V¨ªctimas de ETA y accidentes de tr¨¢fico
Tres han sido los asesinados por ETA este verano y 337, los que murieron en las carreteras espa?olas en julio y agosto. Pese a la diferencia abismal entre el n¨²mero de accidentes mortales y las v¨ªctimas del terrorismo, llama la atenci¨®n la emoci¨®n colectiva que suscitan las v¨ªctimas y la frialdad con la que encajamos los accidentes.
Es evidente que la significaci¨®n pol¨ªtica del terrorismo no la tiene la carretera, pero v¨ªctimas y accidentes constituyen en s¨ª una cat¨¢strofe humanitaria, de ah¨ª la pregunta: ?por qu¨¦ esa insensibilidad social con las muertes en la carretera?
La raz¨®n hay que buscarla en un trasfondo cultural que condiciona nuestras reacciones inmediatas. El acto terrorista tiene en su contra el principio cultural del "no matar¨¢s". Hay que tener razones muy s¨®lidas para poder aplaudir la muerte del otro y ¨¦sas no se dan en la democracia espa?ola. La lucha contra el terrorismo tiene a su favor una corriente civilizatoria de la que s¨®lo puede uno protegerse cubri¨¦ndose con el manto del fanatismo.
Hay que enfrentarse al coste de la velocidad, asunto nada f¨¢cil por el prestigio del progreso
Los accidentes viales tienen en su contra el prestigio del progreso. El hombre moderno prima el ir m¨¢s all¨¢, como si en el hecho de conquistar nuevas metas estuviera no s¨®lo la soluci¨®n a los problemas presentes, sino tambi¨¦n la realizaci¨®n del ser humano. Un componente decisivo de esa mentalidad progresista es el culto a la velocidad.
De ese apartado se ha hecho cargo el desarrollo cient¨ªfico que tiene por modelo de referencia en los sistemas de comunicaci¨®n la velocidad de la luz, es decir, la instantaneidad. Los humanos nos hemos contagiado severamente de ese culto a la aceleraci¨®n, de suerte que ya el tiempo invertido en un trayecto es tiempo perdido.
Claro que sabemos que la organizaci¨®n del trabajo, del transporte o de las relaciones humanas bajo el signo de un tiempo cuyo modelo es la aceleraci¨®n constante, tiene sus inconvenientes. Pero los asumimos estoicamente porque son el precio del progreso, por eso les llamamos "accidentes". Son algo accidental que no debe cuestionar la bondad de lo substancial, es decir, de la velocidad.
?Es tan accidental el costo del progreso? Recordemos que lo que, en primer lugar, perdemos es la posibilidad de la experiencia que necesita, para llegar a ser, un tempo m¨¢s lento. Para que un acontecimiento pueda metabolizarse en experiencia hace falta un tiempo de asimilaci¨®n, de elaboraci¨®n y de fecundaci¨®n. Sin ese tiempo el acontecimiento ser¨¢ una mera vivencia que desaparece en el momento en que se produce. Antes, el viaje constaba de partida, trayecto y llegada, por eso era una experiencia que pod¨ªa cambiar al viajante. Ahora, s¨®lo importa la llegada, por eso no ocurre nada.
La segunda p¨¦rdida es f¨ªsica: 1.300.000 muertes en la carretera cada a?o en todo el mundo, seg¨²n la OMS; una cifra que habr¨ªa que multiplicar al menos por 20, si incluimos los heridos graves por accidentes viales. S¨®lo podemos tratar a esta cat¨¢strofe de "accidental" si seguimos rindiendo culto a la suicida velocidad del progreso.
La tercera p¨¦rdida es el espacio. Cuando viajamos en AVE molesta mirar por la ventanilla. Hemos sacrificado millones de ¨¢rboles al borde de la carretera porque les hemos declarado culpables de las muertes. ?Para cu¨¢ndo acabar con las colinas o las cuatro estaciones si el culpable es el mal tiempo?
Aunque la tendencia mundial va a peor, hay que felicitarse de la substantiva reducci¨®n de la siniestralidad vial en Espa?a en los ¨²ltimos a?os, gracias a la eficacia de las sanciones, a la educaci¨®n ciudadana y a la mejora de las carreteras. Pero esas medidas tienen un techo que s¨®lo se podr¨¢ superar si nos enfrentamos al culto a la velocidad, asunto nada f¨¢cil debido al prestigio del progreso.
"?Tendamos al futuro! ?Atr¨¢s a toda m¨¢quina!", gritaba recientemente Humberto Eco. Coincid¨ªa en esto con Walter Benjamin quien, 50 a?os antes hab¨ªa escrito, refiri¨¦ndose a las revoluciones, movidas hasta entonces por la voluntad de acelerar y recuperar el tiempo perdido, que "quiz¨¢ consistan ¨¦stas en el gesto de tirar del freno de alarma". El costo f¨ªsico y metaf¨ªsico de la velocidad es de tal monto que quiz¨¢ haya llegado el momento de pararse a pensarlo.
Reyes Mate es profesor de Investigaci¨®n del CSIC en el Instituto de Filosof¨ªa.
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