El invierno de El Le¨®n
Jerry Lee Lewis muestra su legendario repertorio en Madrid
Jerry Lee Lewis es m¨¢s que historia: es leyenda. Una de esas figuras incuestionables que es m¨¢s grande que la vida. El ¨²ltimo, junto a Chuck Berry, de una generaci¨®n que invent¨® el rock and roll y lo convirti¨®, casi sin querer, en el gran movimiento juvenil del siglo XX.
Pero tiene 73 a?os, y se va a verle s¨®lo porque hace 16 que no pisaba un escenario espa?ol. O acudes para presentar tus respetos o con un punto casi necr¨®filo, como los que visitan Cuba antes de que muera Fidel. Es al final, el intento de respirar algo de una ¨¦poca que ya ha desaparecido.
Lewis es, a tenor de lo visto ayer en Madrid, atractivo para un p¨²blico heterog¨¦neo pero no precisamente juvenil. Roqueros cuarentones, rockabillys tatuados, frentes con entradas y ganas de estirar el bolsillo, que los precios, entre 45 y 65 euros, tampoco son populares. Pero un d¨ªa es un d¨ªa. Y no se sabe si ¨¦sta puede ser la ¨²ltima visita. Cuentan que el rockero ha pedido dos cosas: una silla de ruedas en la recepci¨®n de su hotel, para no hacer esfuerzos en la calle, y una bicicleta est¨¢tica en su suite, para mantenerse en forma.
A la hora anunciada aparece su banda en el escenario de los Veranos de la Villa, un cuarteto dirigido por Kenneth Lovelace, un guitarrista que lleva con ¨¦l 43 a?os. El calentamiento, una serie de rock and roll, tan competentes como rutinarios, se hace largo, y al cabo de media hora hay hasta t¨ªmidos silbidos de impaciencia.
De repente sale ¨¦l. Jerry Lewis, The Killer. Sin aviso ni presentaci¨®n. Camisa roja, fr¨¢gil y encorvado, de paso renqueante pero a¨²n retador. De aquellas fotos que todos hemos visto s¨®lo conserva el pelo rebelde y el ego de estrella. Hoy lo grandioso de ¨¦l es su repertorio. Ni sue?es con esos momentos en los que quemaba el piano. Ni siquiera es capaz de tocar de pie. Da igual, todo el rock le pertenece. Es el due?o, quiz¨¢ el ¨²nico leg¨ªtimo, de canciones que exist¨ªan cuando la mayor¨ªa de su p¨²blico no hab¨ªa nacido. Cabalga con la dignidad del viejo vaquero por Georgia on my mind, Swett little sixteen, You win again, de Hank Williams, Roll over Beethoven, de Chuck Berry, y, por supuesto, su gran himno, Great balls of fire. Country o blues, rock o boogie, todo es suyo. El Le¨®n ya no se levanta, pero a¨²n mantiene el pulso firme y reconocer¨ªa su forma de tocar el piano entre un mill¨®n. En su voz a¨²n queda el regusto de aquella garganta poderosa.
Tomado de forma individual fuera de contexto, el directo de Lewis no es m¨¢s que un acto de nostalgia. Pero ese noble anciano es el hombre que le disput¨® el trono a Elvis Presley. Y aunque parezca mentira, sigue vivo.
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