Joan Maragall y la Semana Tr¨¢gica
Tras la insurrecci¨®n de 1909 en Barcelona, el poeta escribi¨® tres art¨ªculos capitales. Se opon¨ªa a la venganza, defend¨ªa el amor solidario y denunciaba prof¨¦ticamente la actitud que la Iglesia adoptar¨ªa en la Guerra Civil
Del 26 de julio al 2 de agosto de 1909 se sucedieron en Barcelona unos d¨ªas de violencia que han pasado a la historia con el nombre de Semana Tr¨¢gica. Su centenario se est¨¢ conmemorando con libros, art¨ªculos, conferencias y hasta un congreso. Aqu¨ª me ce?ir¨¦ a los tres art¨ªculos que entonces escribi¨® Joan Maragall.
Barcelona viv¨ªa momentos de aparente esplendor, y de pronto descubri¨® que dorm¨ªa sobre un volc¨¢n. En Marruecos, una operaci¨®n militar para proteger a los trabajadores del ferrocarril de las minas desencaden¨® un conflicto generalizado. El ministro de la Guerra, Asensio Linares, moviliz¨® a 40.000 reservistas. Eran hombres de una cierta edad, muchos casados, pobres que no hab¨ªan podido pagar aquella "cuota" con la que los ricos se exim¨ªan del servicio militar.
En su segundo art¨ªculo, Maragall pide el indulto para los que van a ser fusilados en Montju?c
Puesta bajo la protecci¨®n del Estado, la Iglesia le parece al pueblo "una oficina", dice el escritor
Cuando el 11 de julio empez¨® el embarco de tropas en Barcelona, las madres y esposas de los movilizados multiplicaron los actos de protesta, mientras las damas de la burgues¨ªa repart¨ªan medallas y rosarios a los soldados. Una multitud furiosa se adue?¨® de la ciudad y se ensa?¨® con los edificios religiosos, sobre todo las escuelas de la Iglesia. Tres sacerdotes fueron asesinados, se destruyeron unos 80 edificios religiosos (la mitad aproximadamente de los entonces existentes) y en un convento se desenterraron momias de monjas.
El Gobierno de Maura actu¨® con la m¨¢xima energ¨ªa, y la insurrecci¨®n se disolvi¨® tan r¨¢pidamente como hab¨ªa estallado. El 2 de agosto, los obreros volv¨ªan a las f¨¢bricas y empezaba la represi¨®n. Se dictaron 17 penas de muerte, de las que cinco fueron ejecutadas. De ¨¦stas, dos tendr¨ªan especial resonancia. Una fue la de Ram¨®n Clemente Garc¨ªa, un deficiente mental que hab¨ªa bailado con una momia de monja: ser¨ªa para la memoria posterior el episodio m¨¢s emblem¨¢tico de la Semana Tr¨¢gica. La otra fue la de Francisco Ferrer Guardia, creador de la Escuela Moderna, acusado de ser el promotor de los incendios de iglesias y escuelas. La campa?a internacional en su defensa acabar¨ªa derribando al Gobierno de Maura.
Tal es el contexto hist¨®rico de los tres art¨ªculos de Joan Maragall. ?l y su buen amigo el obispo de Vic, Torras i Bages, mentor del catalanismo moderado, se exhortaban rec¨ªprocamente a escribir sobre lo ocurrido, pero no lo ve¨ªan igual. En una pastoral, Torras i Bages calific¨® los hechos de "espect¨¢culo diab¨®lico, eco de la rebeli¨®n primitiva de los ¨¢ngeles y de los hombres contra su Creador y Se?or", y rechaz¨® la acusaci¨®n de inconsciencia social: "No ha sido aquella explosi¨®n de odio una manifestaci¨®n de antagonismo del trabajo contra el capital, ni de un sistema pol¨ªtico contra otro al que se acusa de tener la protecci¨®n de la Iglesia; la persecuci¨®n ha manifestado que lo que pretend¨ªa era borrar el Nombre de Dios de la sociedad humana, como los masones que gobiernan Francia lo borran de todos los libros de las escuelas de chicos y chicas de aquella naci¨®n". Dir¨ªase la carta colectiva de 1937 avant la lettre.
El 1 de octubre publica Maragall en La Veu de Catalunya, ¨®rgano de la Lliga de Prat de la Riba y Camb¨®, su primer art¨ªculo, Ah!, Barcelona... Su t¨ªtulo y su tenor recuerdan los ayes de los profetas Am¨®s, Isa¨ªas y Miqueas cuando en tiempos de aparente prosperidad denunciaban la injusticia social imperante, o a Jes¨²s llorando por Jerusal¨¦n y anunciando que va al desastre. Ante el general deseo de venganza, Maragall exclama: "?No veis acaso que lo que nos falta es amor?". Como si previera lo que suceder¨¢ treinta a?os m¨¢s tarde, exclama: "Catalu?a, Barcelona, has de sufrir mucho, si quieres salvarte. Has de aceptar las bombas, y el luto, y los robos, y el incendio: la guerra, la pobreza, la humillaci¨®n, y las l¨¢grimas, muchas l¨¢grimas". Si no se convierte al amor solidario va al desastre, y entonces "al mirar Barcelona desierta, Catalu?a desolada, cualquier viajero podr¨ªa decir: aqu¨ª hubo tal vez una gran poblaci¨®n, pero ciertamente no hubo nunca un pueblo".
