?Estuvo de verdad el hombre en la Luna?
Desde los setenta han sido muchos los que han denunciado el alunizaje como una operaci¨®n propagand¨ªstica. Los delirios de los esc¨¦pticos son tan complicados que resulta m¨¢s sencillo aceptar el ¨¦xito del proyecto 'Apollo'
Han bastado 40 a?os para que el c¨¦lebre alunizaje de julio de 1969 pase de gesta de la ciencia moderna a monumento a la banalidad ilimitada de la pol¨ªtica. Cuando en 1961 John F. Kennedy le pidi¨® a Lyndon Johnson consejo para iniciar un proyecto que devolviera al pueblo americano la sensaci¨®n de supremac¨ªa perdida tras el paseo espacial de Gagarin, el estoico vicepresidente tejano propuso entre otras cosas un revolucionario proyecto de irrigaci¨®n masiva que beneficiar¨ªa al Tercer Mundo. A Kennedy, claro, le pareci¨® mucho m¨¢s ¨¦pico poner a un americano en la Luna. Y pese a que Johnson le se?al¨® a su presidente que los beneficios cient¨ªficos del viaje a la Luna ser¨ªan muy "limitados" (l¨¦ase "inexistentes"), el proyecto Apollo inici¨® su andadura de una d¨¦cada. Ahora, 20 a?os despu¨¦s del fin de la Guerra Fr¨ªa, aquella Edad de Oro de la carrera espacial parece mucho m¨¢s lejana de lo que es en realidad. Con la salvedad de algunos experimentos con microgravedad, las ¨²nicas aplicaciones de la conquista del espacio han terminado siendo el desarrollo de la industria de los sat¨¦lites de comunicaci¨®n y la captaci¨®n de im¨¢genes meteorol¨®gicas. Todo esp¨ªritu de frontera ha desaparecido. Los paseos por la Luna ya son las ruinas de un edificio futurista. Un recuerdo televisivo de infancia. La versi¨®n americana de la boda del pr¨ªncipe. Mucho menos relevante para entender nuestra cultura que, por ejemplo, la muerte de Lady Di.
Alguien afirm¨® incluso haber visto durante la retransmisi¨®n una botella en el suelo lunar
La antigua Luna es un elemento central de todas las religiones; la del 'Apollo 11', una roca vac¨ªa
Pero no hay que esperar hasta hoy para encontrar manifestaciones de escepticismo hacia aquel episodio. En la Am¨¦rica de la d¨¦cada de 1970, tan devota de la ¨¦tica de la sospecha, y considerando que el alunizaje hab¨ªa sido una operaci¨®n evidente de propaganda, el mito del hombre en la Luna creci¨® de la mano con su refutaci¨®n, normalmente hist¨¦rica. La histeria de los primeros refutadores (como el escritor Bill Kaysing) no fue un acto de oposici¨®n ideol¨®gica a la carrera espacial, sino m¨¢s bien una combinaci¨®n del clima de paranoia general con una fuerte vena de ludismo antitecnol¨®gico. Aferr¨¢ndose a la idea de que el alunizaje hab¨ªa sido un montaje propagand¨ªstico, aquellos esc¨¦pticos propon¨ªan (y todav¨ªa proponen) una serie de argumentos espurios desde la comodidad de sus medios de difusi¨®n "alternativos". Dichos argumentos var¨ªan ligeramente, pero suelen basarse en el hallazgo de indicios de manipulaci¨®n en las im¨¢genes del paseo lunar. Sombras causadas por focos. Banderas que ondean cuando no tendr¨ªa que haber aire. Alguien afirm¨® incluso haber visto durante la retransmisi¨®n una botella de refresco tirada en el suelo lunar. Y, por extra?o que parezca, existe una genealog¨ªa del fraude lunar. El caso m¨¢s c¨¦lebre es sin duda el fraude que public¨® en 1835 New York Sun, y que propici¨® las tiradas m¨¢s grandes que hasta entonces hab¨ªa alcanzado ning¨²n peri¨®dico. La serie de seis art¨ªculos que public¨® el Sun, atribuy¨¦ndolos falsamente al c¨¦lebre astr¨®nomo Sir John Herschel, narraba el descubrimiento de los habitantes de la Luna, una especie de humanoides con alas de murci¨¦lago ("Vespertilio-homo"), descubiertos gracias a la invenci¨®n de un telescopio revolucionario.
Los postulados del Escepticismo Lunar violan flagrantemente la Navaja de Occam, en el sentido de que casi parece m¨¢s sencillo mandar un cohete tripulado a la Luna que orquestar con tanta minuciosidad su falsificaci¨®n. Su histeria se corresponde m¨¢s o menos con la hura?a caracterizaci¨®n que hace Noam Chomsky de la teor¨ªa de la conspiraci¨®n: con tal de oponerse al an¨¢lisis institucional, el sentido com¨²n se acaba yendo al garete. Y como toda teor¨ªa de la conspiraci¨®n, el Escepticismo Lunar ha sido r¨¢pidamente absorbido por el folklore. Un gui?o posmoderno. Un chiste de Los Simpson. Quien quiera ver c¨®mo sus argumentos se han incorporado con ¨¦xito a la historia de la comedia puede comprobar el desternillante falso documental Op¨¦ration Lune (2001), de William Karel, donde el mism¨ªsimo Stanley Kubrick colabora en filmar el paseo lunar.
