Marx y los internautas
En un retru¨¦cano hist¨®rico, la apropiaci¨®n de la plusval¨ªa generada por una parte del proletariado (los autores, artistas, escritores, int¨¦rpretes...) se est¨¢ perpetrando no s¨®lo -como ense?¨® Marx- por parte del capitalista, que tambi¨¦n y sobre todo. Por primera vez la apropiaci¨®n se est¨¢ llevando a cabo adem¨¢s por parte, o al menos con la imprescindible colaboraci¨®n, de muchos otros proletarios, clases ociosas y burgues¨ªa m¨ªnima. Una ganancia irrisoria, mezquina, la obtenida sin embargo por estas masas populares, como relata la siguiente historia.
Un d¨ªa, una tribu de inn¨²meros internautas ib¨¦ricos -no sabemos qui¨¦nes son, ni cu¨¢ntos- sali¨® del submundo y se sublev¨®. De la noche a la ma?ana, y como esos personajes que paseaban a luz del d¨ªa en La Torre de los Siete Jorobados de Neville, sin convocar asamblea, refer¨¦ndum o plebiscito alguno, surgieron tambi¨¦n sus representantes en la tierra: las asociaciones de internautas.
Aceptamos sin problemas la propiedad industrial, pero no la intelectual
Los gestores de derechos han vendido su imagen de forma p¨¦sima
Los internautas de la tribu y sus flamantes representantes se quejaban dolorosamente porque barruntaban que otra tribu (c¨®micos, m¨²sicos, actores, directores, escritores y gentes de similar ralea, adem¨¢s de sus odiosas sociedades de gesti¨®n de derechos de autor) quer¨ªa alejarlos de la tierra de jauja. Mientras tanto, los due?os de los caminos que llevaban a esas tierras, los operadores de Internet, se pon¨ªan las botas cobrando peaje a todo el que pasaba por all¨ª. Al grito de prohibido prohibir y de otros similares (parec¨ªa que las tribus de porn¨®grafos o de pederastas fueran a gritar tambi¨¦n su viva el amor libre, pero no pas¨®), los internautas y sus representantes amenazaron con no volver a votar y cosas as¨ª si el gratis total para las descargas de productos culturales producidos por otros (archivos los llamaban, para disimular) se iba al garete. Curiosamente, los internautas enfadados no protestaban, en su mayor¨ªa, porque los banqueros, por ejemplo, les cobraran m¨²ltiples peajes por mover sus propios ahorros de un sitio a otro a trav¨¦s de Internet; ni siquiera se quejaban de la inn¨²mera legi¨®n de c¨¢nones, royalties y derechos incluidos en el precio de todos los cachivaches tecnol¨®gicos necesarios para las descargas e intercambios de archivos (por los chips de un ordenador se pagan derechos, a pesar de ser meras copias de un original, como las canciones, etc.). En eso eran tan claros como incoherentes: no a la propiedad art¨ªstica, pero la propiedad industrial o comercial, o tantas otras, pod¨ªan seguir tranquilas. Pues, y lo llegaron a decir en voz alta algunos de sus representantes, la propiedad art¨ªstica o intelectual era "otra cosa", aunque tambi¨¦n se llame propiedad -significando esto lo que significa en los sistemas capitalistas de libre mercado-. Lo que, al parecer, un¨ªa a los protestones era s¨®lo la exigenciade cultura y entretenimiento gratis. La protesta y el deseo, por cierto, no eran nuevos sino en su escala: ya hab¨ªa ocurrido, antes de que Internet casi acabara con ellos, con el top-manta y las fotocopias, por ejemplo; y con la renuencia a pagar cosa alguna por muchos de los que se serv¨ªan de los productos culturales de otros en bodas, banquetes, comuniones, teles, radios, etc.
Por su parte, las operadoras, prometiendo descargas infinitas de productos culturales -productos que tampoco produc¨ªan ellas ni sobre los que ten¨ªan derecho alguno (les llamaban contenidos, para disimular)- a cambio de una cantidad fija (tarifa plana, tambi¨¦n para disimular), las operadoras, dec¨ªamos, manten¨ªan sus ventas y beneficios en malas ¨¦pocas, y se convert¨ªan en un c¨¢rtel de oligopolistas, un tr¨ªo o cuarteto de hecho. Como no pod¨ªan ser menos, montaron tambi¨¦n su asociaci¨®n, que se present¨® de largo para poder opinar sobre c¨®mo hab¨ªa que manejar un cotarro tan lucrativo. S¨®lo faltaba por aparecer en este mundo de las descargas "libres" otro participante en el negocio, el rey de las b¨²squedas en Internet, que ven¨ªa tomado carrerilla desde hac¨ªa tiempo y que se abalanz¨® ya directamente y sin tapujos sobre el monopolio.
