Colombia y el exceso de realidad
Eso que llamamos realidad es, lo sabemos, rica en matices en cualquier parte de la tierra. Basta con saber mirarla. Pero en Colombia, lugar donde la vida transcurre de una manera no propiamente apacible, dicha realidad, al estar plagada de hechos tr¨¢gicos, pareciera m¨¢s compleja que en otras partes.
Esa "realidad-real", para hablar en t¨¦rminos de Vargas Llosa, siempre rebosante, que crea "picos" de tensi¨®n que ponen en vilo a la naci¨®n entera (un secuestro masivo, una liberaci¨®n de rehenes, un ataque guerrillero, una masacre de paramilitares, un esc¨¢ndalo pol¨ªtico de grandes proporciones) se convierte en realidad virtual en la avalancha noticiosa, en las im¨¢genes o narraciones que, repetidas, terminan por reemplazar la experiencia misma. Inmersos en un r¨ªo informativo siempre cambiante, los colombianos sufrimos de lo que Annie le Brun, la an¨¢rquica escritora francesa, llama "exceso de realidad". En manos de los medios, la informaci¨®n termina por ser un remolino de hechos ruidosos, pero tambi¨¦n fugaces, frente a los cuales perdemos perspectiva y capacidad de relaci¨®n. Vivimos en un reino de confusi¨®n en parte porque la raz¨®n detr¨¢s de los hechos suele ser incomprensible, en parte porque la escasez anal¨ªtica y reflexiva -relegada casi totalmente al terreno de la academia y de los estudios especializados- contribuye a desdibujar el sentido del presente. Y sin embargo, pareciera que los colombianos siguen creyendo en el poder de la palabra.
Se confunde eficacia con fidelidad. Se olvidan de que a lo real se llega sobrepasando el realismo craso
En la era de la globalizaci¨®n y la posmodernidad todo el que no ha escrito un libro, o lo est¨¢ escribiendo o querr¨ªa escribirlo. Y por eso mismo se publican tantos perfectamente prescindibles. Si esta pasi¨®n por la escritura nace del prestigio de la letra escrita, o de una necesidad cat¨¢rtica o terap¨¦utica, o del deseo de alcanzar reconocimiento o dinero -o las tres cosas, no lo s¨¦-. El caso es que en Colombia, pa¨ªs donde todo tiende a ser hiperb¨®lico, esta pasi¨®n ha llegado a la desmesura: casi cualquier ciudadano que ha pasado por una experiencia dram¨¢tica -?y son muchos!- decide, impulsado por la necesidad de expresarse -o por los editores, vaya uno a saber-, verter sus historias en un libro. Todos -el que fue secuestrado por horas en un avi¨®n, el que pas¨® diez a?os en la selva, el que escap¨® de sus raptores, el raptor mismo, desde la c¨¢rcel, el padre, la esposa, el hijo del secuestrado, el polic¨ªa que dirigi¨® el rescate- quieren hacer el relato escrito de lo vivido.
Ese deseo de representaci¨®n de la experiencia, que pareciera formar parte del Zeitgeist o esp¨ªritu de una ¨¦poca, no es censurable, siempre que represente una alternativa al ruido medi¨¢tico e ilumine cualquier resquicio de nuestra oscura realidad. Y aun cuando no consiga la hondura emocional y la calidad literaria de los escritos de Primo Levi, Jean Am¨¦ry o Imre Kert¨¦sz. Pero no. Lo que suele suceder es que el protagonista de los hechos se lanza, en los meses siguientes al desenlace del evento, solo o con la ayuda de un profesional, y aprovechando la coyuntura medi¨¢tica, a la escritura de su testimonio. Y que las editoriales publican lo escrito sin mayores exigencias, pensando sobre todo en los r¨¦ditos econ¨®micos de las publicaciones coyunturales. Predominan entonces los relatos planos, en los que se nota la falta de decantaci¨®n de la experiencia, meros vertederos de hechos en sucesi¨®n cuyo dramatismo s¨®lo nace, cuando se alcanza, de la cruda realidad que encierran y no de otra cosa. Y es una l¨¢stima. Porque las que podr¨ªan ser expresiones hondas del esp¨ªritu humano, b¨²squedas de sentido a trav¨¦s de la palabra, se convierten, por falta de gu¨ªa o de hondura, en relatos superficiales abigarrados de lugares comunes o de insidias, mero alimento del morbo de los lectores.
El p¨²blico, por su parte, se lanza, hambriento de realidad, a consumir estos libros, hasta convertirlos, casi siempre, en best sellers. Fascinados con la idea de poder penetrar realidades conocidas a medias, estos lectores insaciados acuden al material testimonial en busca del detalle, de los relatos ocultos, de lo no dicho. De las tripas sangrantes de la realidad tal y como les interesa. Habr¨ªa que ver hasta qu¨¦ punto sus expectativas son recompensadas.
A la realidad colombiana, por fortuna, no le han faltado buenos cronistas. Alberto Salcedo Ramos, Cristian Valencia, Germ¨¢n Castro Caicedo, Alfredo Molano, Alonso Salazar, Juanita Le¨®n, son los nombres de algunos de los que, con esp¨ªritu de riesgo, han mostrado un pa¨ªs diverso, contradictorio, doloroso, muy vivo. Sin embargo, un fen¨®meno curioso -no ajeno a otras latitudes- se da en el terreno del periodismo. Muchas de sus figuras se han lanzado a la aventura de la novela, con relativo ¨¦xito en lo que a lectores y divulgaci¨®n se refiere. ?Qu¨¦ los lleva, se pregunta uno, a bucear en estas aguas? M¨¢s all¨¢ de las razones personales o coyunturales, uno podr¨ªa pensar en que estos profesionales, ah¨ªtos de "realidad real", quieren abordarla a trav¨¦s de lenguajes simb¨®licos que permitan mostrarla de manera cr¨ªtica, novedosa e imaginativa. No siempre lo logran. Pero no es ¨¦ste el lugar para examinar cu¨¢l es el resultado de tales experiencias. S¨®lo he querido se?alar, en aras de la reflexi¨®n, que "el exceso de realidad" obra en Colombia, hoy por hoy, en detrimento de la imaginaci¨®n, haciendo que sus escribanos confundan eficacia con fidelidad. Se olvidan de que a lo real se llega sobrepasando el realismo craso. Y de que, como dec¨ªa Machado, la verdad tambi¨¦n se inventa. .
Piedad Bonnett (Antioquia, 1951) es autora del poemario Las herencias (Visor) y la novela Para otros es el cielo (Alfaguara)
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.