La incierta papeleta de Afganist¨¢n
La comunidad internacional sostiene que las elecciones presidenciales y regionales que se celebrar¨¢n el pr¨®ximo jueves son esenciales dentro de la nueva estrategia de EE UU
Omar Said regenta una min¨²scula tienda en el Bush Market de Kabul. Vende artilugios paramilitares. Prism¨¢ticos, enormes cuchillos, gafas presuntamente antibala, pistolas de fogueo, uniformes de camuflaje y decenas de recuerdos con el logotipo de Endurance Freedom (Libertad Duradera), la operaci¨®n estadounidense simult¨¢nea a la de la OTAN. El mercado donde se asienta el negocio de Said lleva el nombre del anterior presidente de Estados Unidos porque en ¨¦l "se venden aut¨¦nticos productos americanos", seg¨²n sostienen los kabul¨ªes. Aunque hubo alguna iniciativa entusiasta, la mayor¨ªa de los tenderos rechazaron rebautizarlo como Obama Market. Dicen que el nombre estaba puesto y que no se puede andar cambiando. Del techo del cub¨ªculo de Omar Said cuelgan unas camisetas grises con la palabra Army estampada en el pecho. Son una burda imitaci¨®n, como casi todo en Bush Market. Preguntado si no teme perder su negocio si finalizara de repente la guerra, responde: "No, siempre habr¨¢ gente que necesite una mira telesc¨®pica para su Kal¨¢shnikov".
Casi el 45% de los distritos del pa¨ªs viven bajo la amenaza de las armas, y en 10 de ellos no se abrir¨¢n las urnas
La reconstrucci¨®n pasa por combatir la corrupci¨®n. El Gobierno de Karzai puede ser mala soluci¨®n, pero no hay otra
Tres d¨¦cadas despu¨¦s de la invasi¨®n sovi¨¦tica y de guerra permanente, existe una p¨¦rdida colectiva del sentido de la honestidad. Cada afgano se ha convertido en un actor que trata de sobrevivir en un escenario en el que apenas ha cambiado el decorado: pobreza, corrupci¨®n y p¨®lvora. "No soy optimista, pero nac¨ª afgano y me tengo que quedar; es mi destino", asegura Zatu, que parece pensar cada palabra que pronuncia en ingl¨¦s. Con paciencia y unos chai (t¨¦) -que debe hervirlos con taza y cuchara-, Zatu gana confianza, pierde su p¨¢tina patri¨®tica y narra su huida en 1997 hacia Ir¨¢n y Turqu¨ªa en direcci¨®n a Inglaterra. "Cruc¨¦ 10 fronteras y viv¨ª cuatro a?os en Londres. Cuando los talibanes fueron expulsados de Kabul, el Gobierno ingl¨¦s me envi¨® una carta diciendo que ya podr¨ªa regresar porque hab¨ªa libertad y los soldados brit¨¢nicos se encargaban de protegerla. Si nada cambia, volver¨¦ a escapar; esta vez a Canad¨¢".
La nueva estrategia anunciada por el presidente Barack Obama en marzo se basa en tres pilares: presi¨®n militar sobre los talibanes y sus aliados, desarrollo econ¨®mico y reconstrucci¨®n. En un pa¨ªs en el que el 42% de la poblaci¨®n vive en la pobreza absoluta y al que la ONG Transparency International considera extremadamente corrupto -lo sit¨²a en el puesto 176 de 180 en transparencia-, la ambiciosa propuesta de Obama corre el riesgo de descarrilar, como le sucedi¨® antes a brit¨¢nicos, rusos y sovi¨¦ticos. El problema esencial de Afganist¨¢n es de mentalidad. Llevar¨¢ generaciones modificarla. La burka ser¨ªa la met¨¢fora exacta: Occidente exige su supresi¨®n y olvida las causas culturales y tradicionales que la hacen posible. "Se han perdido ocho a?os", dice una fuente que exige anonimato. "Ahora, los afganos tienen menos ilusi¨®n... y los extranjeros, menos credibilidad. Es una situaci¨®n que no se puede alterar; el primer impulso se ha perdido".
