo. Regresan de una misi¨®n. El calor es sofocante. Entre la marea de uniformes desconcierta la presencia de un grupo de civiles armados y parapetados tras gafas oscuras. Algunos lucen barbas al estilo talib¨¢n. Varios, kufiyas palestinas enroscadas al cuello. Uno va tocado con un gorro past¨²n. Otro lleva el t¨ªpico conjunto de pantal¨®n y camisa afgano, el salwar qameez, bajo el que asoman un par de autom¨¢ticas. Forman parte de un equipo de operaciones especiales del ej¨¦rcito estadounidense y la CIA. Los comandos que buscan a Bin Laden. Se introducen en todoterreno con matr¨ªcula local y se pierden en direcci¨®n a las monta?as que dominan Kabul. "Cazadores de cabelleras", les denominan.
No tienen que ir muy lejos. A 35 kil¨®metros al sur de Kabul, en la provincia de Wardak, los talib¨¢n imponen su ley. A s¨®lo 45 kil¨®metros de aqu¨ª bombardean a diario Bagram, la base americana m¨¢s poderosa. Algo similar ocurre en el sur y las zonas fronterizas, verdadero territorio comanche. Sin olvidar el goteo de incidentes en las pac¨ªficas provincias del norte y del oeste (donde opera Espa?a). Hace menos de un mes tres soldados alemanes fueron asesinados en el norte del pa¨ªs. S¨®lo durante la primera semana de junio, las fuerzas de la coalici¨®n, Estados Unidos y otros 41 pa¨ªses que intentan transformar Afganist¨¢n en un Estado desarrollado y democr¨¢tico, sufrieron 400 ataques. El peor balance desde la invasi¨®n americana al Afganist¨¢n de los talib¨¢n tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Ocho a?os despu¨¦s, en Afganist¨¢n muere un soldado occidental cada d¨ªa. Y cuatro polic¨ªas afganos. Y al menos ocho civiles por los bombardeos de la aviaci¨®n americana y a manos de la insurgencia, un t¨¦rmino acu?ado en alg¨²n think tank de Occidente para definir esa nebulosa terrorista formada por talib¨¢n, mercenarios de Al Qaeda, se?ores de la guerra, capos de la hero¨ªna, delincuentes e, incluso, desempleados atra¨ªdos por un sueldo de 200 d¨®lares en un pa¨ªs donde un polic¨ªa gana 70.
La insurgencia no tiene un l¨ªder ni un mando centralizado. Tampoco un proyecto com¨²n. Algunas facciones luchan por expulsar a la coalici¨®n de suelo afgano. Otras, proclamar la ley isl¨¢mica; hay facciones que pretenden mantener su control feudal; y la mayor¨ªa piensa en sus negocios: el opio, el contrabando, la corrupci¨®n. No tienen un objetivo com¨²n, pero est¨¢n consiguiendo que este conflicto sin nombre se quede empantanado. En Estados Unidos ya se habla del "Vietnam de Obama".
Una guerra que el presidente no puede perder. Es su objetivo prioritario en pol¨ªtica exterior. Su equipo ha dise?ado una nueva estrategia de palo y zanahoria para Afganist¨¢n: m¨¢s soldados americanos sobre el terreno y menos bombardeos sobre la poblaci¨®n civil; m¨¢s dinero para reconstrucci¨®n y m¨¢s control de la corrupci¨®n en el Gobierno; m¨¢s cooperantes y m¨¢s agentes secretos; pactos con los talib¨¢n moderados e inflexibilidad con los capos de opio. Pagar, crear y entrenar un ej¨¦rcito afgano de 250.000 soldados que se haga un d¨ªa con la situaci¨®n. Y, de momento, conseguir que las elecciones presidenciales del pr¨®ximo 20 de agosto se desarrollen con tranquilidad. Ser¨ªa un buen s¨ªntoma. El primer paso, seg¨²n un general norteamericano, para "crear un Estado viable y retirarnos con honor en un plazo de 10 a?os". Los m¨¢s pesimistas se apresuran a recordar el sobrenombre que recibe este pa¨ªs desde el siglo XIX: "Tumba de los imperios".
