Las dos caras de la bomba at¨®mica
El hombre cont¨® una historia incre¨ªble. Ten¨ªa apenas 13 a?os, y estaba en su sal¨®n del colegio cuando un compa?ero se asom¨® a la ventana y lanz¨® un grito: "?Miren, un avi¨®n B-29!".
Los dem¨¢s ni?os se agruparon frente al vidrio y lo vieron perfecto: volando sobre la ciudad como un p¨¢jaro solitario, brillante en el cielo azul de las 8:15 de la ma?ana.
Entonces el avi¨®n solt¨® algo que se precipit¨® a tierra, y mientras los ni?os miraban por la ventana, de pronto un destello fulminante los derrib¨® a todos. Era 6 de agosto de 1945, y lo que aquel hombre vio caer del cielo era la bomba at¨®mica.
Su nombre era Yoshitaka Kawamoto, y lo escuch¨¦ hace m¨¢s de diez a?os cuando era director del Museo de la Paz de Hiroshima. Cada 6 de agosto lo recuerdo, y lo veo en mi memoria como si lo tuviera delante de m¨ª, evocando lo sucedido ese d¨ªa.
La humanidad tiene tanto la capacidad de generar el infierno como la de superarlo
No hubo ruido, afirm¨®. Sin embargo, al abrir los ojos, percibi¨® algo imposible: el cielo estaba en llamas. De inmediato sinti¨® un dolor intenso en el brazo, y descubri¨® un pedazo de madera atravesado en la carne, como una flecha. En seguida, escuch¨® algo ins¨®lito: cantos.
Tard¨® segundos en comprender: debido a la mentalidad espartana de la guerra, a los ni?os les hab¨ªan ense?ado que gritar para pedir ayuda era un acto indigno, de modo que, quienes pod¨ªan, cantaban el himno del colegio para avisar de que estaban vivos y para se?alar en d¨®nde estaban.
No obstante, las voces a su alrededor se fueron apagando. Uno por uno, sus compa?eros de clase mor¨ªan cantando. De pronto, ¨¦l qued¨® solo. Entonces sali¨® a la calle, dando tumbos y traspi¨¦s, y se encontr¨® con el infierno.
Yoshitaka Kawamoto estuvo perdido durante varios d¨ªas, deambulando entre las ruinas y tinieblas, hasta que de milagro lo encontr¨® su madre.
Por poco muere incinerado, pues se desmay¨® en la calle y, crey¨¦ndolo muerto, lo arrojaron sobre una pila de cad¨¢veres que estaban a punto de ser quemados; no obstante, resbal¨® del mont¨®n y el hombre que lo recogi¨® sinti¨® su pulso.
Al poco tiempo de la explosi¨®n, el ni?o perdi¨® el cabello y empez¨® a sangrar por todos los orificios del cuerpo. Su madre asumi¨® el reto y durante m¨¢s de un a?o luch¨® sin tregua hasta que su hijo se recuper¨® por completo. "El amor de mi madre triunf¨® sobre la bomba at¨®mica", concluye sereno el se?or Kawamoto.
Habla de Estados Unidos sin rencor, y dice que su filosof¨ªa consiste en perdonar.
Describir el da?o que hizo la bomba es imposible. La ciudad fue borrada del mapa, y la ¨²nica estructura que permaneci¨® en pie, un edificio semejante a un observatorio abandonado, yace intacto, medio demolido, y sugiere una realidad escalofriante.
La temperatura en el epicentro dobl¨® la requerida para fundir el hierro, y los vientos que derrumbaron las casas como si fueran naipes triplicaron la potencia del tif¨®n m¨¢s devastador de la historia de Jap¨®n. Las casas que soportaron los vientos sucumbieron a las llamas, pues la gran mayor¨ªa eran construcciones de madera.
Muchos cuerpos jam¨¢s se encontraron porque se evaporaron, y a ra¨ªz del calor infernal las sombras de varios objetos quedaron estampadas en donde estaban.
Yo no entend¨ªa este fen¨®meno hasta que lo vi con mis propios ojos: la silueta de una escalera inexistente, la sombra grabada sobre los restos de una pared, como si la hubieran pintado.
Como digo, escuch¨¦ a Yoshitaka Kawamoto hace m¨¢s de una d¨¦cada, y recuerdo que al salir del sal¨®n de conferencias, abrumado por su historia, conoc¨ª a otra sobreviviente: una mujer mayor, con el rostro todav¨ªa hermoso, hasta que gir¨® y le vi la otra mitad de la cara: desfigurada como hecha de cera derretida. Ese costado de su cuerpo fue el que sufri¨® los efectos de la bomba.
Qued¨¦ impresionado, pero a la vez pens¨¦ que esa doble faz, en ¨²ltimas, simboliza la condici¨®n humana: porque nuestra especie puede crear una bomba at¨®mica y la puede soltar sobre una poblaci¨®n civil, inerme y vulnerable, pero tambi¨¦n puede producir un ejemplo de grandeza espiritual como el se?or Kawamoto, alguien que despu¨¦s de sobrevivir a una tragedia de esa magnitud es capaz de sonre¨ªr, hablar sobre el amor y el perd¨®n, y, ante todo, seguir viviendo.
Juan Carlos Botero es escritor colombiano.
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