Un cambio en el que podamos creer
Los primeros seis meses de la presidencia de Obama han confirmado lo que yo pensaba de ¨¦l: es un gobernante profundamente respetable y digno, adem¨¢s de muy inteligente y trabajador. Pero sus pol¨ªticas actuales tambi¨¦n me producen un esc¨¦ptico desasosiego, porque no estoy seguro de hasta qu¨¦ punto podr¨¢n resolver los graves problemas econ¨®micos y sociales a los que se enfrenta Estados Unidos. En el presente art¨ªculo me centrar¨¦ en tres cuestiones principales: la pol¨ªtica financiera y econ¨®mica, la salud del pueblo estadounidense, y la recuperaci¨®n de las libertades civiles y las normas constitucionales flagrantemente vulneradas durante la etapa 2001-2008, tanto por el segundo presidente Bush como por la estrecha mayor¨ªa conservadora del Tribunal Supremo de EE UU.
Enfrentado a sectores muy poderosos, Obama es cauto en pol¨ªtica econ¨®mica, sanidad y libertades
Por pura y simple necesidad, y con el fin de evitar la par¨¢lisis del conjunto de la econom¨ªa, el Gobierno de Bush, en sus ¨²ltimas semanas, y el de Obama, desde el principio, destinaron cientos de miles de millones de d¨®lares a programas de rescate del sector financiero. Entre 1980 y 2008, el desmantelamiento de las normas impuestas en la d¨¦cada de 1930 para controlar el comportamiento de ese sector, con frecuencia irresponsable, posibilit¨® la creaci¨®n de todo tipo de inversiones "titularizadas", ling¨¹¨ªstica y matem¨¢ticamente opacas, en virtud de las cuales, banqueros y corredores de Bolsa pod¨ªan vender a la poblaci¨®n nuevos efectos comerciales cuyas caracter¨ªsticas t¨¦cnicas ni ellos mismos comprend¨ªan del todo. Sin embargo, como el vendedor cobra su porcentaje en el momento de la venta y, en la mayor¨ªa de los casos, no tiene relaci¨®n directa con los posibles titulares de contratos divididos y de nueva titularidad, cuando tuvo lugar el crash, los directivos financieros ganaron millones, sin traumatizarse ni verse personalmente afectados por la bancarrota.
Con buen criterio, el Gobierno salv¨® los bancos y las agencias de inversi¨®n, cuyo "tama?o era demasiado grande como para dejarlos caer". Sin embargo, todav¨ªa tiene que imponer controles que impidan que el pa¨ªs tenga que rescatar en el futuro a bancos de esas mismas caracter¨ªsticas. El Gobierno se ha centrado en las necesidades y deseos de los mismos ejecutivos responsables de la gravedad de las quiebras (aun reconociendo que la credulidad financiera de millones de ciudadanos corrientes tambi¨¦n tuvo su papel en esta tr¨¢gica farsa).
Premios Nobel de Econom¨ªa como Paul Krugman y Alfred Stieglitz, a los que preocupa el conjunto de la poblaci¨®n, no s¨®lo las clases medias profesionales y las adineradas, se han remitido al ejemplo del New Deal del presidente Franklin Roosevelt, que mediante obras p¨²blicas, electrificaci¨®n del medio rural, construcci¨®n de escuelas y carreteras, programas de reforestaci¨®n, etc., proporcion¨® trabajo remunerado e inmediato a los desempleados, creando infraestructuras que contribuyeron enormemente a la prosperidad de Estados Unidos en el medio siglo posterior. Hasta el momento, el presidente Obama prefiere los consejos de otros brillantes economistas como Timothy Geitner y Lawrence Summers, hombres extremadamente capaces, no piratas, pero que claramente creen que su principal labor como garantes de la "recuperaci¨®n" econ¨®mica es rescatar, tanto a una industria automovi-l¨ªstica que ha sido derrotada en una aut¨¦ntica competencia capitalista por sus rivales japoneses y europeos, como a banqueros en parte ignorantes y en parte codiciosos, y tambi¨¦n sus fondos de cobertura.
En lo tocante a la atenci¨®n sanitaria, el presidente Obama no ha dejado de insistir en que cualquier reforma deber¨¢ cubrir a la gran mayor¨ªa de los casi 50 millones de personas que carecen de prestaciones en Estados Unidos, reduciendo tambi¨¦n unos costes sanitarios siempre en aumento. En este sentido, el principal problema podr¨ªa ser una convicci¨®n muy arraigada en la mayor¨ªa de los estadounidenses que han triunfado econ¨®micamente: la de que el "sector privado" siempre supera en eficacia al Estado.
