Welcome, bienvenue, willkommen... a las obras
Los viajeros del bus Madrid Visi¨®n se embarcan en un viaje por una ciudad llena de agujeros
Prohibido mirar por encima del hombro a los exploradores del bus tur¨ªstico. Prohibido insinuar que su estrategia para acercarse a la ciudad es comodona e ins¨ªpida. Una hora y media en el bus tur¨ªstico Madrid Visi¨®n por su ruta Madrid moderno (de la plaza de Neptuno a Concha Espina, pasando por la Castellana y Serrano) revela que, en una ciudad levantada por las obras, el tr¨¢fico puede ser una experiencia m¨¢s trepidante que cualquier parque de atracciones. Hilda y Letha todav¨ªa no se lo imaginaban en el momento de subir en el Museo del Prado a lo alto de su autob¨²s rojo de dos pisos. Rubicundas y cuarentonas, se han escapado de Friburgo un par de d¨ªas para conocer Madrid. No saben cu¨¢ntas fotos de excavadoras van a llevarse a casa.
"Es una zona comercial selecta", dice la voz en la calle de Serrano
Los turistas tienen que creerse que tras las hormigoneras hay joyer¨ªas de lujo
"No son obras, es que nuestro alcalde est¨¢ buscando un tesoro", dice la gu¨ªa
En Neptuno, una pareja de novios se hace fotos con las gr¨²as al fondo
Las dos amigas alemanas pertenecen a la raza de turistas dispuestos a todo. Otros no aguantan nada. Una familia de Murcia est¨¢ escamada desde la primera parada -en Neptuno- con la cantidad de gr¨²as y andamios que jalonan el recorrido por Recoletos.Detenidos en un sem¨¢foro junto a la nueva sede del Ayuntamiento, en Cibeles, las obras del interior del edificio no dejan a los turistas murcianos escuchar la audiogu¨ªa que llevan en los auriculares. "Vine hace dos a?os y esto no estaba tan mal", protesta ella. Su indignaci¨®n aumentar¨¢ a medida que el veh¨ªculo avance hacia la Castellana. Y eso que se apean durante la fase de calentamiento, antes de llegar a Serrano, en el estadio Bernab¨¦u. Si lo posponen m¨¢s, a su hijo Pepe, vestido con la camiseta de Kak¨¤, le puede dar un ataque.
Pero Pepe se equivoca: el color de la temporada no es el merengue, sino el rojiblanco. El de los conos de obra que recorren toda Concha Espina. Antes de enfilar la avenida, el veh¨ªculo se detiene y los auriculares se llenan de acordes ¨¦picos. Una entrada apropiada al ¨¢rea de cat¨¢strofe, a pesar de que la embocadura de Serrano no deje adivinar lo que se avecina; "es una zona residencial por excelencia", invita a relajarse la audiogu¨ªa. Hasta la fuente de los delfines de la plaza de la Rep¨²blica Argentina la voz sigue divagando sobre Vel¨¢zquez y los pintores de cielos madrile?os. Un turista italiano fotograf¨ªa los delfines y suspira: "Ay, Vel¨¢zquez". De inmediato la megafon¨ªa le ordena que se siente: el bus desemboca en el instituto Ramiro de Maeztu y las obras se convierten en un problema para circular.
En la zona se han juntado los trabajos de rehabilitaci¨®n de Serrano y los del tercer t¨²nel ferroviario Atocha-Chamart¨ªn. El caos alcanza su c¨¦nit a la altura del cruce con la calle de Mar¨ªa de Molina. En el autob¨²s todos se quedan en silencio. Alguna mand¨ªbula se abre desencajada ante la visi¨®n de las aut¨¦nticas entra?as de Madrid: entresijos y gallinejas de metal y hormig¨®n esparcidos por la calzada. Todo por los m¨®dicos 17 euros que cuesta el billete de un d¨ªa en el bus, con la posibilidad de darle todas las vueltas a la ciudad como se desee.
Un grupo de obreros silba a las paseantes de minifalda, una typical performance que no parece emocionar a dos turistas japoneses con camisolas negras y rictus de artistas conceptuales. Un voluntarioso turista argentino intenta convencer a su se?ora y su hija de que aquello no es lo que parece: "Es que ustedes ven¨ªan dormidas a la entrada de la avenida, pero les juro que las casas all¨ª eran puro lujo".