En su segundo art¨ªculo, La ciutat del perd¨®, Maragall pide el indulto de los condenados a muerte, con palabras que podr¨ªan hacer suyas los que hoy luchan contra la pena capital: "?C¨®mo pod¨¦is estar as¨ª tranquilos en casa y con vuestros asuntos sabiendo que un d¨ªa, al buen sol de la ma?ana, all¨¢ arriba de Montju?c, sacar¨¢n del castillo a un hombre atado y lo pasar¨¢n delante del cielo y del mundo y del mar, y del puerto que trafica y de la ciudad que se levanta indiferente, lo llevar¨¢n a un rinc¨®n del foso, y all¨ª se arrodillar¨¢ de cara a un muro, y le meter¨¢n cuatro balas en la cabeza, y ¨¦l dar¨¢ un salto y caer¨¢ muerto como un conejo?".
Prat de la Riba, director de La Veu de Catalunya, no permiti¨® que este art¨ªculo se publicara y aplaz¨® hasta el 18 de diciembre la publicaci¨®n del tercero y m¨¢s famoso, La igl¨¦sia cremada. Cuenta en ¨¦l Maragall el fuerte impacto, que yo calificar¨ªa de experiencia m¨ªstica, que, d¨ªas despu¨¦s de la Semana Tr¨¢gica, le produjo una misa celebrada en una iglesia quemada. Empieza diciendo: "Yo nunca hab¨ªa o¨ªdo una misa como aqu¨¦lla". Tres veces lo repite encabezando otros tantos p¨¢rrafos, y a la cuarta a?ade: "... y, en comparaci¨®n, puedo decir que nunca hab¨ªa o¨ªdo misa". Aquel d¨ªa entendi¨® qu¨¦ es la misa, y lo que la misa le exige a cada cristiano y a toda la Iglesia. Describe aquel templo con la b¨®veda ca¨ªda, las paredes ennegrecidas, una mesa de madera por altar, sin bancos, con los fieles de pie, y una nube de moscas danzando en el rayo de sol que atravesaba el espacio. "Parec¨ªa que o¨ªamos misa en mitad de la calle".
Aquella iglesia en ruinas le sugiere una Iglesia sin m¨¢s fuerza que la que mana del Crucificado: "El Sacrificio estaba all¨ª presente, vivo y sangrando, como si Cristo muriera de nuevo por los hombres, y otra vez hubiera dejado en el Cen¨¢culo su Cuerpo y su Sangre en el Pan y el Vino. El Pan y el Vino parec¨ªan reci¨¦n hechos: la Hostia parec¨ªa palpitar, y el vino, al verterse en el c¨¢liz, a la luz del sol, parec¨ªa sangre que chorreaba".
Maragall sue?a con una liturgia en la lengua del pueblo, en la que "fuesen le¨ªdas, gritadas al pueblo las palabras de fuego de las Ep¨ªstolas de san Pablo" y el Evangelio se proclamara "en su divina simplicidad", y los fieles entendieran al sacerdote cuando "les muestra el Pan y el Vino temblando y haci¨¦ndoles temblar".
El comulgatorio, la barandilla ante la que se arrodillaban para comulgar, se le antoja "espes¨ªsima muralla que no deja pasar ni una centella de aquel fuego sagrado, ni un rayo del Santo Misterio que en el altar arde y brilla". Se imagina entonces que el sacerdote, que estaba de espaldas al pueblo, se da la vuelta y dice a los fieles: "Y he aqu¨ª vuestro mal: que en la Iglesia de Cristo busc¨¢is demasiado la paz, que entr¨¢is sin amor, que os dorm¨ªs, ?que se os est¨¢ muriendo la fe! Pensadlo bien: ?qu¨¦ le vais a pedir vosotros a Cristo en su Iglesia? Le ped¨ªs paz, quietud, olvido, que aparte de vosotros la tribulaci¨®n y la amargura, que os d¨¦ un buen sue?o. ?Pues no es ¨¦sta la paz de Cristo!".
Y dice a los que desde la calle ven el espect¨¢culo: "Entrad, entrad: la puerta est¨¢ bien abierta; vosotros mismos os la hab¨¦is abierto con el fuego y el hierro del odio. Destruyendo la iglesia hab¨¦is restaurado la Iglesia, la que se fund¨® para vosotros, los pobres, los oprimidos, los desesperados". Y hablando de nuevo a los de dentro: "No se la volv¨¢is a quitar
[la iglesia a los que la han quemado] reedific¨¢ndola; no quer¨¢is alzar de nuevo sus paredes m¨¢s fuertes, ni la b¨®veda m¨¢s bien cerrada, ni le pong¨¢is puertas mejor forradas de hierro, que no est¨¢ en esto su mejor defensa, y volver¨ªais a dormiros en ella; ni tampoco pid¨¢is la protecci¨®n del Estado para ella, que demasiado parec¨ªa ya una oficina a los ojos del pueblo en ciertos aspectos; ni quer¨¢is mucho dinero de los ricos para rehacerla, que los pobres no puedan pensar que es cosa de los otros".
Estas palabras de Maragall denunciaban prof¨¦ticamente en 1909 la actitud general y oficial de la Iglesia y de los vencedores en 1939.
Hilari Raguer es monje de Montserrat e historiador especializado en el tema de la Iglesia y la Guerra Civil espa?ola.
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