Desde el asiento trasero del blindado, el camino hasta Kabul discurre como una pel¨ªcula de cine mudo. Viajamos en una c¨¢psula insonorizada. El casco y el pesado chaleco antibalas son obligatorios. Cruzamos continuos controles a cargo de soldados del Ej¨¦rcito Nacional Afgano. Nuestro veh¨ªculo no frena. Cambia de carril sin avisar. Acciona una ronca sirena en las glorietas para que los conductores se aparten. Cualquiera puede ser el enemigo. No lleva uniforme. Est¨¢ inoculado en la poblaci¨®n. En cualquier esquina puede estallar un artefacto explosivo improvisado. Ese vendedor que corretea sonriente con una bandeja de pistachos tal vez sea un suicida cargado de explosivos. Cada coche y cada moto que se cruzan en nuestro camino podr¨ªan contener una bomba. Nuestro conductor suda. Afganist¨¢n es una guerra de nervios.
"Soy un objetivo claro por el hecho de llevar este uniforme; soy un s¨ªmbolo a batir y no puedo salir del per¨ªmetro de la base sin una misi¨®n y sin medidas de seguridad; siempre debo ir armado; no estamos aqu¨ª para hacer turismo; no estamos repartiendo peladillas; ah¨ª fuera muere gente; caen compa?eros; ah¨ª fuera hace mucho calor; lo asumo. Intento estar ocupado; hacer mi trabajo y no pensar en nada m¨¢s; que pase el tiempo y volver a casa", nos comentar¨¢ un sargento espa?ol. Desde esa perspectiva, la mayor¨ªa de los 62.000 soldados de la International Security Assistance Force (ISAF) nunca mantendr¨¢n una conversaci¨®n con un nativo ante una taza de t¨¦. No entrar¨¢n en su casa. Ni pisar¨¢n sus mercados sin armas y uniformes. Miles de soldados occidentales pasar¨¢n entre seis meses y un a?o enclaustrados en este pa¨ªs sin cruzar una palabra con los afganos. El desconocimiento es absoluto. No hay odio. S¨®lo ignorancia. Uno de los comentarios m¨¢s repetido por los occidentales es el siguiente: "Esa gente vive como en la Edad Media".
Cuando por fin nos sumergimos sin escoltas en una ciudad afgana (una vez que hemos eximido a ISAF de cualquier responsabilidad sobre lo que nos pueda ocurrir), la obsesi¨®n de los militares por la seguridad pesa m¨¢s en nuestro subconsciente que la amenaza real. Pero no ocurre nada. La gente pasa. Ni nos mira. Sigue su camino. Alg¨²n ni?o se acerca con timidez. El ajetreo en Herat es constante y nos envuelve como un ruidoso torbellino. En la Mezquita del Viernes, un grupo de severos mul¨¢s de etnia past¨²n reza en voz alta mientras se balancean adelante y atr¨¢s como impulsados por "el aliento de dios". Uno de nosotros, un c¨¢mara de televisi¨®n, comienza a grabarles. Se extiende un murmullo. Decenas de hombres se van acercando entre curiosos y enojados. La gente se apelotona en torno al mul¨¢. Nuestro int¨¦rprete, desencajado, recomienda que abandonemos el recinto. Cae la tarde. Vibra en el aire la llamada a la oraci¨®n desde los minaretes. Las calles se llenan de sombras. Un joven nos tranquiliza: "?Espa?oles? No se preocupen, sabemos que ustedes no matan". Y hace un gesto como si disparara una metralleta.