El monopolio es el mercado ideal del capitalista de pro y tecnol¨®gicamente dotado, la situaci¨®n en la que decide, sin contar con competidores ni consumidores, lo que quiere vender, o a qu¨¦ precio. Y sobre todo, decidir¨¢, en este caso, las tarifas de publicidad que pagar¨¢n los que quieran que su anuncio se vea cuando un internauta busque, por ejemplo, algunos de los libros de la biblioteca de babel construida por Google, c¨®mo no, con el ladrillo del gratis total -o casi (Google Books, por 44 euros a cada autor y la promesa de un futuro de abundancias ha almacenado ya, sin haber pedido permiso antes, siete millones de libros; EL PA?S del 17 de mayo de 2009). Sin embargo, parece que finalmente Google no estar¨¢ del todo solo en el negocio de la publicidad: Microsoft y Yahoo! pretenden, ali¨¢ndose recientemente entre s¨ª contra el m¨¢s fuerte, que el asunto quede en cosa de dos, es decir, en un duopolio.
Se pueden sumar mentalmente todas las prebendas previsibles de los oligopolistas, duopolistas o monopolista, conseguidas, como deben, persiguiendo la ganancia m¨¢xima en estos mercados tan especiales. Y, sobre todo, el traslado que los anunciantes har¨¢n al precio de sus productos de las tarifas de publicidad pagadas. Pues, por lo que se sabe en este campo, es incierto que las repercusiones en los precios para pagar la publicidad compensen posibles beneficios para el consumidor (que vendr¨ªan hipot¨¦ticamente de una mayor informaci¨®n sobre los productos, por ejemplo).
En definitiva, la cifra que directa o indirectamente estar¨ªan pagando los internautas del gratis total convierte en una cantidad de risa los c¨¢nones digitales que ahora mueven sus iras. ?A qu¨¦ se debe esta anomal¨ªa espa?ola, este comportamiento de nuestra tribu de internautas, flor y espejo de la pirater¨ªa andante? ?Qu¨¦ parte son del total de usuarios de Internet? ?Por qu¨¦ la inquina hacia los creadores y sus auxiliares en la gesti¨®n de sus derechos? ?Ser¨¢ envidia de lo que creen una vida f¨¢cil y regalada del creador, que no se siente hacia el banquero? ?O quiz¨¢s la p¨¦sima gesti¨®n de su propia imagen por parte de los gestores de los derechos de autor? En un sistema econ¨®mico en el que la ONCE, pongamos por caso, gasta fortunas en pol¨ªticas de imagen, es un error de libro no hacerlo, pues otros se encargar¨¢n de crear la -mala- imagen de uno, y adem¨¢s se perder¨¢ la ocasi¨®n de estar a bien con los medios contratantes de los espacios publicitarios.
Dif¨ªcil responder. Para averiguarlo hay que investigar, preguntar dentro y fuera de Internet para tener una idea de cu¨¢nto nos equivocamos si tomamos como verdaderos los resultados de la hipot¨¦tica encuesta. Porque en Internet no hay censo, no hay DNI m¨¢s all¨¢ del nombre y direcci¨®n del paisano al que una operadora le pasa mensualmente la factura del ADSL. Precisamente, son s¨®lo las operadoras las que saben todos esos datos, y pueden saber adem¨¢s lo que quienquiera que sea descarg¨® o hizo a trav¨¦s de sus l¨ªneas el ¨²ltimo verano o en cualquier momento. Un futuro prometedor en el mundo de la publicidad se esconde, como para Google, Yahoo! y Microsoft, en sus manos.
La abuela de Proust se acerc¨® a un tel¨¦fono, un invento fuera de su ¨¦poca y de su vida, s¨®lo por amor hacia su nieto, para hablar con ¨¦l, que lo cuenta entra?ablemente en su En busca del tiempo perdido. La abuela del que esto escribe, si viviera, se acercar¨ªa tambi¨¦n a Internet y entrar¨ªa las veces que pudiera en este art¨ªculo para defenderlo con sus votos en esas "estad¨ªsticas" virtuales que tanto gustan, aun sin entender nada de lo que en el art¨ªculo se cuenta; tan s¨®lo para contradecir las previsiblemente numerosas visitas virtuales que lo pondr¨¢n a caldo. Pero ?qui¨¦nes lo har¨¢n y por qu¨¦ en cada caso?
Ram¨®n Ruf¨ªn es profesor de Comercializaci¨®n e Investigaci¨®n de Mercados de la UNED
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