?Cu¨¢l es, sin embargo, la relevancia cultural, si es que la tiene, de la conquista de la Luna? Caducado su significado propagand¨ªstico, y minimizado su valor cient¨ªfico, la Luna conquistada parece un claro detrimento respecto a su predecesora silvestre. La antigua Luna es un elemento central de todas las religiones primitivas y todas las formas del c¨®mputo del tiempo; la Luna filmada por el Apollo 11 es una roca vac¨ªa. Resulta tentador usar la Luna como basti¨®n en la supuesta batalla entre progreso y reacci¨®n. Como ep¨ªtome de la llamada guerra cultural. La negaci¨®n de la evidencia cient¨ªfica por parte de los esc¨¦pticos de la conquista de la Luna recuerda otros casos m¨¢s radicales de anticientificismo contempor¨¢neo. Fundada en 1956, la Flat Earth Society americana ha defendido durante medio siglo la idea de que la Tierra es plana. Su modelo geoc¨¦ntrico incluye, entre otras muchas, explicaciones alternativas de la gravedad y de la perspectiva del horizonte. Por incre¨ªble que parezca, las fotograf¨ªas de la Tierra tomadas desde el espacio no hicieron disminuir el n¨²mero de afiliados de la asociaci¨®n, que se ha mantenido siempre en unos pocos millares. De manera parecida, pero con much¨ªsimos m¨¢s adeptos, el creacionismo cristiano estadounidense defiende la idea (aparentemente insensata) de que la humanidad entera desciende de una sola pareja de espec¨ªmenes. Y parad¨®jicamente, el creacionismo siempre ha postulado la navaja de Occam como uno de sus principales argumentos. Al fin y al cabo, suponer que Dios lo ha creado todo es mucho m¨¢s simple y sensato que pensar que la vida naci¨® de forma accidental y luego evolucion¨® casualmente hasta el mundo que conocemos. Ambos ejemplos guardan un sugerente parentesco con aquellos luditas que quemaban las m¨¢quinas de sus talleres. Con la nostalgia de William Blake por las verdes praderas. Tal vez nunca volvamos a aquel mundo mucho m¨¢s humano en que la Luna era una diosa, parecen decirnos, y tal vez no se pueda detener el progreso, pero ciertamente se puede negar y se puede denostar.
En el polo opuesto a los refutadores hist¨¦ricos de la ciencia estamos todos los dem¨¢s. Los creyentes. Los que aceptamos un progreso tecnol¨®gico que cada vez se parece m¨¢s a lo sobrenatural. En la tercera de sus leyes, Arthur C. Clarke afirma que "cualquier tecnolog¨ªa lo bastante avanzada es indistinguible de la magia". ?Acaso la tecnolog¨ªa est¨¢ destruyendo la distinci¨®n entre f¨ªsica y metaf¨ªsica? Tal vez la met¨¢fora m¨¢s precisa para la forma en que nos relacionamos hoy en d¨ªa con la tecnolog¨ªa sea lo que se llama el "culto al cargo". El fen¨®meno conocido como culto al cargo se origin¨® en las islas del Pac¨ªfico Sur poco despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial. Los aviones aliados lanzaron toneladas de ropa, provisiones y material b¨¦lico sobre esas islas. Al acabar la guerra, las bases quedaron abandonadas y el "cargo" dej¨® de llover del cielo. Entonces los ind¨ªgenas emprendieron una serie de rituales encaminados a seguir atrayendo el favor del cielo. Constru¨ªan pistas de aterrizaje y las iluminaban con antorchas. Fabricaban transmisores de radio a base de cocos y paja. Escenificaban "ejercicios" y "desfiles" con palos en vez de rifles y las letras USA pintadas en el cuerpo. Se fabricaban auriculares de madera, se los pon¨ªan y se sentaban en torres de control que constru¨ªan ellos mismos. Con el paso del tiempo, el t¨¦rmino "culto al cargo" ha perdurado en ingl¨¦s para designar a cualquier grupo de gente que imita la superficie exterior de alg¨²n proceso o sistema sin entender la sustancia del mismo. As¨ª es como navegamos por Internet. Como llamamos con el m¨®vil. As¨ª aceptamos las recesiones econ¨®micas, la quimioterapia y la tele por sat¨¦lite. Con un encogimiento de hombros. A fin de cuentas, ?qui¨¦n mat¨® al sentido com¨²n? ?La ciencia o la anticiencia? Si hemos de clavar la navaja de Occam, si la soluci¨®n m¨¢s simple ha de ser la correcta, entonces la magia ha vuelto para quedarse.
Javier Calvo es escritor. Su ¨²ltima novela publicada es Mundo maravilloso (Mondadori).
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