El subdesarrollo es profundo en este pa¨ªs de 35 millones de habitantes. Apenas hay carreteras asfaltadas, agua corriente, electricidad, saneamiento. Las casas son de adobe. Dromedarios ti?osos, cabras y ovejas pastan en el arc¨¦n. Borricos arrastran peque?os carros. El tr¨¢fico es an¨¢rquico. Repleto de motocarros renqueantes bajo media docena de pasajeros y bicicletas cargadas de fardos. Las calles son un mercado de especias, frutas, verduras, sal, cachivaches. Hay grandes tortas de pan colgadas en cordeles. Y puestos de pinchos de cordero. Abundan los artesanos y brotan las primeras tiendas de telefon¨ªa. Y una primitiva publicidad de m¨®viles y tarjetas de cr¨¦dito. Por contra, son escasas las parab¨®licas. Los hombres tienen el rostro curtido como el cuero; son ceremoniosos, orgullosos, imperturbables y piadosos; van tocados con turbantes y vestidos al modo tradicional. Las escasas mujeres parecen flotar mientras caminan por las calles presas del burka. Las ni?as llevan velo desde muy ni?as. Hay ni?os cubiertos de grasa trabajando en talleres; otros revuelven la basura. Apesta. No hay un occidental.
Afganist¨¢n es uno de los pueblos m¨¢s pobres del planeta. Con apenas un 15% de su suelo apto para el cultivo que se dedica a producir el 95% del opio del planeta. La esperanza de vida es de 43 a?os. La renta por habitante, 150 d¨®lares. El analfabetismo roza la mitad de la poblaci¨®n. Las cifras de mortalidad infantil son dram¨¢ticas. El resultado de a?os de conflicto. En las tres ¨²ltimas d¨¦cadas la historia no ha dado un d¨ªa de aliento a los afganos. En s¨®lo 30 a?os el pa¨ªs pas¨® de ser una monarqu¨ªa feudal a una dictadura comunista; sufri¨® la invasi¨®n de la URSS contra la que se levant¨® en una guerra que dur¨® 10 a?os y provoc¨® un mill¨®n de muertos y millones de desplazados. Le sigui¨® una sangrienta guerra civil que desemboc¨® en la dictadura teocr¨¢tica de los talib¨¢n, que convirtieron el pa¨ªs en refugio de Al Qaeda. Fueron desalojados del poder en 2002 por Estados Unidos, que coloc¨® a Hamid Karzai al frente de un Gobierno que se ha demostrado d¨¦bil e impopular. Peor a¨²n, corrupto. En el Cuartel General de ISAF, un organigrama elaborado por la inteligencia militar muestra las conexiones de Karzai, sus ministros y familiares con los clanes tribales y los oscuros intereses econ¨®micos. No hay un resquicio por el que no se cuele la corrupci¨®n.
A este Estado sin cimientos le ha tocado ser el tablero de juego donde se dilucidan los conflictos del planeta. Aqu¨ª disputan una partida mortal India y Pakist¨¢n, dos potencias nucleares siempre en guerra soterrada; aqu¨ª se enfrentan dos visiones del islam, la chiita y la sunita, financiadas por la vecina Ir¨¢n y las rigoristas monarqu¨ªas del Golfo; aqu¨ª se enfrentaron por persona interpuesta Estados Unidos y la URSS durante la guerra fr¨ªa, y ahora Estados Unidos contra el islamismo radical de Al Qaeda, que hizo de Afganist¨¢n un santuario para extender el terror desde Nueva York y Londres hasta Madrid. Y todo bajo la atenta mirada de otros tres Estados que cuentan con armas at¨®micas: Rusia, China e Israel.
Eterno cruce de caminos, en este territorio tambi¨¦n se dan cita los traficantes de hero¨ªna y los intereses petrol¨ªferos y gas¨ªsticos de las vecinas y dictatoriales rep¨²blicas ex sovi¨¦ticas. Hay en estos momentos en suelo afgano 60.000 soldados norteamericanos y 30.000 m¨¢s de 41 pa¨ªses. Todo en un pa¨ªs fraccionado tribal y ¨¦tnicamente, con unas fronteras desdibujadas y que nunca cont¨® con un poder central. Como nos aclarar¨¢ Homayoon Azizi, de 37 a?os, poderoso jefe del Consejo Provincial de Herat, que agrupa a los jefes tribales de la provincia: "No es que seamos una naci¨®n rota, es que no somos una naci¨®n. Necesitamos tiempo y estabilidad para construir este pa¨ªs. Somos una naci¨®n en construcci¨®n. Y nuestro ¨¦xito depende de que nuestros vecinos nos dejen en paz". Un argumento que comparte el general Khaid Muhammad Khandar, jefe de Estado Mayor del 207 Cuerpo de Ej¨¦rcito afgano: "Llevamos 30 a?os en guerra y es pronto para volver a la normalidad. El mundo nos est¨¢ ayudando, pero nuestros vecinos no quieren que mejoremos. Desarrollan actividades secretas en nuestro pa¨ªs. No respetan las fronteras. Las madrasas y los campos de entrenamiento est¨¢n en Pakist¨¢n. Nuestros vecinos son como una serpiente venenosa en nuestra manga".