En Serrano, las zanjas est¨¢n dispuestas desde ayer alternativamente a derecha e izquierda, convirtiendo los dos carriles habilitados en uno solo, lleno de curvas. El bus comienza a avanzar como una canoa en los meandros del Orinoco. Tras un frenazo se escucha el grito de terror de una mujer en el piso de abajo. No hay v¨ªctimas: en el autob¨²s, medio vac¨ªo, hay espacio para rebotar sin herir a nadie. Mientras, la audiogu¨ªa insiste en que los pasajeros cruzan "una zona comercial selecta". Los turistas deben hacer el esfuerzo de creerse que tras las hormigoneras quedan ocultos los escaparates de las joyer¨ªas. El veh¨ªculo pasa a duras penas entre las excavadoras, que en cualquier momento amenazan con meter la pala en el autob¨²s para llevarse a alg¨²n ni?o sonrosado. A la altura de la embajada de Estados Unidos, el paisaje recuerda a una zona de guerra. El polvo cae sobre el piso descubierto del autob¨²s. "?Viste qu¨¦ ametralladora tiene el tipo?", le pregunta el viajero argentino a su esposa. Ella se asoma, pero parece que le asustan m¨¢s la legi¨®n de obreros con martillos neum¨¢ticos.
Las c¨¢maras permanecen enfundadas por primera vez en el recorrido. S¨®lo un viajero de avanzada edad con una gorra de Israel contin¨²a sacando fotos, quiz¨¢s con la intenci¨®n de exhibirlas en su pa¨ªs en alg¨²n club de jubilados amantes de las obras. Tira un par de instant¨¢neas en el cruce con la calle de Goya, perfectas para el cartel de una pel¨ªcula sobre el apocalipsis. Embargada por el ejemplo de Vel¨¢zquez, o quiz¨¢ por el s¨ªndrome de abstinencia, Letha se atreve al fin a sacar la c¨¢mara y apunta al cielo. Por muchas que sean las gr¨²as, siempre quedar¨¢n los cielos de Madrid.
Hilda y Letha est¨¢n decididas a no protestar. S¨®lo cuando alguien les pregunta, conceden un poco apuradas: "Yes, yes, works everywhere" ("Trabajos por todas partes"). Un pasajero con aviesas intenciones baja al primer piso, se acerca a la gu¨ªa y le interrumpe mientras ella, con mucha vocaci¨®n profesional y unos cuantos improperios, le resume a la conductora la pol¨¦mica en torno a la muralla de Felipe IV, que enfrent¨® al Ayuntamiento y a la Comunidad sobre la necesidad de conservarla y la de construir un aparcamiento en la zona. El pasajero no puede contenerse: "Se?orita, hay muchas obras, ?no?". "Bienvenido a Madrid", responde la gu¨ªa sonriente: "No son obras, es que nuestro alcalde busca un tesoro".
Al final del descenso de los r¨¢pidos de Serrano, la audiogu¨ªa anuncia solemne que desde ese punto "se puede contemplar desde otra perspectiva la puerta de Alcal¨¢". La familia de turistas argentinos r¨ªe ante el arco encerrado en una malla de gr¨²as la ocurrencia de la perspectiva. Tras la risa, termina la zona de obras. El autob¨²s baja hacia Cibeles mecido por la banda sonora angelical que se escucha en los auriculares. Podr¨ªa ser el final de la atracci¨®n, pero los turistas todav¨ªa no saben que les queda el simulacro de asalto a la diligencia. Llega en la cantera en que se ha convertido la carrera de San Jer¨®nimo, cuando a unos obreros se les caen las vallas met¨¢licas frente al autob¨²s y lo dejan inmovilizado durante unos minutos. La gu¨ªa y la conductora miran por las ventanas esperando el abordaje de los bandoleros armados de picos y palas.
El bus vuelve a Neptuno y el pasaje de turistas se renueva. Una pareja de novios sevillanos se sienta y comienza a hacerse fotos: ¨¦l con una gr¨²a de fondo; ella con una gr¨²a de fondo. De los anteriores viajeros bajan todos, menos Letha e Hilda, dispuestas a una segunda vuelta. No pod¨ªa ser de otra forma. Resulta imposible resistirse al Madrid moderno.
Un desastre en el centro
La gu¨ªa de Madrid Visi¨®n confiesa que las obras le est¨¢n sentando fatal a la recaudaci¨®n. "La l¨ªnea que recorre los monumentos hist¨®ricos de la ciudad va mejor, pero la que pasa por Serrano, las Cortes... un desastre".
Si la caja est¨¢ siendo peor que otros veranos "es por la crisis, y no por las obras", afirma la empresa. Un portavoz sostiene que no tienen queja ("somos una concesi¨®n municipal", aclara). "Cambiaremos el recorrido cuando lleguen los cortes a la carrera de San Jer¨®nimo", explica.
La Comunidad recibi¨® el a?o pasado 2.200.000 turistas extranjeros, seg¨²n el Ministerio de Industria, y casi todos pasaron por la capital. Los ¨²ltimos datos, de junio de este a?o, estiman que las visitas subieron un 7,6% respecto al pasado, mientras la media nacional descendi¨® un 10%. Los turistas cada vez gastan menos: 997 euros cada uno, un 12% menos que en 2008.
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