La muerte de un periodismo
Walter Cronkite, el venerado presentador de la CBS, fallece a los 92 a?os
Ahora que, con buenas razones, se pronostica la muerte del periodismo, la desaparici¨®n de Walter Cronkite llega como un negro presagio para el oficio.
Cronkite era al periodismo lo que los Beatles a la m¨²sica o Clark Gable al cine, el s¨ªmbolo de una edad dorada, el emblema de aquellos tiempos en los que la televisi¨®n un¨ªa, descubr¨ªa y nos colmaba de felicidad, y en los que el periodismo era un asunto serio, que contaba cosas serias a un p¨²blico inteligente y confiado, en una comuni¨®n perfecta en sociedades que parec¨ªan progresar sin l¨ªmite.
Cronkite pertenec¨ªa a una ¨¦poca en la que la televisi¨®n mov¨ªa fortunas y ej¨¦rcitos de t¨¦cnicos para poner el mundo al alcance de los ciudadanos, en los que la peque?a pantalla creaba estrellas y decid¨ªa el destino de la pol¨ªtica. Cronkite coincidi¨® con el pleno apogeo del periodismo, fue contempor¨¢neo de leyendas como Mike Wallace, David Brinkley o Chet Huntley, quienes, en los a?os en los que la humanidad extend¨ªa sus metas hacia el espacio, contribuyeron tanto al patrimonio nacional como los mejores cient¨ªficos o empresarios. Y gozaban del mismo prestigio.
La receta del ¨¦xito para el periodismo, entonces, era muy sencilla. Bastaba con contar lo que ocurr¨ªa, limpiamente, ordenadamente, rigurosamente. Cronkite condens¨® esa f¨®rmula en la famosa frase de cierre de su informativo: "Y as¨ª es como han sido las cosas". Presum¨ªa de no haber a?adido nunca un comentario personal ni una opini¨®n del m¨¢s m¨ªnimo sesgo. Conoc¨ªa su influencia, sab¨ªa que se le llamaba "el hombre m¨¢s confiable de Am¨¦rica" y med¨ªa sus palabras con la profesionalidad y el tacto de un cirujano.
Gracias a eso, siempre fue respetado por todos. Pero no siempre fue comprendido por todos. En alg¨²n momento se le reproch¨® no tener una actitud m¨¢s combativa contra la guerra de Vietnam. Ciertamente, preservando su credibilidad, su posici¨®n ante la c¨¢mara siempre fue prudente, informativa. Pero, precisamente con ese capital, cuando en 1968 viaj¨® a Vietnam y elabor¨® un reportaje cr¨ªtico con la actuaci¨®n del Gobierno, la impopularidad de la guerra creci¨® geom¨¦tricamente y el presidente Lyndon Johnson comprendi¨® que hab¨ªa perdido el apoyo de los norteamericanos.
As¨ª era su influencia, fruto de su ecuanimidad. Nixon afirmaba que era un dem¨®crata; Kennedy cre¨ªa que era un republicano. Hasta el d¨ªa de hoy, nadie ha sabido cu¨¢l de los dos estaba en lo cierto.
Aunque simp¨¢tico y cordial en pantalla, Cronkite siempre se atuvo al formato convencional de un informativo de televisi¨®n. Otra condici¨®n de aquellos tiempos es que las cosas se hac¨ªan bien y duraban: Cronkite estuvo sentado en el mismo escenario, a la misma hora, durante 20 a?os, y su audiencia no se resinti¨® ni una d¨¦cima. S¨®lo perdi¨® la compostura una vez, durante breves segundos, al permitir que unas l¨¢grimas empa?aran sus gafas de pasta negra al anunciar el asesinato de Kennedy.
Su muerte deja al periodismo en un estado de postraci¨®n no conocido jam¨¢s. Aquellos gigantes medi¨¢ticos en cuyos estudios crecieron excelentes sucesores de Cronkite se deshacen hoy por el impacto de la crisis econ¨®mica y la sequ¨ªa de ideas. Las empresas period¨ªsticas luchan malamente por sobrevivir, sin norte, sin recursos y sin fe en su producto. Los periodistas desconf¨ªan tanto de s¨ª mismos que ceden su espacio a cualquier reportero improvisado que quiera llenar con exageraciones o mentiras el vac¨ªo de profesionalidad reinante. Con la excusa de las exigencias de las nuevas tecnolog¨ªas, el periodismo renuncia a sus se?as de identidad y se lanza sin pudor por el barranco del sensacionalismo.
La muerte de Cronkite (a los 92 a?os) deja, s¨ª, al periodismo en un estado precario en el que s¨®lo cabe el milagro de que una nueva generaci¨®n de cronkites llegue al rescate. Pero eso no se compra, como en el f¨²tbol, o surge de forma espont¨¢nea. Cronkite es el resultado de una larga carrera que comenz¨® repartiendo peri¨®dicos en Houston, continu¨® por redacciones y emisoras de radio de medio pa¨ªs, prosigui¨® como corresponsal en Mosc¨² y enviado especial a decenas de acontecimientos, entre ellos los juicios de N¨²remberg, y culmin¨® con el papel de anchorman de las noticias de la noche en CBS, que ejerci¨® con maestr¨ªa.
Personalmente, lo salud¨¦ una vez, en un acto en Staten Island, en Nueva York, a principios de los noventa. Fue apenas una reverencia a la que ese hombre corpulento y educado, de un enorme parecido con Walt Disney, contest¨® con unas palabras de cari?o a Espa?a.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.