Amigo Larra (1809-1837 / 2009)
Amigo Larra, a estas alturas de la historia y pese a la distancia de nuestras edades respectivas, son bien poca cosa los 200 a?os transcurridos desde que usted naci¨®. Quiero decir que seguimos en lo mismo. Tenemos un Rey que viaja, y un pa¨ªs que no se mueve; un precavido Gobierno m¨¢s o menos progresista, con temores, y una oposici¨®n sin m¨¢s ni menos, derechamente popular; una educaci¨®n c¨ªvica en marcha y alg¨²n tratamiento pedag¨®gico en ingl¨¦s para hacerla incomprensible. Esto ¨²ltimo fue un alarde valenciano para aumentar la venta de c¨ªtricos en el Reino Unido, pero el desv¨ªo de los maestros impidi¨® la apuesta de su president por babelizar la lengua que va, estrictamente, de Vinar¨®s al sur de Alicante.
Enumerar art¨ªculos que son tan actuales ahora como prof¨¦ticos hace dos siglos resulta casi desesperante
Su precocidad en registrar costumbres del pa¨ªs me provoca una melancol¨ªa rara
Seguimos cat¨®licos sin cumplir con una Iglesia que no se entera, pero perceptora de unos impuestos que los socialistas les procuran y garantizan nuestra salvaci¨®n eterna. O sea, esto es el m¨¢s ac¨¢ del m¨¢s all¨¢: que ser¨¢ Jauja.
Entretanto, y a pesar de que usted supo presentirlo casi todo, no s¨¦ si se habr¨¢ enterado de que aqu¨ª los pol¨ªticos disfrutan, cuando no con entusiasmo s¨ª amablemente, de regalos diversos -corbatas, trajes y hasta alg¨²n bolso de Par¨ªs- a cambio de una sonrisa, un encogimiento de hombros, un distra¨ªdo juego de cejas. Hay tanta circulaci¨®n que es imposible, sobre todo pr¨¢cticamente, deducir si es inter¨¦s o altruismo lo que determina la sem¨¢ntica de ese lenguaje gestual. Al parecer, aumenta el ajuar de ciertos hogares ilustres, y uno no entiende c¨®mo critican algunos un hecho tan natural; pues el poder desgasta y hay que renovarse en los trajes, ya que no en los h¨¢bitos. En fin, que siempre abundamos en cuestiones de detalle, sin atender a lo que importa: alguien tiene que correr con los gastos del poder.
Vivimos, amigo Larra, una situaci¨®n tan propicia a la felicidad -es verano, las vacaciones son lo que la televisi¨®n proyecta, el dinero sigue estando donde debe y los que m¨¢s sufren son los que m¨¢s callan- que ser¨ªa un pleonasmo, o un pleonasco, dedicarle un brindis. Basta con ver que lo que no hay es lo que hay.
Enumerar los art¨ªculos que siguen tan actuales ahora como prof¨¦ticos hace dos siglos resulta casi desesperante. La precocidad de usted en registrar los usos y costumbres del pa¨ªs, de gran utilidad para alguna lecci¨®n universitaria, provoca en m¨ª una melancol¨ªa rara: miro las nubes, y las veo negras; diviso playas, y todo se me antoja una muchedumbre de ahogados; contemplo el crep¨²sculo tras los montes y, de golpe, presiento una vor¨¢gine de llamas que me engulle.
Y es que leerle a usted, ya me perdonar¨¢, desestabiliza. Esa suliteratura rom¨¢ntica enlaza con las Pinturas negras de Goya. Tiene su aqu¨¦l que naciera uno en Madrid y el otro en Fuendetodos.
Art¨ªculos como Vuelva usted ma?ana, El mundo todo es m¨¢scaras, En este pa¨ªs, Las casas nuevas, El hombre menguado o el carlista en la proclamaci¨®n, La planta nueva, o el faccioso, Los tres no son m¨¢s que dos, y el que no es nada vale por tres, El Siglo en blanco, Las palabras, Lo que no se puede decir no se debe decir, La polic¨ªa, Por ahora, El hombre globo, La cuesti¨®n transparente, entre tantos, desembocan en su desaforado Dios nos asista y en su impecablemente gram¨¢tico y adverbial Cuasi. Pesadilla pol¨ªtica. Luego ya pasa usted a la eleg¨ªa -difuntos y exequias-, tras articular el paradigma de la imposibilidad de llegar nunca a nada, cuando la reciprocidad partidista se enquista en no bajar de las testarudeces que, unos menos pero casi todos m¨¢s, exhiben con empecinamiento. Habla usted ah¨ª de: una cuasi libertad de imprenta y conmociones aqu¨ª y all¨¢ cuasi parciales; un odio cuasi general a unos cuasi hombres que cuasi s¨®lo existen ya en Espa?a. Cuasi siempre regida por un Gobierno de cuasi medidas. Una esperanza cuasi segura de ser cuasi libres alg¨²n d¨ªa. Por desgracia muchos hombres cuasi ineptos. Una cuasi ilustraci¨®n repartida por todas partes. El cuasi en fin en las cosas m¨¢s peque?as. Canales no acabados; teatro empezado; palacio sin concluir; museo incompleto; hospital fragmento; todo a medio hacer... hasta en los edificios el cuasi.