La comunidad internacional sostiene que las elecciones presidenciales y regionales que se celebrar¨¢n el pr¨®ximo jueves son esenciales dentro de la nueva estrategia de EE UU. A pesar de que convocar unos comicios en medio de la guerra puede ser una ficci¨®n democr¨¢tica, otros hablan de "elecciones simb¨®licas", incluso "pedag¨®gicas".
Cerca del 45% de los distritos est¨¢ amenazado por las armas. Diez de los 364 en los que se divide electoralmente el Estado se hallan bajo control talib¨¢n y en ellos no se abrir¨¢n las urnas. Naciones Unidas calcula que afectar¨¢ a 600 colegios electorales. El Gobierno de Hamid Karzai admite que otros 156 distritos est¨¢n en riesgo. Pero el objetivo es celebrarlas a cualquier precio. Un retraso o una cancelaci¨®n hubiesen sido una cat¨¢strofe y una victoria para los talibanes. Nadie cree en una segunda vuelta. Es caro (organizarlas ha costado 223 millones de d¨®lares) y peligroso.
Unas elecciones que se celebran en estas condiciones de inseguridad deber¨ªan, al menos, ser cre¨ªbles para que sus resultados sean aceptados. Hace cinco a?os sucedi¨® algo similar en Irak. El colombiano Carlos Valenzuela, experto de Naciones Unidas en organizar elecciones en lugares complicados (ven¨ªa de Camboya y Timor Leste; viaj¨® despu¨¦s a Sierra Leona), explic¨® entonces a EL PA?S que para que sean cre¨ªbles deben contar con alg¨²n tipo de registro oficial (en Irak se utilizaron las listas para reparto de alimentos elaboradas por el r¨¦gimen de Sadam Husein) y que se establezca una autoridad de control independiente. "Las elecciones no son una garant¨ªa para la pacificaci¨®n, pero la experiencia indica que pueden ayudar a dinamizar el proceso pol¨ªtico".
En Afganist¨¢n no hay censo. Nunca lo hubo. S¨®lo existe uno inacabado de la ¨¦poca sovi¨¦tica. La guerra constante y algunas costumbres locales hac¨ªan poco recomendable el trabajo de encuestador. Ning¨²n past¨²n, la etnia mayoritaria, aceptar¨ªa declarar el n¨²mero de mujeres a su cargo. Antes tirotear¨ªa al invasor de su intimidad. El registro electoral se ha realizado mediante la inscripci¨®n voluntaria de las personas que pueden y desean votar. Los hombres presentan sus carn¨¦s. Las mujeres no siempre pueden porque lejos de Kabul y Mazar-i-Sharif no est¨¢ bien visto que salgan solas de sus hogares. Es el marido o el pariente quien declara el n¨²mero de mujeres mayores de edad a su cargo. Nadie lo discute ni lo comprueba.
En las elecciones de 2004 se inscribieron 10 millones de personas; ahora, pese a la decepci¨®n reinante, el n¨²mero de registrados ha alcanzado los 16,6 millones (un 35% son mujeres). Esto ha despertado las sospechas del ex ministro de Finanzas y candidato presidencial Ashraf Ghani, que asegura que existen entre 600.00 y 800.000 votos preparados para Karzai. ?l tambi¨¦n est¨¢ listo para denunciar el fraude.
"Karzai y sus ministros lo ¨²nico que han hecho estos a?os es meterse dinero en el bolsillo", dice Mohamed Abbas, que vende productos de limpieza en Bush Market. "Con los talibanes ten¨ªamos seguridad. No hab¨ªa robos. Se pod¨ªa viajar hasta Pakist¨¢n sin miedo a los ladrones. Pero nadie quiere que los talibanes regresen a Kabul. Prohibieron todo. No hab¨ªa cine ni m¨²sica ni televisi¨®n. S¨®lo se pod¨ªa ir a la mezquita a rezar y regresar a casa".
