BEB?S
Ante tanta nader¨ªa televisiva envuelta en oropeles, colgarse unos minutos de Baby First resulta un ejercicio de depuraci¨®n visual. La emisora naci¨® con pol¨¦mica porque parec¨ªa el colmo del entrismo indecente fabricar un producto para beb¨¦s. Hubo quien se alarm¨® porque se trataba de anticipar el debut televisivo, adelantar con una precocidad malsana la edad en que un ciudadano se convierte en televidente. Est¨¢ claro que si los padres ven en este canal la p¨®cima para tener quieto a su pupilo, lo emplean como guarder¨ªa, cometer¨¢n un error grave. Pero hay momentos televisivos en Baby First particularmente curiosos. El problema no es que los ni?os vean televisi¨®n. En todo caso, lo ser¨¢ por lo que ven y por el mucho tiempo de su nov¨ªsima vida que ocupan en ello. Est¨¢ instalada la idea de que la blandenguer¨ªa no es perniciosa. Al margen de que, desde los tiempos de Mattelart, se sabe que los cuentos cobijan un sofrito altamente malicioso, siempre resultar¨¢ m¨¢s higi¨¦nico un juego abstracto de formas y colores que un enga?oso mensaje buenista. Tambi¨¦n en Baby First hay las inevitables escenas de patos en un estanque y m¨²sica azucarada, pero otras son curiosos juegos visuales donde todo reside en figuras sin otro argumento que modificar su tama?o y distancia, o introduciendo en la habilidad de las adiciones. Para el televidente maduro, pasar unos momentos en Baby First tiene algo de hipn¨®tico. ?Eso es malo? Desde luego, no tanto que el insufrible camelo de tantos programas para adultos.
Un ejemplo de eso: la tropa de DEC (Antena 3) interrogando a Patrizia D'Addario, la prostituta que ha documentado dos noches con Berlusconi y es testigo en un juicio por corrupci¨®n del c¨ªrculo de amistades del papi. El desplazamiento de su tema desde las p¨¢ginas de pol¨ªtica a este circo rosa, su desubicaci¨®n, ya era, de entrada, un regalo a Berlusconi. No les interes¨® saber nada del poder ni de sus pol¨¦micos gestores. S¨®lo quer¨ªan relatos de alcoba que la invitada suministr¨® a medias, neg¨¢ndose a responder a muchas preguntas. Lo m¨¢s bonito era verlos enfadados, pinchando. Como ni?os
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