Se dir¨ªa el reverso de aquel No-Do que pon¨ªa el mundo entero al alcance de todos los espa?oles y que hoy, algo o bastante mejorado el escenario, sigue adoleciendo de no llegar a su manifestaci¨®n c¨ªvica plena; bueno, casi.
Hay en las palabras deslizamientos y afinidades f¨®nicas que el oficio de escribir conjuga con intenciones diversas. Usted madrug¨® mucho en descifrar su cometido y desenmascarar sus juegos. Uno considera la felicidad, por ejemplo, del t¨¦rmino transici¨®n y, de pronto, le asaltan intermitencias como la muy sutil de la transacci¨®n. Es como pasar de la vida de las palabras a su mercadeo, afici¨®n por cierto muy compartida por pol¨ªticos y los llamados poderes f¨¢cticos.
En EL PA?S -me refiero al casi ¨²nico diario que usted s¨®lo sobrenaturalmente podr¨ªa leer- hablan sus titulares de que "El Tribunal Valenciano salva a Camps del juicio por cohecho"; yo entend¨ª, en una primera lectura, "por lo hecho".
Luego ya me tranquilic¨¦: s¨®lo se trata de cohecho. Substantivar la realidad con una abstracci¨®n (en lugar de lo hecho, cohecho) es una de las cosas m¨¢s admirables a esgrimir por parte de jurisconsultos y otros poderes en sus rec¨ªprocos mandobles. El resultado es una Espa?a m¨¢s que casi destrozada, hecha trozos.
Sobre todo, dos: de un lado, los que con cierto recato y t¨ªmidas razones algo hacen; y, de otro, quienes haci¨¦ndolo casi todo mal, pero sin el menor recato, son o se proclaman la perfecci¨®n misma para el futuro. Cosa que acredita el prestigio de Perejil y la superaci¨®n de las incomodidades por un qu¨ªtame all¨¢ esos ¨®bolos de natural campechan¨ªa entre paisanos.
Amigo Larra, no llego a entender las razones de su suicidio, a no ser que las pasiones alteraran su raz¨®n. Y la del entendimiento, desde luego, es mortal. Hoy dispondr¨ªa usted de psic¨®logos que, con alg¨²n f¨¢rmaco gratuito -pues la Seguridad Social se dar¨ªa, creo, por pagada con sus p¨¢ginas- le hubiera aliviado algo, hasta la existencia.
Cuando la capacidad cr¨ªtica es, como en su caso, un don de inteligencia y perspicuidad interrogadora tan pertinente, es una pena que nos abandonara en plena juventud; ya ve usted, un lector tan distante, y encima catal¨¢n, todav¨ªa lamenta que un madrile?o cabal renunciara a seguir auscultando la erosi¨®n convivencial envolvente. En su transcurso, supo advertir el desmoronamiento interior de sus paisanos, la prepotencia de quienes les representaban, o eso dec¨ªan, y el manejo de las conciencias mediante la pr¨¢ctica de eliminar la tentaci¨®n moral de entender las cosas y resultar luego en cr¨ªticas impertinentes que el poder o su contrapoder desautorizar¨¢. Y todo es poder.
En el proceso de llegar a su casi ciudadan¨ªa, los sujetos han de advertir que est¨¢n, mayormente, invitados a ella. Pasar de esta condici¨®n a presumir de su posesi¨®n es una aspiraci¨®n tan leg¨ªtima que los poderes (con frecuencia entre ellos mismos, en forma de partidos pol¨ªticos) se encorajinan y descalifican, tild¨¢ndola de soberbia.
El desenmascaramiento de la desverg¨¹enza general, y secular desde el ejemplo de usted, supone un desaf¨ªo tal vez desmesurado en su totalidad, pero las d¨¢divas reconocidas y los favores y pleites¨ªas escenificadas en nuestro querido Levante, me han llevado al recuerdo y nostalgia por algunas palabras verdaderas como estas finales de usted: "No vi nada sino el gran cuasi por todas partes". (Revista Mensajero, 9 de agosto de 1835).
Llu¨ªs Izquierdo es poeta y catedr¨¢tico de Literatura de la Universidad de Barcelona.
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