El teniente general brit¨¢nico J. B. Dutton es el segundo comandante en jefe de la coalici¨®n. Un veterano de Irak. Forma parte de esa nueva generaci¨®n de oficiales educados entre las intervenciones militares en medio mundo y los laboratorios de ideas. Id¨¦ntico perfil al de su jefe, el general norteamericano Stanley A. McChrystal, de 54 a?os, un especialista del lado oscuro de la guerra cuyos comandos capturaron a Saddam Hussein en 2003, reci¨¦n elegido por Obama para que deshaga el embrollo afgano. Dutton tiene la imagen de un ex alumno de Oxford de mand¨ªbula cuadrada y porte aristocr¨¢tico. Se expresa como un pol¨ªtico. "No estamos perdiendo la guerra. En 2002 expulsamos a los talib¨¢n y creamos una Administraci¨®n democr¨¢tica. Se redact¨® una Constituci¨®n que da derechos a las mujeres. Y estamos progresando. El presidente Obama ha cambiado su foco de atenci¨®n de Irak a Afganist¨¢n. Ha nombrado a un enviado especial y ha prometido 21.000 soldados m¨¢s. Y cuando los americanos ponen su atenci¨®n en algo, ponen implicaci¨®n y fuerzas, es una buena noticia.
-?Qu¨¦ han hecho mal en Afganist¨¢n?
-Hemos perdido la batalla de la informaci¨®n. La gente no sabe qu¨¦ estamos haciendo aqu¨ª. Nuestros ¨¦xitos se deben medir en carreteras, hospitales y escuelas. La vida de los afganos es mejor que cuando estaban los talib¨¢n. Ni un 10% quieren que vuelvan los talib¨¢n. Quieren libertad.
-Tambi¨¦n est¨¢n perdiendo la batalla de la droga.
-La droga financia la insurgencia. Nuestra inteligencia ha encontrado conexiones entre ambas. Vamos a ir a por los cultivadores porque est¨¢n conectados con los talib¨¢n. Hemos tenido ¨¦xitos, pero todav¨ªa hay una enorme cantidad de droga en algunas provincias. Sobre todo en Helmand, en el sur. Es su primera fuente de empleo, y en torno a esa poblaci¨®n los talib¨¢n est¨¢n construyendo una base social. Pero el problema no es militar, sino del Gobierno afgano.
-?Cu¨¢ndo dir¨¢n misi¨®n cumplida?
-Cuando el nuevo ej¨¦rcito afgano tome el control y garantice la seguridad. Cuando hablemos de un pa¨ªs seguro donde se puedan celebrar elecciones sin miedo.
-Se habla de descoordinaci¨®n entre las fuerzas de la coalici¨®n...
-No hay ning¨²n problema de coordinaci¨®n. Llevamos 60 a?os trabajando juntos en la OTAN. Nuestro idioma es el ingl¨¦s y hay un procedimiento com¨²n para cada situaci¨®n. Tambi¨¦n es cierto que Estados Unidos y Reino Unido y algunos aliados como los canadienses (que han tenido proporcionalmente el mayor n¨²mero de bajas) est¨¢n haciendo el trabajo m¨¢s duro. Y ¨¦sa es tambi¨¦n una parte de la realidad.
