Evasi¨®n y crudeza para sortear el "crash"
Pocas ¨¦pocas han resultado tan contradictorias para el mundo del s¨¦ptimo arte como los a?os que siguieron al crash burs¨¢til del 29 y el periodo subsiguiente, conocido como la Gran Depresi¨®n: el apag¨®n financiero estadounidense oblig¨® a los grandes estudios a exprimirse la sesera y ofrecer al p¨²blico algo m¨¢s elaborado, m¨¢s concentrado, mejor. Algo que desconectara el cerebro del espectador apenas se apagaran las luces, un ant¨ªdoto contra la miseria diaria. La imposible fusi¨®n de talento y necesidad dio a luz la ¨¦poca m¨¢s prol¨ªfica de la historia del cine, por aquel entonces a¨²n joven y con ganas de salir por ah¨ª a pas¨¢rselo bien.
As¨ª surgieron los jaleados g¨¢nsteres de Warner Bros y su furiosa -y poco casual- actitud contra la banca; las pluscuamperfectas screwballs (lo que pasa con la comedia cuando uno la empuja cuesta abajo) y sus alambicados gags, convertida a su vez en la plataforma perfecta para burlar el c¨®digo censor del omnipresente William Hays; los monstruos de la Universal, que obligaban a la audiencia a olvidarse de su futuro para concentrarse en un presente que daba m¨¢s miedo en las garras del hombre lobo, los vendajes de la momia o los colmillos del Conde Dr¨¢cula.
La andanada con sonrisa del irland¨¦s contra la Am¨¦rica sin alma no deja de ser osada y conserva latidos del mejor Ford
Pero a lomos de esa oleada de creatividad, que como es obvio esquivaba la crisis y se centraba en otros asuntos m¨¢s llevaderos, tambi¨¦n viajaban los cl¨¢sicos, dispuestos a no dejar t¨ªtere sin cabeza, aunque fuera tirando de mecanismos que ahora nos parecer¨ªan obsoletos y contando en muchas ocasiones con el vac¨ªo del p¨²blico, empe?ado en que le borraran la memoria.
Frank Capra hab¨ªa logrado conjugar el buenismo y el retrato social, con visos de crudeza pero sin llegar a pisar esa l¨ªnea donde uno se ve obligado a apartar los ojos de la pantalla. Capra toc¨® la pol¨ªtica, la depresi¨®n, la familia y hasta se fue a Shangri La en busca de mundos mejores.
A Preston Sturges no le hizo falta irse tan lejos para Los viajes de Sullivan, otra prueba de la resistencia del celuloide ante las circunstancias adversas. Sturges colocaba a un director de cine dispuesto a recorrer el mundo en los ropajes de un mendigo s¨®lo para saber a qu¨¦ atenerse. Pura ciencia-ficci¨®n en los tiempos que corren, pero perfectamente posible en aquel escenario, donde muchos pasaron a ser mendigos de la noche a la ma?ana.
Hasta Humphrey Bogart se atrevi¨® con una pieza de crudeza impensable, La legi¨®n negra, donde un partido fascista se hac¨ªa con las riendas de un pueblo tirando del hilo de la pobreza, en una pel¨ªcula dirigida por Archie L. Mayo, director despu¨¦s de Una noche en Casablanca, de los hermanos Marx. Pocos la vieron y aquellos que la hicieron no hablaron demasiado bien de ella.
Y entre tanta y tan variada brillantez poco recompensada, y celebrando su reciente salida en DVD (de la mano de Fox) en nuestro pa¨ªs, en una magn¨ªfica copia restaurada y remasterizada, no hay que dejar de hablar de una de las piezas m¨¢s desconcertantes de la ¨¦poca, aunque s¨®lo fuera por su esp¨ªritu anarquista, sus modales de okupa y sus credenciales: La ruta del tabaco. Esta pel¨ªcula, de 1941, viene firmada por John Ford y a d¨ªa de hoy continua siendo una de las rarezas m¨¢s insignes de su autor. Ford adapta aqu¨ª el libro de Erskine Caldwell (que a su vez fue llevado al teatro por Jack Kirkland) sobre la historia de una familia de campesinos arruinados que ve amenazado su elaborado culto a la vagancia por culpa del banco de la poblaci¨®n, que pretende arramblar con todo y utilizar lo que una vez fue territorio de algod¨®n y tabaco al "cultivo cient¨ªfico".
Tal premisa le sirve al legendario realizador para ofrecer una comedia trastabillada que avanza a base de golpes, gritos, bocinazos e invocaciones religiosas y en cuya base se reconocen algunos de los tics del director (como su fijaci¨®n por los rostros de sus actores, y en este caso -rozando el fetichismo- por una bell¨ªsima Gene Tierney, a quien regala planos dignos de las rubias de Hitchcock), pero que escapa al benepl¨¢cito cr¨ªtico gracias al desorden y la simpleza de su planteamiento. As¨ª muchos fans de Ford huyen de La ruta del tabaco como del diablo, ya que es dif¨ªcil reconocer en ella la robusta construcci¨®n de tramas y personajes marca de la casa. Tal alergia al filme viene marcada adem¨¢s por su ubicaci¨®n temporal: ¨¦ste est¨¢ situado entre Las uvas de la ira (1940) y Qu¨¦ verde era mi valle (1941). Dos obras cumbre del cine de Ford y de la historia del s¨¦ptimo arte que adem¨¢s ten¨ªan el m¨¦rito de hablar desde una ¨®ptica a pie de obra en una ¨¦poca en la que hacerlo pod¨ªa situar al pecador en una lista de la que se hac¨ªa dif¨ªcil salir. Situar La ruta del tabaco a la altura de esas dos obras maestras casi suena a herej¨ªa, pero no es menos cierto que la andanada con sonrisa del irland¨¦s contra la Am¨¦rica sin alma no deja de ser osada y que ¨¦sta conserva latidos del mejor Ford: el memorable personaje compuesto por Charlie Grapewin (un sosias del actor Walter Brennan con el plus de "me-importa-un-r¨¢bano"), las escenas con la hermana Bessie (un perfecto autorretrato de esa posturaetida que el director tomaba ante la religi¨®n) o ese inequ¨ªvoco final, donde luce impasible la pachorra de Ford.
A pesar de ello, intentar que una pel¨ªcula sin ¨ªnfulas ni pretensiones soterradas y con profusi¨®n de desgraciados sin oficio ni beneficio como ¨¦sta entrara con letras grandes en la historia de su creador era un imposible. Al p¨²blico, en este caso o en muchos otros, le daba bastante igual las desgracias ajenas, estando como estaba muy ocupado con la geometr¨ªa musical de Busby Berkeley, las metralletas de James Cagney o Edward G. Robinson, el marm¨®reo rostro de Humphrey Bogart, la clase de Claudette Colbert y los chistes de Cary Grant. Ya lo dec¨ªa el mencionado Hays en aquellos tiempos: "No hay nadie que haya contribuido m¨¢s que el mundo del cine al mantenimiento de la moral nacional". Palabra de censor.
La ruta del tabaco. Director: John Ford (1941). Fox.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.