Las cifras le dan la raz¨®n. La llamada comunidad internacional ha invertido 63.000 millones de d¨®lares en Afganist¨¢n, de los que se calcula que un 12% se ha aplicado en la mejora de la vida de los afganos. Mucho de ese dinero no ha desaparecido s¨®lo en manos locales; tambi¨¦n ha servido para pagar a los 43.000 miembros de la seguridad privada, conocidos como el cuarto ej¨¦rcito, y hacer ping¨¹es negocios a costa del contribuyente. Como en Irak. Como Halliburton.
Son 41 candidatos presidenciales, pero s¨®lo dos tienen posibilidades de obtener un n¨²mero relevante de votos: el presidente Hamid Karzai, que es past¨²n, y su ex ministro de Exteriores Abdul¨¢ Abdul¨¢ (mitad tayiko, mitad past¨²n; su padre es de la misma tribu del mul¨¢ Omar). No hay encuestas, aunque un think thank estadounidense -el International Republican Institute- maneja una encuesta sin explicar bien c¨®mo diablos se hacen sondeos en un lugar como Afganist¨¢n. Otorga el 45 % a Karzai y el 26% a Abdul¨¢.
Nadie duda de la victoria del actual presidente. Es la imagen del poder, algo que en sociedades desestructuradas atrae votos. Adem¨¢s, aqu¨ª las decisiones no son individuales, sino colectivas: la comunidad decide el voto de todos. Es past¨²n y los pastunes no apoyar¨¢n a nadie que no lo sea y despu¨¦s porque ha tejido alianzas con las principales etnias (tayikos, uzbekos, hazaras y turcomenos) e islamizado la legislaci¨®n para atraerse a los conservadores, como la ley sobre las mujeres chi¨ªes a las que se les pretend¨ªa impedir la salida de casa sin el permiso del marido y obligar a satisfacerle sexualmente cuando ¨¦l lo demandara. Karzai es un gran t¨¢ctico y un mal estratega, como los estadounidenses en Irak y Afganist¨¢n.
"Todo est¨¢ arreglado. Los extranjeros tienen decidido qui¨¦n va a ganar, pero a¨²n no nos lo han dicho", asegura Ahmed, quien naci¨® en un pa¨ªs en guerra y sigue en uno en guerra 30 a?os despu¨¦s. "Creo que quieren que gane Karzai. Ganar¨¢ por m¨¢s del 50% de los votos para evitar una segunda vuelta", a?ade. ?sta se celebrar¨ªa en el caso de que ning¨²n candidato supere el 50% de los votos. Seg¨²n la Comisi¨®n Electoral Independiente de Afganist¨¢n, encargada del proceso, esa hipot¨¦tica segunda vuelta tendr¨ªa lugar un mes despu¨¦s, aunque admite que podr¨ªa ser en octubre o m¨¢s tarde si se retrasaran en exceso los resultados oficiales tras el an¨¢lisis de las impugnaciones.
En estas elecciones, adem¨¢s del factor de la guerra y de que los talibanes han anunciado su boicoteo y han llamado a sus milicianos a impedir su celebraci¨®n, se a?ade otro escenario que inquieta a Occidente: la llamada variante iran¨ª. El doctor Abdul¨¢ Abdul¨¢ est¨¢ convencido de su victoria y asegura que s¨®lo un fraude masivo le podr¨¢ privar de ella. Lo que preocupa es que uno o dos d¨ªas despu¨¦s de las elecciones, Abdul¨¢ aproveche la falta de datos oficiales para proclamarse ganador y saque a su gente a la calle.
Las elecciones ser¨¢n poco cre¨ªbles, simb¨®licas o pedag¨®gicas, pero la verdadera ficci¨®n est¨¢ en la guerra. El Ej¨¦rcito afgano deber¨ªa estar formado por 76.000 soldados, seg¨²n lo decidido en 2004 en la Conferencia de Donantes de Berl¨ªn, la que aprob¨® el presupuesto para su financiaci¨®n. Han pasado cinco a?os y a¨²n no se ha alcanzado ese n¨²mero ni la preparaci¨®n exigida. Los estadounidenses consideran que s¨®lo una parte m¨ªnima est¨¢ cualificada para luchar. El general norteamericano Stanley McChrystal -el hombre que acab¨® con Abu Musab al Zarqaui en Irak- estima que para cambiar el curso de la guerra son necesarios 340.000 soldados afganos. No hay dinero para comprarles las armas ni para pagarles los salarios (entre 100 y 200 d¨®lares, depende del grado). Ellos deber¨ªan ser los ojos de las tropas extranjeras en el terreno, incapaces de distinguir qui¨¦n es talib¨¢n y qui¨¦n civil.