Nuestra entrevista transcurre en la terraza de The Garden, el club de oficiales del cuartel general de ISAF, en Kabul. Un fresco oasis de aspecto colonial escondido en esta enorme e inh¨®spita base militar donde viven y trabajan en barracones 2.000 militares de 42 pa¨ªses. Despu¨¦s de pasar unas horas en este campamento, a uno se le ocurre definirlo con tres palabras que empiezan por b: b¨²nker, burbuja y babel.
En un lugar preferente del The Garden varios oficiales americanos fuman displicentes grandes habanos; frente a ellos, un grupo de canadienses preparan una barbacoa. En otro lugar del jard¨ªn algunos espa?oles atacan unas cervecitas. El general Dutton asegura que la coordinaci¨®n entre los 42 ej¨¦rcitos es perfecta. La realidad no confirma su afirmaci¨®n. En esta base militar (o, lo que es lo mismo, en todas las bases que hemos visitado) cada colectivo tiene sus horarios, fiestas y costumbres y apenas se mezcla con el resto. En Camp Arena, a 600 kil¨®metros de Kabul, o en Camp Stone, que comparten espa?oles e italianos, cada contingente come y bebe por su cuenta. Al igual que en Camp Marmal, en Mazar-e-Sharif, donde alemanes y suecos y polacos ni se saludan. En todos hay pocas palabras y a¨²n menos sonrisas. Cada uno a lo suyo.
Quiz¨¢ sea una met¨¢fora de la misi¨®n de ISAF en Afganist¨¢n. Cada pa¨ªs lucha por un pedazo del pastel de influencia internacional. Tiene su estrategia e intereses; socios e influencias; contactos y c¨¦lulas de inteligencia. Sus propias reglas de enfrentamiento con el enemigo. Incluso una definici¨®n pol¨ªtica de su misi¨®n que no siempre coincide con la de sus aliados. Un coronel europeo destinado en el cuartel general es rotundo al respecto: "Esto es un laberinto, y los ¨²nicos que parecen tenerlo claro son los americanos y los ingleses. Los americanos est¨¢n comprometidos a muerte y van a meter 30.000 hombres m¨¢s. Son como los ingleses. Est¨¢n en los sitios m¨¢s peligrosos. En el Sur y en el Este. Donde el resto de pa¨ªses no quieren ir. A los ingleses les decimos: "Cuidado con entrar en ese pueblo porque hay insurgentes; y se meten a saco. Y pierden un pelot¨®n. Saben que esto es una guerra. Los espa?oles o los alemanes, todo lo contrario; sus Gobiernos les dicen que no se metan en l¨ªos. No patrullan de noche, no participan en operaciones antidroga ni contra la insurgencia y s¨®lo pueden usar sus armas para rechazar un ataque. Dicen que est¨¢n aqu¨ª para reconstruir. Y hacen un puente y al d¨ªa siguiente se lo vuelan. Es otra forma de ver el conflicto". Un oficial espa?ol de similar graduaci¨®n defiende la posici¨®n de nuestro Ej¨¦rcito: "Efectivamente, esto es una guerra. Hay una coalici¨®n y nosotros hemos asumido el papel de ir de perfil; dedicarnos a la reconstrucci¨®n; no combatimos, estamos en lo log¨ªstico".
En Afganist¨¢n conviven dos dispositivos militares muy diferentes. El primero es la Operaci¨®n Libertad Duradera, organizada por Estados Unidos para invadir Afganist¨¢n tras el ataque contra las Torres Gemelas. Cuenta con unos 30.000 soldados americanos y tiene como objetivo acabar con el terrorismo. Lo explica uno de sus mandos, el coronel Greg Julian: "Nuestro trabajo es capturar y matar a los talib¨¢n; localizar sus redes e instalaciones y destruirlas. No trabajamos en una regi¨®n precisa. Estamos donde se nos necesita. Nuestras operaciones se basan en localizar, entrar, actuar y salir. Queremos hacer de Afganist¨¢n un pa¨ªs estable y libre de los terroristas que nos atacaron el 11-S. Nos jugamos la seguridad de nuestros hijos".
