Semp¨¦, en la mitad de Par¨ªs
En el boulevard de Montparnasse, en el centro de la ciudad, en un s¨¦ptimo piso, frente a un ventanal inmenso por el que se asoma la mitad de Par¨ªs, Jean-Jacques Semp¨¦ (Burdeos, 1932), el padre del Peque?o Nicol¨¢s, se sienta cada d¨ªa a su tablero y dibuja. "Y a veces sale y a veces no. Si no sale, pues sigo". Y acaba saliendo ?no? "Pues a veces no; a veces sigue sin salir". Su estudio es blanco, limpio, luminoso, m¨¢s o menos recogido. Hay una cajonera con curiosas etiquetas en los tiradores: "Multitudes", "Parejas", "Parques", "Bicicletas". Una manera de ordenar por temas sus miles de dibujos; una manera de ordenar el mundo.
Semp¨¦ es alto, amable, burl¨®n, fuma como un carretero y tose como un asm¨¢tico. Empez¨® a dibujar a los 19 a?os porque no encontraba trabajo de otra cosa. Logr¨® el ¨¦xito dibujando las historias que escrib¨ªa Ren¨¦ Goscinny del Peque?o Nicol¨¢s. Algo cansado del ni?o, Semp¨¦ recuerda sus otros libros. Es cierto. Ha publicado m¨¢s de 30 vol¨²menes encantadores llenos de humanidad, iron¨ªa y gente, de vida normal, de hombres y mujeres que vienen y van, de restaurantes llenos, esquinas vac¨ªas, multitudes, parejas, parques o bicicletas. Da la impresi¨®n de que va por la calle anotando mentalmente lo que ve para luego subir al s¨¦ptimo piso y reflejarlo. "No, no. Yo cuando voy por la calle voy pensando en otra cosa, no soy capaz ni de reconocer a un amigo si me lo cruzo". Trabaja en sus propios libros y colabora en Paris-Match y The New Yorker. Por eso, todos los d¨ªas se sienta frente a la mitad exacta del Par¨ªs que se amontona en su ventanal. A veces por la ma?ana. A veces por la tarde. A veces unas horas. A veces todo el d¨ªa. "Me gustar¨ªa ser m¨¢s disciplinado. Tengo una amiga escritora que empieza a las nueve, y a las doce, paf, lo deja, incluso a la mitad de la frase. Yo soy incapaz".
Sus dibujos son simp¨¢ticos. Como sus personajes. Como ¨¦l mismo. Adem¨¢s de la pintura, adora el f¨²tbol, el billar y la m¨²sica. Sobre todo el jazz. Sobre todo Duke Ellington. Cuenta orgulloso que un d¨ªa lo conoci¨®. Y que le hizo una pregunta memorable: "Se?or Ellington, cuando un trompetista de su orquesta que mide 1,80 se pone enfermo de repente y tiene que sustituirlo de un d¨ªa para otro por uno de 1,60, ?c¨®mo hace para la cuesti¨®n de los uniformes?". Ellington le respondi¨®: "Sinceramente, amigo, ese tipo de cosas son las que me han estado siempre amargando la vida". Cuando el m¨²sico muri¨® en Nueva York, en 1974, Semp¨¦, durante mucho tiempo, se levantaba por la ma?ana en su casa de Par¨ªs y, antes de sentarse a dibujar, se echaba a llorar sin poder evitarlo.
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