Por otra parte, durante la primera mitad del siglo XX, los m¨¦dicos se consideraban principalmente cuidadores, merecedores de una c¨®moda posici¨®n econ¨®mica y profesional, pero no empresarios "con ¨¢nimo de lucro". En cambio, hoy cada vez existen m¨¢s hospitales y cl¨ªnicas especializadas "con ¨¢nimo de lucro", y sin duda esta transformaci¨®n psicol¨®gica incrementa el coste global de la atenci¨®n sanitaria, no s¨®lo con el fin de motivar a los m¨¦dicos, sino por la sencilla raz¨®n de que los inversores-propietarios esperan obtener beneficios.
Esas expectativas hacen que la industria farmac¨¦utica, y los conservadores de los dos principales partidos, arremetan contra los horrores del "socialismo", sin darse cuenta de que las democracias avanzadas de Europa y de Asia tienen una salud mejor que la de Estados Unidos, con sistemas que cuestan m¨¢s o menos la mitad que el nuestro. Son sistemas que conjugan la cobertura universal que proporciona el Estado con la existencia de mutualidades privadas o cooperativas que ofrecen servicios suplementarios no incluidos, o sometidos a retrasos frecuentes, en los servicios nacionales de salud.
En realidad, ni la cobertura universal ni la reducci¨®n sustancial de los costes pueden lograrse sin un sistema de pagador ¨²nico. Como sabr¨¢ cualquier estadounidense perspicaz, las aseguradoras existen en primer lugar para ganar dinero y, en segundo, para abonar una parte de las facturas sanitarias del paciente. En este sector, la "competencia" precisa de un nutrido ej¨¦rcito de bur¨®cratas y contables que tramiten los distintos cuestionarios y enumeren los procedimientos permitidos en los numerosos planes que negocian las aseguradoras con instituciones, sindicatos, grandes empresas y particulares. Diferentes economistas calibran que el coste de dicha competencia absorbe entre el 30% y el 50% de las p¨®lizas que abonan los usuarios.
En lo tocante al tercer motivo de preocupaci¨®n, las libertades civiles, unidas a la transparencia y el rendimiento de cuentas del Gobierno democr¨¢tico, no puedo evitar la inquietud que me produce la actuaci¨®n de Obama hasta el momento. Durante la campa?a electoral prometi¨® "recuperar nuestra Constituci¨®n y el Estado de derecho" despu¨¦s de ocho a?os de poder presidencial arbitrario y secretista, no s¨®lo en relaci¨®n con el trato recibido por cientos de presos sospechosos de delitos de terrorismo, sino respecto a la injerencia ilegal en las comunicaciones electr¨®nicas y telef¨®nicas de millones de ciudadanos. Obama mantiene la promesa de cerrar Guant¨¢namo y es perfectamente comprensible que la dificultad de encontrar pa¨ªses dispuestos a aceptar la presencia de muchos de los retenidos en ese centro, garantizando sus derechos humanos, y la negativa de todas las prisiones estatales de EE UU a hacerse cargo de ninguno de ellos hayan planteado dificultades que quiz¨¢ el presidente no tuviera previstas.
Sin embargo, Obama ha refrendado tambi¨¦n varios procedimientos secretos de los a?os de Bush; ha indicado, sin dar cifras, que podr¨ªan seguirse produciendo algunas "entregas extraordinarias"; ha cambiado de opini¨®n en lo tocante a su intenci¨®n inicial de publicar las fotos de malos tratos carcelarios cometidos por personal militar estadounidense con el aval de los asesores jur¨ªdicos de Bush, y, en general, ha venido repitiendo que no es prioritario investigar y castigar los excesos del pasado. Pero es ilusorio suponer que funcionarios sedientos de poder cuyos excesos o flagrantes cr¨ªmenes no han salido a la luz p¨²blica vayan a cambiar su comportamiento futuro.
Pr¨¢cticamente todas las deficiencias que he mencionado pueden deberse m¨¢s al poder y la hostilidad de quienes pueden verse perjudicados si la transparencia y el rendimiento de cuentas se recuperan realmente que al propio presidente y sus asesores. En consecuencia, mantengo firme mi apoyo al presidente Obama y espero que tenga ocho a?os (dos legislaturas) para limpiar los hediondos establos que han dejado tras de s¨ª los m¨²ltiples errores y cr¨ªmenes de los a?os de George W. Bush.
Sin embargo, hasta ahora, el cambio en el que puedo creer es m¨¢s un clima de dignidad y de decencia (cualidades muy importantes en s¨ª mismas) que un s¨®lido programa de recuperaci¨®n democr¨¢tica e institucional.
Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo.
Gabriel Jackson es historiador estadounidense.
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