Un derecho, un deber
Observo la foto publicada en este diario de un afgano al que los talibanes han cercenado su nariz y orejas por intentar ejercer su derecho al voto. Parece abatido, aturdido y aislado. As¨ª se encuentra su pa¨ªs, ante nuestra c¨®mplice mirada, cada d¨ªa m¨¢s aislado y m¨¢s destruido. Pienso por un momento en los millones de ciudadanos del Primer Mundo que obvian su derecho -y obligaci¨®n moral- por un simple d¨ªa de playa o campo. Si los aliados consiguieron borrar de la faz de Europa a un imperio como el de la Alemania nazi es incomprensible que la comunidad internacional que entierra (o desv¨ªa) millones de d¨®lares en aquel pa¨ªs no haya conseguido a¨²n desterrar una miseria humana que causa tanto dolor como el fen¨®meno talib¨¢n. Simplemente, no interesa.
Me encuentro cada d¨ªa m¨¢s inc¨®modo en un mundo en el que s¨®lo el inter¨¦s consigue movilizar al ser humano. Cada d¨ªa me siento obligado a gritar que hemos de hacer algo para movilizar de manera conjunta nuestras conciencias mortecinas y obligar a los pol¨ªticos a parar tanta ignominia e impunidad.
Yo no s¨¦ c¨®mo se solicita un premio institucional, pero quiero, desde aqu¨ª, lanzar mi grito en busca de la justicia social de hoy para pedir, rogar si es preciso, el Premio Pr¨ªncipe de Asturias de la Concordia para ese hombre, abatido y solo de Afganist¨¢n que nos ha dado un ejemplo impagable de ejercicio democr¨¢tico a quienes ya no sabemos valorar ese privilegio.
S¨®lo en el reconocimiento a estos gestos puede ayudarse a pueblos como el de Afganist¨¢n. Ya no podr¨¢ oler ni o¨ªr el perfume de la vieja Europa, pero consigamos entre todos que, con sus ojos tristes, la vea.
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