En tres meses, Libertad Duradera ech¨® a los talib¨¢n del poder. Sin gran esfuerzo. En 2002, en plena guerra, la coalici¨®n s¨®lo tuvo 69 bajas. Afganist¨¢n era, en teor¨ªa, un caso cerrado. A mediados de 2002 el presidente George W. Bush pos¨® su mirada en Irak. Lo invadi¨® a comienzos de 2003 y retir¨® gran parte de sus tropas en Afganist¨¢n. Y todo el impulso pol¨ªtico y econ¨®mico para el cambio en este pa¨ªs. Bush se equivoc¨®. Cant¨® victoria demasiado pronto. Para sus estrategas neocons hab¨ªa llegado el momento de pasar al segundo paso de la campa?a de Afganist¨¢n: la reconstrucci¨®n. La llevar¨ªan a cabo sus socios de la OTAN.
Al otro lado del espejo de la Operaci¨®n Libertad Duradera est¨¢ ISAF, el dispositivo militar occidental en suelo afgano, bajo mando de la OTAN y de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. Cuenta con 62.000 soldados de 42 pa¨ªses (la mitad americanos) repartidos en comandos regionales con la misi¨®n de "ayudar al Gobierno afgano a establecer un ambiente seguro en el pa¨ªs y conducir operaciones de estabilizaci¨®n junto al Ej¨¦rcito afgano, en cuyo desarrollo, entrenamiento y equipamiento estamos implicados". El capit¨¢n de nav¨ªo ingl¨¦s Mark Durkin simplifica esa jerga estrat¨¦gica: "ISAF no es una operaci¨®n contraterrorista, sino para dar seguridad al pa¨ªs. Tratamos de crear un espacio de seguridad y desarrollo. Y si en el transcurso de nuestras misiones nos llevamos por delante a unos pocos terroristas, mejor que mejor".
El modelo de desarrollo que Occidente quer¨ªa aplicar en Afganist¨¢n era el Plan Marshall, que hab¨ªa reinventado Alemania tras la II Guerra Mundial reconstruyendo su ej¨¦rcito e infraestructuras, reanimando la econom¨ªa y creando una nueva estructura pol¨ªtica. La diferencia es que en 1945 la guerra hab¨ªa terminado en Alemania. Y en Afganist¨¢n no. Pacificar es m¨¢s complicado que invadir. En los tres ¨²ltimos a?os ha dado la vuelta la tortilla. Hay una ofensiva talib¨¢n en todos los frentes. Este a?o han muerto 160 soldados. Y as¨ª es imposible la estabilizaci¨®n. Muchos oficiales occidentales dudan de cu¨¢l es hoy su misi¨®n en Afganist¨¢n: luchar o reconstruir. Y todo bajo el escrutinio de la opini¨®n p¨²blica, que no est¨¢ dispuesta a ver c¨®mo sus soldados regresan en ata¨²des y c¨®mo cientos de civiles afganos mueren a causa de los bombardeos contra la insurgencia. Un callej¨®n sin salida.
"Y sin paz es imposible el desarrollo de este pa¨ªs", reflexiona el comandante Amoriello, de la Brigada italiana Folgore destacada en Herat. "Estamos atados de pies y manos. Para nosotros, un muerto es un problema, y para los talib¨¢n, propaganda. Y si son 1.000, mejor para ellos. Porque saben que causan un enorme descontento entre su poblaci¨®n. Y entre la nuestra. El 90% de los muertos son civiles y tenemos que reducir a cero el n¨²mero de bajas porque tiran por tierra nuestro trabajo de pacificaci¨®n".