Por segunda vez desde los atentados del 11-S, el ej¨¦rcito m¨¢s poderoso del mundo, dise?ado para vencer en cualquier guerra convencional o con armas de destrucci¨®n masiva, se enfrenta a un enemigo invisible, que carece de bandera y uniforme y que no se comporta como deber¨ªa hacerlo un ej¨¦rcito rival. En Irak, el general David Petraeus se invent¨® los Hijos de Irak, convirtiendo a los antiguos insurgentes sun¨ªes que atentaban contra sus tropas en aliados contra Al Qaeda. Fue una cuesti¨®n de dinero. De sobornar voluntades y reorientar objetivos. Aunque debilit¨® a Al Qaeda en Mesopotamia, parece que no ha funcionando del todo. Los ¨²ltimos atentados lo indican.
En Afganist¨¢n, la situaci¨®n tribal es m¨¢s compleja. No hay un enfrentamiento religioso y sectario entre sun¨ªes y chi¨ªes que se pueda manipular como en Irak. Aqu¨ª no hay fractura entre la insurgencia, que es 100% past¨²n y act¨²a unida. La diferencia entre los talibanes de hace ocho a?os, empe?ados en prohibir todo, y los de ahora no invita al optimismo. Fuentes militares estadounidenses estiman que el tipo de estrategia que siguen hoy los talibanes y la sofisticaci¨®n de sus ataques no los puede producir la direcci¨®n del mul¨¢ Omar, sino que hay alguien m¨¢s que mueve los hilos desde atr¨¢s.
El problema, insisten las fuentes, es que quien mueve los hilos es el mismo que los mov¨ªa en el periodo sovi¨¦tico y que hoy es amigo y aliado de EE UU. Los ataques con aviones no tripulados (drones) en las zonas tribales dentro de Pakist¨¢n han conseguido golpear en la retaguardia de los talibanes, pero no destruirlos. "Necesitar¨ªan un mill¨®n de drones", asegura una fuente an¨®nima. Otros se?alan que la guerra en Afganist¨¢n se dirige desde tres puntos: la Sura de Quetta, donde est¨¢n los jefes afganos, y sendos edificios en Islamabad y Rawalpindi.
Aunque nadie quiere comparar la guerra de Irak con la de Afganist¨¢n, el general Petraeus, jefe militar de ambos conflictos, ha empezado a organizar unas milicias locales en la provincia de Helmand, al sur, y en la porosa frontera con Pakist¨¢n, para que le ayuden a combatir a los talibanes sin recurrir a unos bombardeos a¨¦reos que causan v¨ªctimas civiles.
"La poblaci¨®n afgana no distingue entre norteamericanos, franceses y espa?oles", dice una fuente de una ONG. "Para ellos somos igual que los sovi¨¦ticos y antes los brit¨¢nicos. Hemos venido para aprovecharnos". Otros difieren de esta lectura: "Los rusos cometieron graves errores en una sociedad tan tradicional como la afgana. Los americanos no entienden nada, pero aqu¨ª se les percibe como una vaca a la que se puede orde?ar aunque a veces se ponga violenta y d¨¦ coces".