?Es o no es una guerra? Si no lo es, lo parece. A las cuatro de la madrugada, un contingente del Ej¨¦rcito espa?ol sale de la base Camp Arena, a las afueras de Herat, para escoltar un convoy hasta Qala-e-Naw, un villorrio a poco m¨¢s de un centenar de kil¨®metros donde Espa?a realiza misiones de reconstrucci¨®n. No hay carretera. Este recorrido supondr¨¢ 14 horas de calvario por caminos imposibles. En tierra de nadie. Y bajo la amenaza de un atentado. S¨®lo se para a repostar. Setenta soldados viajan a bordo de un BMR (blindado medio sobre ruedas). Uno de los veh¨ªculos es una ambulancia. Otro incorpora una unidad de ingenieros para desactivar trampas explosivas. La patrulla est¨¢ comandada por el capit¨¢n P¨¦rez Ortiz, un treinta?ero de espesa barba tribal. Cada infante va equipado con chaleco, casco y fusil de asalto HK G36E. Dentro del veh¨ªculo, ametralladoras y lanzagranadas listas para ser empleadas. "Hay diversos procedimientos, seg¨²n el ataque que recibamos. Si es un explosivo, un suicida o una emboscada. Seg¨²n la situaci¨®n, saldr¨ªamos por patas disparando o desembarcar¨ªamos y nos har¨ªamos fuertes". "?sta es la guerra de ahora, la que no se estudiaba en las academias. La que mata en Afganist¨¢n", explica un suboficial.
En un BMR como estos y en una misi¨®n id¨¦ntica perdi¨® la vida no lejos de aqu¨ª la soldado Idoia Rodr¨ªguez en 2007, v¨ªctima de una mina anticarro; y unos meses m¨¢s tarde, el brigada Juan Andr¨¦s Su¨¢rez y el cabo Rub¨¦n Alonso, al empotrar un suicida su coche bomba contra el convoy en el que viajaban. "No lo piensas, pero tampoco te lo quitas de la cabeza", explica uno de estos soldados. Tras horas de camino su aspecto es terrible: los uniformes sucios, los ojos febriles, el polvo cubri¨¦ndoles el rostro. Peor que el cansancio es el estr¨¦s. La presencia invisible del enemigo. El ¨²ltimo tramo del recorrido, atravesando n¨²cleos urbanos, les destroza los nervios. "En esta zona es m¨¢s f¨¢cil que los insurgentes nos ataquen y huyan. Y con las elecciones encima esto se va a poner muy feo". Una hora despu¨¦s, cuando alcanzan Camp Arena, alguno apenas se sostiene en pie. Pero est¨¢n vivos.
Dentro de cinco semanas, el pr¨®ximo 20 de agosto, tiene que cuadrar todo el trabajo que 1.300 soldados espa?oles y miles m¨¢s de todo el mundo llevan a cabo en Afganist¨¢n. Si las elecciones tienen una alta participaci¨®n, se desarrollan pac¨ªficamente y son limpias, habr¨¢ una esperanza. Daoud Ali Najafi, m¨¢xima autoridad electoral del pa¨ªs, es optimista. "Se han registrado 4,5 millones de nuevos votantes, frente a los comicios de hace 5 a?os. El pa¨ªs quiere votar. Quiere cambios. El 44% del total de inscritos son mujeres. Y el 25% de los esca?os est¨¢n reservados para ellas. ?No le parece una buena noticia?".
Lo es. Una gran noticia. La estrategia de represi¨®n que siguieron los talib¨¢n contra las mujeres durante los cinco a?os que detentaron el poder recuerda a la de los nazis con los jud¨ªos. La filosof¨ªa del r¨¦gimen era que ser mujer es algo sucio, vergonzoso, inhumano. Bajo ese argumento les arrebataron sus derechos civiles; les privaron del acceso a la sanidad, la educaci¨®n y el mercado laboral; las segregaron en transportes y oficinas; las obligaron a vestir el burka y recluyeron en sus domicilios; despu¨¦s comenzaron los castigos f¨ªsicos y, por fin, las ejecuciones p¨²blicas.
Por eso, hoy, a las cinco de la tarde, es emocionante plantarse a la salida de un colegio de ni?as y permanecer un rato. Dos millones han vuelto a las aulas. Estas alumnas visten t¨²nicas negras y velos p¨¢lidos sobre el pelo. Pero montan el mismo esc¨¢ndalo que todos los ni?os del mundo. Algunas se deslizan el pa?uelo hasta la coronilla y se remangan el chador para jugar. Y a uno se le escapa una sonrisa.?
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