Tambi¨¦n hay una ficci¨®n en el despliegue extranjero. Existen dos misiones, adem¨¢s de la secreta de la CIA y del llamado cuarto ej¨¦rcito: la estadounidense, que depende del Comando Central (Petraeus) llamada Libertad Duradera y que cuenta con cerca de 26.000, y la de la Fuerza Internacional de Asistencia y Seguridad (ISAF), liderada por la OTAN con 61.135 de 42 pa¨ªses. S¨®lo cuatro pa¨ªses est¨¢n comprometidos con la lucha: EE UU, Reino Unido, Canad¨¢ y Holanda. Sus quejas son constantes porque consideran que los dem¨¢s est¨¢n prisioneros de sus opiniones p¨²blicas y evitan todo riesgo que pueda provocarles bajas. ?stos se defienden diciendo que los estadounidenses poseen una agenda oculta y que mientras no la compartan con sus aliados no habr¨¢ modificaciones en su compromiso.
La reconstrucci¨®n es la verdadera clave en la nueva estrategia de Obama. El asesor de seguridad nacional, James Jones, lo dej¨® claro en una visita a los generales y coroneles estadounidenses en Afganist¨¢n: "Esto no se puede ganar s¨®lo con la fuerza militar. Lo hemos intentado durante a?os y la estrategia no ha funcionado. La prioridad ahora es el desarrollo econ¨®mico. Si no lo hacemos bien, jam¨¢s tendremos tropas suficientes para lograr el ¨¦xito", inform¨® en su d¨ªa Bob Woodward en The Washington Post. En esa misma reuni¨®n, y seg¨²n la misma fuente, el general Lawrence Nicholson, del Cuerpo de Marines, se quej¨® de la escasa presencia de efectivos militares afganos. Dijo que necesitaba que un 10% de su fuerza de combate estuviera compuesta por militares locales. Karzai no ha enviado m¨¢s soldados a Helmand, pese a que desde hace dos meses hay una ofensiva general contra los talibanes. Y no los ha mandado porque no los tiene.
?Por d¨®nde empezar en un lugar en el que 30 a?os de guerra han destruido la mitad de las aldeas, el 30% de las carreteras pavimentadas y ha colocado al pa¨ªs entero en el puesto 171 de 173 en la lista de los menos desarrollados elaborada por la ONU? Su econom¨ªa depende de las ayudas exteriores y del opio, que genera unos 4.000 millones de d¨®lares de beneficio, de los cuales 200 financiar¨ªan a los talibanes, seg¨²n un documento de enero de 2009 del Grupo de Estudios Estrat¨¦gicos de Naciones Unidas.
La clave de la reconstrucci¨®n es combatir la corrupci¨®n. El Gobierno de Karzai puede ser una mala soluci¨®n, pero no existe otra. En todos los pa¨ªses hay desmanes econ¨®micos, pero en Estados Unidos o en Espa?a no afectan a la vida cotidiana de la poblaci¨®n. En lugares como Afganist¨¢n, esa misma corrupci¨®n genera escasez de agua, luz y alimentos. Las peque?as corruptelas son culturales y pertenecen al sistema de supervivencia: un polic¨ªa de trafico que cobra 40 d¨®lares y tiene tres mujeres y 12 hijos debe buscar dinero para proteger a los suyos.
Muchos diplom¨¢ticos, y el propio Gobierno de EE UU, saben que la ¨²nica salida al conflicto es el di¨¢logo y la legalizaci¨®n de los cultivos de amapola. Se buscan talibanes moderados con los que hablar, pero no aparecen. Las condiciones que ponen ¨¦stos para cualquier negociaci¨®n empiezan con la exigencia de la retirada de todas las tropas extranjeras. Una buena definici¨®n de talib¨¢n moderado ser¨ªa el que se deja comprar. El problema es que desde que el imperio brit¨¢nico utilizara este efectivo sistema de alianzas, la inflaci¨®n se ha disparado.
La pol¨ªtica p¨²blica, la que se desarrolla con maneras y valores delante de los ciudadanos, a veces no tiene mucho que ver con la privada, la que se fabrica entre bambalinas. El anterior vicepresidente de EE UU, Dick Cheney, un maestro en malabarismos en el filo de las leyes, visit¨® hace a?os el Parlamento afgano. Antes de entrar en ¨¦l, uno de sus asesores le explic¨® que se trataba de un Legislativo un poco especial, lleno de narcotraficantes y se?ores de la guerra. "Bueno, igual que el nuestro", exclam¨®.
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